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Crítica:CANCION
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los Pecos: Javi se va a la guerra

En el atardecer del pasado domingo, el madrileño Palacio de Deportes se puso al rojo vivo para decir adiós a las fiestas de San Isidro. Junto a una de las puertas de entrada, ya unas cuantas chavalas cantaban: «Javi se va a la guerra, / mire usted, mire usted / qué pena. / Javi se va a la guerra, / no sé cuándo vendrá ... ». En el interior, miles de quinceañeras turbulentas torturaban su lengua arrebatada: «¡Queremos ver / a Pedro y a Javier! ». Nerviosismo en el servicio de orden. Una pancarta apunta: «Pecos, a nuestros padres les tenéis que cantar; porque si no, a nosotras nos van a matar». Hay olor a colonia suave, flores de esperanza, primeros coloretes veniales y desteñida goma de mascar.Todas las miradas aguardan lo invisible. Los Apaches, resignados, le calientan la cama a Los Pecos. Cuando éstos brotan, saltarines, el clamor favorable es un incendio. Unas: «¡Peeedro!». Con los pies: «Tantantán». Otras: «¡Jaaavi!». Con los pies: «Pampampán». Todas: «¡Pecos!, ¡Pecos!, ¡Pecos! ». Pedro da la noticia: «Javi se va a la mili». Enojado rumor. Javier, con presuroso ímpetu, ya viste traje caqui. Su hermanó, en cambio, muestra un traje blanquísimo. Ambos remueven con generosa saña la tierna despedida: Ayú Ayúdala, Canción para Pilar, Y voló... Temas para el insomnio rumoroso de las muchachas bullidoras.

Reinan blandos quejidos y gemidos de dicha, llantos de bonanza y risas de derrumbe, marcha borrascosa y naufragios secretos. Las fans llegan al éxtasis a palo seco, sin cubatas añejos ni modernas golosinas, dejándose mecer por unos temas donde seguramente encuentran remedio a sus enojos, bálsamo a sus heridas, susurro a su negada soledad. Los Pecos conectan que es un gusto con su público. No necesitan pedirle nada a sus ágiles seguidoras. Ellas les dan, desde el principio hasta el fin, de todo: aplausos, alaridos, brincos, coros, carcajadas, lágrimas. Y piropos: « ¡Tíos buenos! ». O bengalas.

Los Pecos van a tiro hecho, con un producto limpio que, al dedillo, conocen cuantas nenas piden ávidamente otra ración de amor. Ellos entregan sin error lo que se les reclama. Ni escandalizan ni van de estrechos. Dejan que el personal se solace con agridulces sugerencias. Estas son pegadizas, dignas y frescas. Además, son servidas por unos músicos que suenan bien, bien, bien. ¿Qué más puede pedírsele?

Algunas de sus admiradoras pedían que el alcalde se presentase. Pero mi admirado Tierno no se dejó ver: «Cuando nosotras votemos, se va a enterar de lo que vale un peine». A la inmensa mayoría, sin embargo, les traía sin cuidado esa ausencia, tal vez justificada. El concejal Moral, algo atónito, contemplaba, sin perder detalle, este gozoso, alegre y sano adiós a Javi y a San Isidro. Luego, cuando Los Pecos terminaron de cantar Señor y desaparecieron como un relámpago, miles de muchachas se colaron a toda pastilla por alcantarillas y grietas con el deseo desordenado de palpar a los dioses antes de la paliza paterna, del lunes gris o del desmayo.

El espectáculo bordado por Los Pecos y sus pecosianas evidencia con creces, que, en las próximas fiestas de San Isidro, los organizadores deberán contar más con figuras populares patrias, prescindir de tantos guiños puristas al rollo, ya marchito, y a estrellas, ya algo pálidas, de ultramar.

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