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La II República, asfixiada entre el clericalismo y el anticlericalismo

La reforma agraria y la Iglesia fueron los dos problemas con los que se estrelló la II República, decía José Manuel Cuenca, sevillano y profesor de Historia Contemporánea, en Córdoba, en el ciclo de conferencias organizado por la Biblioteca Nacional en el cincuentenario de la II República.Estos problemas, todavía irresueltos a juicio del conferenciante, fueron planteados por la izquierda y tampoco los resolvió la derecha, cuando le llegó el turno. «El problema de la Iglesia lo plantearon mal los partidos políticos, pero tampoco hubo voluntad política por parte de la Iglesia en resolver su papel en el contexto republicano».

En efecto, Azaña se planteó el tema de la Iglesia en términos dieciochescos, como si la raíz de todos los males los tuviera el clericalismo, pensando, además, que de esta forma ganaba el apoyo de las masas y el favor de los socialistas. Pero calculó mal el poder y la reacción de la Iglesia, que logró movilizar al pueblo, a sus partidos y sindicatos. El Vaticano, que al principio aceptó a la República haciéndose valer del cardenal Vidal i Barraquer, se volvió contra ella al constatar que la República significaba un recorte del poder social de la Iglesia, empujando a la CEDA a la confrontación. «Es falso», añadió J. M. Cuenca, «como quiere Gil Robles, que la CEDA no haya sido un partido clerical. Tan sometida estaba a Roma que no cuajó un tímido intento de arreglo con la República, cuando en el año 1935 algunos sectores se plantearon la necesidad de llegar a un concordato aceptable». El Vaticano sabía, añadió, que la cohesión de la CEDA pasaba por el sentimiento religioso, herido en el bienio antenor.

Señaló igualmente la importancia de sectores cristianos republicanos, tales como los representados por Bergamín con su Cruz y Raya, Marañón y Mendizábal, «pero quedaron asfixiados entre el clerícalismo de los unos y el anticlericalismo de los otros».

Aunque la situación actual no admite comparaciones con la de antaño, tampoco conviene olvidar las convergencias, señaló. «Se advierten brotes de un neoteocratismo, que pone de actualidad a Pío XII empeñado en hacer de la Iglesia la tutora de los poderes públicos».

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