Los lobos
Amo a los lobos tanto o más que Ezequiel Martínez. Una vez, cuando el difunto Rodríguez de la Fuente defendió al lobo por televisión, fueron unos cuantos lugareños a esperarle a la salida de Prado del Rey para darle de garrotazos. Acabo de leer en un periódico extranjero que Inglaterra venera cinco millones de gatos. Aquí, en un pantano de la sierra, en verano, he visto que la épica favorita de algunos jóvenes marchosos es sujetar al perro por la cola, desde dentro del agua, cuando el animal está asustado, hostigado, y quiere salir.Los lobos, como los partidos políticos. El marqués de Laula defiende en este periódico a la avutarda. Los partidos políticos, especies a extinguir, según he reseñado en esta columna, en nuevo crepúsculo ideológico promocionado por los liberales crepusculares del crepusculario EE UU (en EE UU no hay prácticamente más que dos partidos, que son ya casi el mismo), los partidos políticos, digo, son a la ecología moral, a la socioecologia, lo que los lobos a los ecosistemas: seculares y pode rosas máquinas (san Agustín decía que los animales son máquinas) tan peligrosas como necesarias. Los partidos son al equilibrio democrático lo que las alimañas al equilibrio ecológico. Ramón Tamames se reúne a desayunar con la derecha, que, en lugar de felicitarle por una decisión a la que tanto le ha animado, se burla de sus iniciativas regeneracionistas a lo Costa. La derecha no perdona, Ramón, amor, y la Roma integrista no paga conversos. Le ha pasado a Felipe con sus concesiones a la moderación: que le han pagado con mayores recelos.
El sutilísimo lobo, el intelectual lince, la bonhomía del oso pardo, la heráldica natural de las grandes águilas, de todo eso está siendo desertizada España. El lobo noble huele al hombre a distancia y no le ataca, a no ser que esté herido por otros hombres. La última pegatina del pasotismo dice: «Salvad las ballenas». Miguel Delibes quería llevarme el otro día a verle matar conejos:
-Llámame mejor, Miguel, cuando los conejos maten cazadores.
Quizá Delibes sea el único cazador ingenuo de nuestro país. El Instituto Nacional de Colonización y otras formidables y espantosas máquinas de desertizar España nos han dejado esta herencia de las especies a extinguir. De niños, nos hicieron odiar a los animales con aquel fabulismo redicho de La Fontaine y otros. Hoy sabemos que nuestra comunicación con las dulces bestias no se establece mediante la bastardilla moralizante del fabulista, sino mediante la ternura, la comprensión, el respeto, la atención, la observación y el amor. Aquellos españolazos de los 40/40, en lo político nos dejaron sin partidos y en lo ecológico sin osos cantabroastures. Los conservadores es que no conservan nada. El concepto de patria a lo Tejero es meramente topográfico, pero es que hasta la topografía se han cargado, suprimiendo bosques y pueblos. La juventud, la acracia, el pasotismo, más allá de las discusiones niceanas sobre los ángeles de ucedé que caben en la punta de alfiler de un velo de beata, quiere, sencillamente, salvar las ballenas, que es salvar el mar, y García Lorca nos advirtió, con preadivinación de poeta, que «también se muere el mar». Los rusos, particularmente, atacan a las ballenas como si fueran portaviones de Reagan.
A los zorros les daban de desayunar estricnina los franciscanistas de un organismo oficial, pero el zorro, que tiene cara de Voltaire, no se la tomaba. La extinción del lobo corresponde a la depuración del rojillo, en este fabulario político improvisado, y la extinción de las ballenas, al tan cantado crepúsculo de los partidos/ideologías. Esperemos que alcance la estricnina para todos.
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