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La credibilidad del Consejo de Europa

El Consejo de Europa, organización que incluye a veintiún países europeos, en pos de la unión política del viejo continente, según lo deseaban sus fundadores iniciales en 1949, ha perdido en los últimos años su credibilidad política y su eficacia institucional, siempre en dura y acomplejada competencia con las Comunidades Europeas. La elección del Parlamento Europeo por sufragio universal en 1979 constituyó el último golpe de gracia que el proceso político nacido del Tratado de Roma asestó a la vieja Maison de l'Europe, hoy convertida en lujoso y casi inútil Palais de l'Europe.¿Qué perdería el proceso de integración política europea si el Consejo de Europa cerrara un día sus puertas? Poco. Algo más que un simple lugar de encuentro de europeos alineados y no alineados en busca de una cierta homologación de convenios sobre derechos humanos y otras cuestiones relativas a problemas económicos, sociales y jurídicos, que en muy pocas ocasiones incluyen la obligatoriedad de cumplimiento a los Gobiernos firmantes y sí la excusa propicia para escapar a la ley.

El error del Consejo de Europa, en su planteamiento político, está en intentar competir con las Comunidades Europeas, que, a pesar de sus crisis internas, son, hoy por hoy, la única base sería para la culminación del proyecto político de unificación federal del viejo continente. El Consejo de Europa debió intentar, desde el nacimiento de la CEE de los seis, el incrustar a la Comunidad en su marco, reformando las viejas instituciones y comportamientos del Consejo para homologarlas en todo lo posible a las de la CEE en vez de competir con ellas. Mientras que en Estrasburgo no quede clara esta idea, en el peor de los casos algunos se dedican a esperar el hundimiento de las instituciones que residen en Bruselas y Luxemburgo, poco aportará el Consejo a la Europa política, salvo buenas palabras.

La credibilidad democrática del Consejo de Europa constituye el otro pilar de la crisis interna que atraviesa la institución europea. El Consejo se ha demostrado incapaz de reaccionar con firmeza ante cuestiones graves e importantes como lo son la lucha contra el terrorismo o la violación de los derechos humanos. La falta de un reglamento que automatice las decisiones de su comité de ministros y, sobre todo, la ausencia de voluntad política en este sentido, hablan por sí solas a la hora de los resultados.

Golpe turco

Ahí está el golpe militar turco. En Estrasburgo están deshojando la margarita de si son galgos o podencos, mientras el pueblo turco sufre la represión y la absoluta falta de libertades. Para colmo, algunos funcionarios bien pagados del Consejo, como el señor Furrer, del comité ministerial, no parecen tener muy claras las ideas sobre lo que es o no una democracia. Cuando se le dice que el Consejo debería expulsar a Turquía, él se limita a recordar las muertes por terrorismo en este país como justificando el golpe militar. Como si terrorismo de los delincuentes comunes fuera asimilable al Estado.

Con ideas como éstas podríamos haber visto sentado en el comité ministerial del Consejo a un representante del general Milans del Bosch o de Tejero, si hubiera triunfado en Madrid el golpe del pasado día 23 de febrero. Desde europeo en principio, nadie se hubiera opuesto a esta idea, ya que no iba a recibir España peor trato que Turquía, y, si abundamos en antecedentes, podríamos asegurar a los golpistas que durante dos años medio podrían permanecer dentro de la organización, dado que ése fue el tiempo que tardó el Consejo en expulsar a la Grecia de los coroneles tras el golpe de Estado de 1967.

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Pero no quedan aquí los ejemplos en lo que a credibilidad se refiere. Y España, joven nación dentro del Consejo, tiene ya su parte de culpa. Se quejan en Estrasburgo de que la Prensa europea apenas se hace eco de sus resoluciones y acuerdos. Se sienten discriminados. Pues bien. A partir de ahora las cosas irán mucho mejor, porque en la Dirección General de Información del Consejo acaban de fichar como alto funcionario español adjunto al director de portavoces ni más ni menos que al más eficaz propagandista del franquismo en Europa. Una persona que asumió funciones de información en Bruselas, harto conocida en los medios informativos y laborales de la capital belga, y apasionado defensor del franquismo contra la democracia y los demócratas durante los últimos años de la dictadura. Todo un ejemplo para la democracia europea y los derechos humanos que defiende el Consejo de Europa. Se sabe que el comité de personal del Consejo debatió a fondo este caso ante las múltiples protestas que llegaron al palacio europeo cuando se conoció el nombre y orígenes del personaje, pero la presión oficial de España eliminó y pasó por encima de las conciencias europeas y democráticas (sic).

Resulta, desde luego, desalentador el pensar que el Gobierno, y en especial el ministro de Asuntos Exteriores, no han encontrado en España mejor candidato a los altos niveles del funcionariado del Consejo de Europa. Y ello, muy a pesar de las protestas públicas que surgieron, desde un principio, en el palacio europeo y contra las que luchó empedernidamente el máximo representante de España en esa casa, cargo que ocupa desde hace ya muchos años. El embajador Mesia me dijo, hace pocos días en Estrasburgo, algo así como que «a lo hecho, pecho», y que el ministro Pérez-Llorca había enviado al nuevo funcionario europeo un telegrama de felicitación y que Felipe González no se había opuesto al tema. Todo es posible en estos tiempos de concertación

El embajador concluyó su conversación diciendo que no convenía airear el tema, porque podría dañarse el interés nacional. El interés nacional fue, en mi opinión, ya dañado con incluir a este enemigo de la democracia en la lista hispana de funcionarios. Sin embargo, no creo imposible que el tema tenga solución a estas alturas o al menos una salida más discreta para el bien de dos conceptos muy dañados en los últimos tiempos, como lo son democracia y europeísmo.

En fin, que de mal en peor y muy lamentable que es todo ello. Porque, aparte de los centenares de funcionarios que sólo piensan en su sueldo y reivindicaciones, en Estrasburgo permanecen viejos y leales europeístas que apenas pueden luchar contra la infernal maquinaria burocrática, aburrida y monótona hasta la saciedad. Falta la voluntad política, la iniciativa del secretariado general y la pronta reacción de su Asamblea de Parlamentarios. El nuevo secretario general parece dispuesto a emprender un nuevo combate y no se descarta que para ello pueda contar en la presidencia de la Asamblea con un español ilustre como lo es José María de Areilza. El embajador de España daría prestigio, talante democrático y peso político a la vieja casa de Europa, que debe reconducir su caminar por el sendero de la defensa, sin matices, de los principios democráticos y profundizar en la búsqueda permanente de la unidad europea, en colaboración estrecha con la CEE y nunca en su contra. De lo contrario, la desaparición del Consejo de Europa será tan necesaria como inevitable.

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