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Se cumplen 200 años de la muerte de Lessing, filósofo moderno creador de la crítica literaria

«Pocos escritores hay a los que uno pueda referirse con tanto cariño como a Lessing y es tarea casi imposible pretender decir algo nuevo sobre él», escribía el joven Friedrich Schlegel pocos años después de su muerte. Este año se cumplen los doscientos años del fallecimiento de Lessing, y la Prensa alemana e internacional ha resucitado con vigor su memoria. Ningún autor moderno ha estado tan en boca de los pensadores que en los dos últimos siglos han sido como el dramaturgo, filósofo y crítico Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781).

Pero un evidente maleficio pesa sobre este hombre, considerado como el moderno creador de la crítica literaria. Se han vuelto contra él las palabras que dirigiera a Klopstock: «¿Tengo que darle yo la razón por el hecho de reconocerle que es un genio? Nada de eso: me vuelvo contra él, puesto que es un genio. Yo me sé muy bien que un caballo fogoso puede dar con sus huesos y los del jinete en tierra. Lo que nunca ocurrirá al asno, que subirá la pendiente al paso».La lengua acerada que Lessin, aplicó a sus contemporáneos y maestros que le precedieron se ha vuelto contra él, en una hábil maniobra que siempre ponderó su persona, pero olvidando la obra. Nadie lo expresó como Goethe: «Fue un fenómeno del espíritu, cosa rara entre los alemanes. Pero quien no quiera seguirle en todo, no está obligado a meterse con él». De esta manera, Lessing, que nunca fue olvidado, como le ocurriera a Büchner, y que tampoco tuvo que emigrar de Alemania, como Thomas Mann y Heinrich Heine, nunca ha sido ni recuperado, ni reivindicado, ni puesto en tela de juicio.

Esta agresividad larvada de los profesionales de la pluma contra Lessing tiene que ver con su actividad polémica, implorablemente ejercida. Convencido de que «cada cual dice lo que piensa en verdad, pero la verdad sólo se recomienda a Dios», arremetía contra cuantos clásicos pretendieron fijar la verdad de alguna manera. Con el vencido era imparable, ya que en asuntos de verdad «la parte que pierde sólo pierde el error y se puede apuntar al carro del vencedor del que puede formar parte si reconoce el error». Cuando Lessing muere, Goethe tiene ya 31 años y es celebrado como un genio. Unas fechas antes, en 1774, escribía a su hermano: «El éxito de Goethe con su Götz von Berlichingen, en Berlín, me temo que nada dice en favor de su autor ni de los berlineses».

Lessing está considerado como el creador de la crítica periodística. Siempre escribe mirando al público. Luchó para que se le reconociera como una modalidad del escritor, Y en su obra abundan elementos para un código del crítico. El crítico debe ser un solitario, condición necesaria para la independencia de su juicio. El crítico debe centrarse en cada obra concreta, haciendo abstracción de otros datos biográficos y bibliográficos. Hay que primar la praxis sobre la teoría, es decir, al artista sobre el teórico del arte. El rechazo y la condena tienen un alto valor pedagógico. Un autor que se precie «debe valorar diez veces más una crítica injusta que una alabanza inmerecida». Puesto que la actividad del crítico debe mirar al público, Lessing no se amilana ante las exageraciones. Prefiere formulaciones efectistas y sentencias redondas para que el público quede impactado.

Lessing no estaba por tratados sistemáticos y ha sido coherente con su propósito de ser fermenta cognitionis, una levadura del pensar, realizada desde una gran confianza en la razón: «Nada hay tan insoportable», decía, "como no poder aducir razón alguna sobre algo". Y de esa naturaleza es una de sus reflexiones, conocidas como la «cuestión de Lessing-», que más fruto ha dado en la historia de la filosofía y sobre la que hoy se está volviendo. Refiriéndose a las teorías del cristianismo, tema tan presente en la filosofía alemana, escribía: «Nada puede una verdad histórica para destruir la verdad de una filosofía». La existencia de Jesús o la importancia de sus palabras nada significan respecto a la veracidad del cristianismo en el siglo XVIII. Hace falta una mediación histórica que está a cargo de la razón práctica. Esta afirmación de la, razón práctica no sólo fue el fermento que sacudió al idealismo alemán, cuajando en la interpretación materialista de la historia, sino la levadura que no ha dejado de cuestionar desde entonces a todos los grandes pensadores de la religión. Desde Lessing es ya casi imposible que un partido político o una confesión religiosa, por poner dos ejemplos de tradiciones culturales cristalizadas en movimientos institucionalizados, pretendan legitimarse recurriendo a la verdad de sus fuentes. La verdad, toda la verdad, sea religiosa o política, tiene que demostrarse día a día ante el tribunal de la razón practica.

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