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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La batalla de Francia

LA CAMPAÑA electoral francesa para las próximas elecciones legislativas puede conducir a una mayoría parlamentaría de la izquierda. ¿De qué izquierda? Mitterrand trata de que sea la no comunista, formada por un conglomerado dirigido evidentemente por su propio partido socialista, en la que pueden estar presentes grupos menores, que en el primer turno harían acto de presencia y en el segundo desistirían a favor de los socialistas; por algunos moderados -la izquierda de la derecha- arrastrados por la dinámica del triunfo y por una cierta repulsión a Chirac -desfallecido Giscard, es Chirac quien lleva la campana de la derecha-, que les parece demasiado extremista, por muchos abstencionistas mecidos hasta ahora por el sopor del desencanto, pero a los que ha sacudido algo ver que un triunfo socialista es posible, cuando ya no lo creían; y por algunos comunistas -votantes, no militantes- decepcionados del partidoque, según los últimos cálculos, puede sufrir un nuevo descenso (los computadores le dan un 14% en lugar del 20% anterior). Aun con esta considerable esperanza, Mitterrand no cesa, por ello, de negociar con el PCF. Lo hace desde una posición de seguridad y con un cierto cuidado. No le interesa nada vitalizar a Marchais. El secretario general puede perder su puesto con las elecciones; pero si consiguiera colocar algún ministro, algún secretario de Estado, podría presentar un resultado práctico que no dejaría de ser histórico. Lo que parecen estar haciendo ahora Mitterrand y Marchais es algunas fintas, algunas exhibiciones mutuas, algún mercado de compraventa, que no quedaría determinado o fijo hasta después del primer turno, el día 14, y según los resultados de éste, para fijar la estrategia más real antes del turno final del día 21, del que saldrá lá composición de la Asamblea.No obstante todo ello, la derecha -en torno a Chirac- tiene también sus esperanzas. Las basa en la posibilidad de que Francia mantenga sus reflejos de otros tiempos, y prefiera a la dinámica del cambio la del equilibrio o el contrapeso; es decir, una Asamblea donde la derecha tuviera voz y voto suficiente como para equilibrar la fuerza de un socialista en la Presidencia (en un país, recordémoslo, presidencialista) que llevara al país por la vía del centro. La campaña que acaba de comenzar acentúa la presión del miedo y exagera la relación de Mitterrand con los comunistas; la caída de la Bolsa, las pérdidas del franco -no tan graves porque la banca de Francia lo está sosteniendo y porque otras monedas europeas, sobre todo el marco alemán, tratan de ampararlo-, la inquietud en las empresas por lo que pueda haber de presión social en un Gobierno socialista. Pero a la derecha le falta un dirigente que representara ese buen sentido de la burguesía característica. Giscard no puede serlo, y Chirac, aunque está tratando de rechazar la palabra derecha, o de que se pronuncie lo menos posible en torno a él, tiene ya demasiado trazado su perfil -incluso su mano dura en la alcaldía de París- como para presentarse ahora simplemente como un centrista, como un hombre de contrapeso o de equilibrio. Hay también una parte de la derecha que no le perdona haber contribuido al hundimiento de Giscard d'Estaing con su hostilidad personal y su ambición política: ha dividido la derecha, ha roto la mayoría, y eso se está reflejando en las urnas.

La batalla francesa que se va a desarrollar los domingos 14 y 21 de junio es un acontecimiento no solamente nacional, sino mundial, de primer orden. Sí confirma el triunfo socialista, además del personal de Mitterrand puede significar un cambio de tendencias muy considerable en toda Europa, una manera distinta de considerar al Tercer Mundo y una presión hacia el pacifismo (sin olvidar que Mitterrand es y ha sido siempre atlantista, y que hay una parte política de Estados Unidos que le prefieren al nacionalismo degolista que han heredado los otros presidentes). Si se produjera una Asamblea a la derecha, asistiríamos, en cambio, a batallas en las que podría haber un renacimiento de las opciones ideológicas que se habían ido perdiendo. El enfrentamiento entre el presidente y la Asamblea podría generar, además, una auténtica crisis de Estado. Si Mitterrand llega a gobernar con una Asamblea con mayoría suficiente de la izquierda, el experimento influirá mucho en todas partes: el acierto en la gestión inclinaría a soluciones de izquierda a muchos electorados europeos dudosos o temerosos. Y unos eventuales resultados negativos de esta nueva etapa de Francia apartarían de nuevo las posibilidades de la izquierda durante mucho tiempo.

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