El Gobierno y los "chorizos"
LA INCREDULIDAD, mezclada de sorpresa, que recorre la opinión pública española, después del desenlace tragicómico del secuestro en el Banco Central, posee algunas raíces de mayor contenido y profundidad que las especulaciones de Prensa o el deseo de una caza de brujas pór parte de los periodistas deeste país. La suposición de que guardias civiles u otro tipo de personal militar podía estar involucrado en el suceso no se creó en los medios de información, sino en la propia policía y en el Gobierno. Fue la policía la primera en aventurar esta hipótesis, y hasta el final mismo del secuestro el Gobierno se vio incapacitado para desmentirla. Fue el Gobierno el que pasó el dato de que eran veinticuatro los asaltantes, el que informó de que empleaban diálogo y comportamiento militar y el que nunca confirmo, pero una y otra vez declaró machaconamente, que no podía desmentir que hubiera guardias civiles entre los terroristas. Fue el Gobierno el que negoció con ellos en términos que apelaban a la caballerosidad y al honor de unos hombres equivocados, y esta palabra de equivocados la oyeron todos los españoles en la televisión, cuando se empleaba desde la tanqueta de la Benemérita que en la mañana del domingo se acercó al banco asaltado. Fueron los generales y jefes de la Guardia Civil quienes admitieron la posibilidad teórica de que algunos números estuvieran implicados en la operación, y del Gobierno salió la noticia de que un comando suicida había amenazado con hacer algo de ese tipo durante la Semana de la! Fuerzas Armadas. Las contradicciones, lagunas e interrogantes que se plantean los españoles después del sorpresivo final del asalto están suficientemente relatadas. en otro lugar de este número. Es difícil entender que nuestra policía sea tan torpe que con más de cien rehenes liberados, testigos presenciales de los hechos, no sea capaz de calibrar una información más ajustada respecto al número y armamento de los ocupantes. Pero es posible. Lo importante de señalar es que el Gobierno no descartaba, y aun le parecía lógico, que hubiera elementos sediciosos de las fuerzas de seguridad entre los atacantes. Que no lo descartaban los propios jefes de dichas fuerzas, y que todavía el domingo a media tarde el resultado de la entrevista del delegado gubernamental en Cataluña, Juan Rovira, hacía suponer que los ocupantes observaban algún tipo de disciplina e ideario castrense. Por eso, la imputación maliciosa de que han sido los medios de comunicación los que han inventado la hisioria debe ser revisada. Todas las agencias internacionales de noticias, todos los periódicos y emisoras de radio se hicieron eco de la posibilidad, que llevó al Departamento de Estado americano a hacer una enfática declaración de apoyo al régimen, al canciller alemán a enviar un mensaje de solidaridad al presidente del Gobierno y a Mitterrand a descolgar un teléfono y hablar con el Rey. Que se diga ahora que todo este follón lo montaron unos cuantos chorizos con navajas oxidadas y pistolas en desuso es, desde luego, bastante preocupante.Hay, pues, un primer motivo para interrogarse más que seriamente por la situación. Y éste es la desconfianza respecto a su propia capacidad de imponer la disciplina en sectores determinados de las fuerzas de seguridad que el poder político tiene. Eso connota una flagrante carencia de información, una confusión absoluta sobre cuál es la situación en la policía y Fuerzas Armadas y, en definitiva, una debilidad congénita del Ejecutivo a la hora de encararse con la necesaria desactivación del jolpismo. No es la primera vez que una cosa así se pone de relieve.
Sólo eso explica que la aventura de un puñado de chorizos -que según avanzan las investigaciones cada vez son menos y peor formados y pertrechados- pueda poner en jaque al Estado, hacer contener la respiración de los Gobiernos europeos, desatar las solidaridades políticas de todos los demócratas del mundo y hacer peligrar la estabilidad del país. La estabilidad no se quiebra de hecho por el suceso en sí, sinopor la falta de confianza ciudadana en el Ejecutivo, por la pérdida de credibilidad de éste, por la sensación de que no estamos dirigidos con suficiente acierto y con el necesario apoyo en la opinión. Nada de lo que hemos vivido se parece a una democracia vigilante, como quiere el señor Calvo Sotelo, y sí mucho a una interiorización psicológica y política del golpe, que hace al Gobierno y a la oposición temerosos de tomar decisiones.
Por eso, ultras o chorizos -cosa que en realidad es lo mismo, con perdón de los chorizos-, veinticuatro o diez, quienes quiera que fueran los asaltantes, el corolario del suceso sigue siendo el mismo: este país necesita una acción de gobierno capaz de ahuyentar el fantasma del golpe y la violencia de nuestra vida política, aún desde el reconocimiento de que el problema del terrorismo y el del paro no han de solucionarse a corto plazo, y seguirá habiendo víctimas y crisis económica. Es esta seguridad del Gobierno (la de que podrán celebrarse los juicios contra los sediciosos, la de que se arrumbarán los focos de rebeldía y desobediencia, la de que no se protegerán en ningún caso los abusos policiales o de la Guardia Civil, la de que el poder judicial será a un tiempo respetado y renovado democráticamente, la de que se sabrá dar respuesta, en fin, desde la libertad y con la libertad, a las amenazas e infamias de los chorizos que en mayor cuantía y con mejor pertrecho que los de la plaza de Cataluña amenazan al régimen) la que los ciudadanos de cualquier ideología, pero respetuosos y fleles al ordenamiento constitucional, piden hoy al Poder.
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