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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Betty

No es la primera vez que le dedico alguna glosa a Betty, la muy ligable chica de Roméu, pero me gusta saludarla hoy -hola, tía-en el colorín dominical de esté periódico, adonde ha llegado con su marcha desganada, con su galbana pasota y su delicioso esqueleto de «falsa delgada», como dicen los franceses.Cuando Máximo (enhorabuena a ti y a Mingote) hace emerger el bunker, nuevamente, de las olas a tiralíneas y la procelas políticas, cuando Peridis se va de copas con Aranguren por propiciar la democracia, he aquí que Betty se nos presenta de inquilina en la comuna del comic de este periódico, y si Máximo nos da el estatismo del Poder, y Peridis el zascandileo de los poderosos (Aranguren lo ha dicho mucho mejor en reciente artículo), Betty es metáfora a línea de la única revolución que de verdad se ha hecho en este país, y se ha hecho, además, por sí misma y desde dentro: la revolución de la mujer. Betty va de moderna, se rasca mucho por todas partes, enreda su lírica anatomía en torno de sí misma y reflexiona, entre la ingenuidad y la sagacidad, sobre esta rara cosa / puercoespín que es el hombre, barba de presidiario, alma concentración aria y tendencia universal a resolverlo todo con un coño. Desde que la primera adolescente española decidió tomar la píldora, todavía en plena dictadura, aquella capsulita mínima, aquella lenteja de laboratorio, aquel átomo de libertad fue el gomadós que hizo saltar la dependencia femenina del padre patriarcalista, de la madre madrastra, del novio patriarcalista y hasta del tío de América patriarcalista.

Yo no sé si hay que tomar la píldora o no, pero me parece que la revolución de la píldora, más que ginecológica, es sociológica, pues ha venido a aclarar que las dependencias, los valores convencionales, los tabúes familiares y las perfectas casadas con la pierna quebrada en la celda de Fray Luis no eran sino miedo al contexto. No importa tanto violar unas leyes como desacreditarlas. Las leyes escritas, no escritas, ¡inpuestas, dispuestas en torno a la mujer, han caído sencillamente en desuso. Esa es la cuestión, más que menstruar o no menstruar.

Cuando la primera casada española/española, con su tipo de manola, decidió tomar la píldora, contra la resistencia de Pablo VI en el año 1968 (resistencia a autorizarla, no a tomarla él, claro), nuestra sociedad acababa de romper sutiles, silenciosos y poderosos lazos con el Vaticano y, sobre todo, con el vaticanismo, que no siempre nos ha sido propicio, contra lo que parece, ni mucho menos. Alterado así el organigrama de la familia, ésta cambia de morfología y ya no se parece tanto a la Iglesia, al Esta do, al municipio, al sindicato ni a Solís-Ruiz. Mientras los hombres teorizábamos en nuestros cafés de teorizar, mientras la resistencia hacia hipótesis de trabajo y supuestos tácticos alrededor de un whisky (el mismo whisky para cuarenta años, alargado con agua y cloro), mientras todo eso; la mujer, con su desconcertante sentido de la realidad, hacía cosas concretas, tomaba la píldora, descubría la neogynona, se pasaba al ovoplex, abortaba en Londres, se iba de casa, tenía «hijos sí, maridos no» y cambiaba la gomaespuma del belcor por la gomadós del feminismo, las manifestaciones, las sentadas, los encierros y las Lisístratas desalojadas a culatazos por algún guardia que se pasaba: «Zorras, zorras». Es lo que yo le dije al guardia:

-Usted peque, si es su oficio, pero no opine. ¿Por qué las llama zorras?

Tras tanto activismo, les ha venido a ellas el desencanto frente a la pasividad/ incapacidad de los hombres, de los políticos, de los ministros, y la metáfora en comic de ese desencanto es Betty, «edonista» sin hache, lo cual puede que sea una deliberada transgresión gramatical. Porque la gramática también es machista.

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