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Cimino pretende triunfar en Cannes con una película larga y aburrida

A pesar de los aplausos corteses que recibieron a Michael Cimino tras la proyección de La puerta del paraíso, lo cierto es que la película ha decepcionado tanto a los críticos asistentes al festival como a los norteamericanos que juzgaron con violencia este último trabajo del director de El cazador, cuando hace unos meses se estrenó en Estados Unidos. Ya se sabe que a raíz de aquellas críticas, refrendadas por la ausencia de público, la productora, United Artists, decidió un nuevo montaje de la película, que Cimino, en principio, rechazaba. Con este historial, La puerta del paraíso era esperada con curiosidad en el ámbito del festival.

«Cimino viene a Cannes como si fuera a Lourdes», se decía antes de ver la película, en la confianza además de que su obra interesaría más aquí que en su país de origen. Es difícil, sin embargo, que eso ocurra. Al margen de las aventuras de la película (sin duda ciertas en buena parte, pero aprovechadas también para su lanzamiento en Europa y, por tanto, hábilmente deformadas), La puerta del paraíso es de una torpeza singular. Narrando una simple historia ambientada en el Oeste, Cimino ha optado por realizar una de esas llamadas superproducciones donde cuando necesitan a un extra colocan a cien, y donde se precisa un caballo retratan a un regimiento. Los sencillos decorados en los que se mueven los personajes son iluminados con pretensiones; las frases cotidianas, dichas con ánimo de pasar a la historia, y, en general, la película toda está filmada como Lo que el viento se llevó, alargando las situaciones a extremos insoportables.Lo cierto es que detrás de toda esa petulancia se conserva un curioso filme, en el que el Ejército sirve a la clase dirigente frente a los pobres emigrantes defensores de sus pobres tierras, y donde la fuerza de la ley es utilizada descaradamente por quienes pueden manejarla a su servicio. En ese sentido, La puerta del paraíso tiene el interés de «dar la vuelta» al género, pero es difícil comprobarlo ante tanto sonido estereofónico. tanta grúa y tanto decorado abarrotado de extras. A pesar de la decepción que claramente ha producido, no se duda de la posibilidad de un premio, dado que en estos casos las productoras norteamericanas saben negociar a tiempo sus lanzamientos comerciales.

La segunda sección oficial ha estado dedicada a los cortometrajes. Curiosamente, este festival presta poca atención al género, eliminando la proyección especial para la Prensa y aglutinando los cortos en una sesión única, que, como también se sabe, resulta más difícil de digerir: es siempre muy duro ver corto tras corto. El cansancio que produce el cambio de estética visual cada diez minutos hace que los espectadores abandonen la sala con mucha frecuencia, al margen de la calidad de los cortos presentados, que, por cierto, no incluyen ninguno español, a pesar de la producción que el pasado año nuestro país ha tenido. Pero no debe extrañar tampoco demasiado, ya que en el pabellón oficial de España se ignoraba ayer que ya se había producido una primera proyección de El crimen de cuenca, anunciada en los boletines oficiales del día.

La escasa publicidad que tanto esta película como las restantes españolas del mercado del filme están teniendo en Cannes no deja de sorprender a quienes nos vemos atiborrados de información sobre películas de otros países.

Ha sido el de Cimino, pues, el único filme en competición del día, lo que, por otra parte, da una idea del cuidado con que el festival le trata. Ya hace años pasó algo parecido con Apocalypse now, que llegaba al festival confiando en que el premio prometido solucionara los problemas económicos que Ford Coppola tenía con su ambiciosa producción.

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