Teatro bailado

Algo se perdió para España cuando Antonio Gades, por una crispación política y un servilismo del entonces ministro del ramo hacia otras preocupaciones ajenas a la cultura, Ricardo de la Cierva, decidió desposeerle del encargo de que crease un ballet del género español. Parte de lo que se ha perdido se vuelve a hallar en la cooperativa que él dirige y que ha participado, con un éxito de primer orden, en las manifestaciones culturales de San Isidro en el Palacio de los Deportes.Es difícil -o me lo es a mí- separar lo que hay aquí de teatro y lo que hay de danza. Sobre todo, naturalmente, en Bodas de sangre, apócope del drama de Lorca. La exactitud artística con que se narran por lo menos dos momentos esenciales de la obra pertenece a la mejor tradición del teatro de expresión: la boda, con el sabor popular del pasadoble, y el duelo a navaja, realizado con la lentitud de una cámara lenta, que no está sostenido solamente por la capacidad corporal de los bailarines, sino por el desarrollo, paso a paso, de cada uno de los movimientos ideados por el coreógrafo.

La huida y la persecución al galope, la canción de cuna, los breves solos, están sobre todo imaginados y pensados con un sentido estético de la dirección de escena muy poco común. Lo mismo que en la primera parte, compuesta de números breves y coronada por el flamenco, hay una continua creación de movimientos expresivos, en los que alternan brillantemente la congelación repentina -por unos segundos, como el flash fotográfico que ilumina una escena parada- y la resolución en danza de ese grupo. Para una forma de ver -como la mía- más acostumbrada al teatro hablado que al de ballet, lo primero que destaca es una dirección de escena muy pensada y muy bien resuelta; pero una dirección de escena que sólo se apoya en los intérpretes -no hay decorado-, de forma que sin la coreografía y sin la capacidad de actuación de los bailarines -una escuela en la que se percibe la formación clásica, con unas inflexiones de contemporaneidad (como en la misma música) y el traspaso continuo de lo popularno sería posible.

Esta creación de Antonio Gades se encuentra inmediatamente con el público. El Palacio de los Deportes, de tan enorme aforo, estaba lleno, y el público se fue sumando rápidamente al espectáculo, que terminó con todos los espectadores puestos en pie ovacionando y una irónica alusión final de Gades a que hubo un hombre que hizo posible la creación de esta cooperativa: Ricardo de la Cierva. Otro inmenso error del casi olvidado protagonista, que privó así a la cultura oficial de algo muy valioso.