Las Fuerzas Armadas
EL DIA de las Fuerzas Armadas se celebra hoy en Barcelona en un ambiente cargado de buenos propósitos y malos presagios. La ferocidad de las provocaciones contra altos mandos militares, blancos de las emboscadas Criminales de ETA y de los GRAPO, han proseguido desde el 23 de febrero su acción de hostigamiento del Ejército, convergente con la ofensiva ideológica de la ultraderecha, que imputa arteramente a las instituciones democráticas todos los males de la situación española, desde el terrorismo hasta el paro, e incita de continuo al golpismo a las Fuerzas Armadas.De nada vale ignorar el grave problema creado por esa doble presión, la una, teñida de sangre por la mano asesina del terrorismo; la otra, ejercida desde dentro del establecimiento político, social y económico, y conectada -como se demostró el 23 de febrero- con segmentos del propio Ejército. Es un hecho evidente que existen esas tentativas, de signo opuesto, para empujar a las Fuerzas Armadas a que dejen en suspenso o deroguen el ordenamiento constitucional y sustituyan el sistema de libertades y la Monarquía parlamentaria por un régimen autoritario. Sin embargo, el golpe de Estado frustrado de febrero puso de relieve que la lealtad al Rey, la disciplina y el honor triunfaron dentro de las Fuerzas Armadas sobre las tentaciones escenificadas por el asalto al Palacio del Congreso y el secuestro de los diputados y ministros y por el bando del capitán general de Valencia. Aunque de esa derrota de la intentona golpista no se puede inferir que la intensificación de la doble presión terrorista y ultraderechista no debilite en sectores militares esa actitud observada el 23-F.
El planteamiento del problema de las relaciones entre las instituciones armadas y el sistema democrático elegido por los ciudadanos como marco político para la convivencia excluye tanto la visión hipócrita o desiderativa de quienes niegan que la cuestión exista, como la consideración de quienes creen que las cosas en este país están irremisiblemente condenadas a desembocar en la catástrofe. Las Fuerzas Armadas y la sociedad española son acreedoras de una discusión honesta y sincera sobre los temas relacionados con ese acercamiento y entendimiento mutuos, dentro del orden constitucional, contemplados no como algo que exista ya en el presente de forma plena, sino como una tarea a desarrollar en el futuro a partir de los logros conseguidos hasta ahora.
El 23 de febrero mostró que había golpistas en e¡ seno de las Fuerzas Armadas y también que esos militares anteponen al oficio de las armas, que no distingue entre colores e ideologías, su militancia política de ultraderecha. Nunca se insistirá lo suficiente en que esos oficiales golpistas no representan prioritariamente un movimiento interno de las Fuerzas Armadas, sino que son el vehículo transmisor de una ideología que, aunque mimetizada en sus símbolos o en su lenguaje con el mundo castrense, defiende intereses exteriores a los institutos militaires y recluta a sus militantes tanto en la sociedad civil como en el seno del Ejército.
Si los terroristas de ETA o de los GRAPO provocan objetivamente al Ejército con sus asesinatos de hombres uniformados, la ultraderecha lleva a su molino el agua ensangrentada de esos crímenes mediante la estratagema de responsabilizar de esos brutales atentados al sistema de libertades y a la Monarquía parlamentaria. Desde el 23 de febrero estamos asistiendo a la reagrupación de las minúsculas huestes de políticos frustrados y huérfanos de votos que no ven más camino para alcanzar o reconquistar el poder y la administración de los Presupuestos del Estado que la destrucción por la fuerza de las instítuciones democráticas. Incrustados todavía en posiciones de cierta importancia dentro del aparato estatal o conectados, a través de deudas de gratitud, con antiguos clientes situados en la Administración, polucionan el aire de nuestra vida pública con descripciones apocalípticas sobre la situación española,
Frente a esos mamporreros de la sedición, civiles incapaces de obtener el poder que codician mediante las urnas y deseosos de que las Fuerzas Armadas les saquen las castañas del fuego que desean devorar, hay que subrayar que ese supuesto altruismo patriótico que les anima no es sino el disfraz de su ambición de poder, sostenida por un infinito desprecio hacia sus compatriotas y por el odio hacia el régimen de libertades que garantiza a los españoles la posibilidad de hacer oír su voz, expresar su voluntad y defender sus intereses.
La opinión democrática tiene que hacer llegar a las Fuerzas Armadas sus ideas y combatir el cuasi monopolio de informaciones manipuladas, mensajes intoxicadores y tergiversaciones ideológicas que los instigadores del golpismo ostentan en los cuarteles. Y para esa tarea necesita encontrar un lenguaje veraz, que no sacrifique en beneficio de las expectativas del receptor el pensamiento de quien lo emite. Porque la relativa incomunicación entre la sociedad civil y la sociedad militar sólo terminará cuando la primera renuncie a mimetizar, por torpeza o por miedo, el lenguaje de la segunda y hable desde sus propios valoresy categorías. Las Fuerzas Armadas y la sociedad española merecen un esfuerzo por parte de todos: el de la honestidad y sinceridad en el planteamiento de un debate sereno y racional sobre el papel de los ejércitos en las sociedades modernas.
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