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DECIMOSEXTA DE FERIA DE SAN ISIDRO

El toreo a caballo fue una fiesta

Para el toreo a pie quisiéramos el éxito que tuvo ayer el toreo a caballo. Claro, que dirán los toreros a pie: «Así, cualquiera, a caballo, sin tener que sentir los pitones cerca de la ingle; y además, si vienen mal dadas, sales al galope y ya está, que en lo que en nosotros es bronca, cuando corremos, en los rejoneadores es delirio, y unas ovaciones que encienden la piedra del tendido». Sí, tienen razón, pero también es cierto que los de aúpa han logrado un bello espectáculo de lo que era el número del caballito, y ayer lo colocaron en pasos muy próximos a la cima del arte. El toreo a caballo fue una fiesta.Era un gozo ver a la gente, una mayoría aplastante de mujeres y niños, con la alegría de los mejores fastos. Entregaron su entusiasmo sin reserva a los rejoneadores, y éstos correspondieron superándose en todas las suertes. La corrida fue tan a más que siendo toda buena, los mejores momentos se dieron en los toros por colleras, cuando lo habitual es que en ellos se produzcan los sucesos insoportables de una modalidad taurina que pesa como una losa si no transcurre con brevedad y brillantez.

Plaza de Las Ventas

Decimosexta de feria. Cinco toros de Manuel Sánchez Cobaleda, que dieron juego, y sexto de García Romero, manso. Luis Miguel Arranz: aplausos y saludos. Joau Moura: oreja. Javier Buendía: oreja y dos vueltas al ruedo. Ribeiro Telles: vuelta. Por colleras, Moura-Buendía: dos orejas. Arranz-Ribeiro: dos orejas. Lleno.

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Había un poco de recelo por el cartel, pues, Moura aparte, faltaban las grandes figuras del rejoneo, los Domecq, Peralta, Vidrié, Vargas, etcétera. Las vicisitudes del pleito hispano-portugués han generado un cartel nuevo en el que entran los que se tenían por segundones. Pero los segundones han demostrado valer tanto como los primeros; les alcanzan, a un galope propio de sus vertiginosos caballos; ya les están empujando, y les reclaman el puesto de privilegio que durante años han venido ocupando.

El gran espectáculo fue una vez más la estrella del rejoneo, ese Moura revolucionario, inspirado y genial, que puso a la plaza en pie con sus cabalgadas de costado; sus reuniones al estribo; su prodigioso temple; su toreo, que es pura traslación del que hacen maestros y artistas a pie. Y tuvo además momentos de gran emoción, como cuando el quinto de la tarde le hizo hilo con toda la fuerza que traía de salida, y resolvió el compromiso con una multiplicidad de recortes en un palmo de terreno.

Pero los demás también crearon espectáculo en una jornada en la que todo les salía redondo. Arranz, más para la galería, levantando de manos sus caballo -lo que nunca, hicieron sus compañeros, quizá por respeto a la seriedad de plaza y feria-, aunque también se creció en su labor, rizó el rizo, y cuando por colleras toreaba al manso entablerado de García Romero, en un alarde de superación, reunió con impecable técnica en terrenos inverosímiles. Por su parte, Ribeiro Teiles cuajó una actuación valiente y torerísima, y Javier Buendía, el más sobrio de todos, realizó una tarea donde sobresalieron la precisión y la esmerada técnica de rejoneador. Es justo añadir que los Cobaleda contribuyeron al éxito, pues su casta propició el necesario contrapunto de emoción.

Es decir, gran tarde, en la que se cortaron casi tantas orejas como en el resto de la feria. Eso sí, a caballo, caballo va, caballo viene, me dé un trotecito, me lo vuelva a dar, al galope, ¡jía!, catacloc, catacloc, que vienen los indios. Lo cual no se dice en demérito de esas actuaciones que, en estricta justicia, hemos ponderado (y quizá aún nos quedemos cortos), sino todo lo contrarío, en mérito al argumento que ayer debía tener la fiesta, donde las mujeres y los niños, llegados a la feria masivamente y en buena hora, llenos de ilusión, agradecieron en el alma las carreras, saltos, caracoleos y, en definitiva, la enorme espectacularidad de suertes y ejercicios.

Como siempre, don Mariano, el que mejor torea de salón entre cuantos aficionados son habituales a la plaza, al acabar la corrida hacía de su cátedra un Parnaso. La tertulia no salía de su asombro al verle piafar al galope por toda la expla nada de Las Ventas, y alguno hubo de acompañarle cuando explicaba cómo lucían Moura y Buendía po colleras, pero se notaba la diferencia. Don Mariano es mucho don Mariano, incluso para contar cómo se hace el rejoneo; cómo se pone de manos el caballo de Arranz, cómo se cabalga a dos pistas. Eran las once de la noche y aún seguían, por Manuel Becerra. En la diáspora de la despedida, unos bajaban por Doctor Esquerdo, otros sublan por Alcalá, otros tiraban por Ayala, al galope, que se enfriaba la cena, y se espoleaban con azotes en el trasero, ¡jía!

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