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"El efecto Tejero"

«Vivo en un país extraño». La cita, efectiliamente, es de Lévy. La referencia está hecha a un fascismo imposible, es decir, uno que cohabita los valores centrales de la ideoliogía nacional. ¿Orson Welles o Malaparte? Hasta pasadas las ocho creía estar viviendo una fantasía de los media, una superproducción desorbitada que venía a funcionar como apócrifo de la tan manida crisis. ¡Por fin, la democracia entraba en las ondas! Sorpresa. La escritura no era falsa; habría que empezar, lentamente, a cambiar los signos.El desengaño tomó su tiempo. ¿No sería todo esto un mal sueño tercermundista? ¿De qué túnel del tiempo salen estos energúmenos, estos perros de la guerra? ¿De qué mala foto de Ringart.... rexistas.... guardias de hierro ... ? ¿De dónde vienen estos extranjeros, estos fósiles del cuarenta? ¿De dónde esa jerga de capitán Garfio -el gag ¡ironía! con que Televisión Española nos invitaba a olvidar la crisis-: «Quedaos quietos u os rajo las tripas»? ¿De dónde salen estos fantasmas reaccionarios; en qué filas se esconden sus ideólogos? La respuesta es difícil; se necesitaría una ciencia nueva. La técnica ha sido pura. Ha fallado, quizá, la puntualidad de sus oficinas de Prensa; analfabetos teóricos, los mandos marginales se deben haber quedado inmóviles en la relativa certidumbre de las consignas. «Les drapeaux, changent et la maniére demeure»; yo, personalmente, era hasta hace unas horas crítico cultivado de esta hipótesis; deberé correg'lrme; hoy he aprendido una lección absurda: por todo cinismo, hoy, lo imposible es posible.

Estos viejos zorros, estrafalarios estilistas, nos han cogido por sorpresa (dudo que la inteligencia del país y la prospectiva internacional se havan anticipado): ¿no se han encerado acaso del nuevo sueño legalista, del sublege libertas de los más bizarros y crueles golpistas? ¿No se han enterado de que los golpes militares son ahora civiles? ¿De que los cuartelazos no son más que un caso de narrativa del realismo mágico americano? ¿No se han enterado de la necesidad de un fuerte aparato burocrático, de un operador ideológico relativamente sofisticado para coordinar siquiera la estabilidad temporal del sisteirna? Definitivamente, no. Uno se pregunta cómo interpretar los hechos, suponiendo que en esta nueva era del simulacro los hechos sean interpretables. Podemos ensayar dos respuestas: primero, que se haya tratado de un teatro de signos, de una antirretórica elaborada a plazos medios en la compleja densidad estratégica de los espacios de poder marginados, de una minoría arqueo-fascista extrañamente relacionada con los grupos de presión. Sinceramente, dudamos de esta prespectiva. En cualquier caso, de ser así, esta aventura desdichada tendría en su base, por toda ciencia, una insólita teoría de los límites. Sería, como con las fuerzas de autodefensa de Mishima, un suicidio programático, un Seppuku meridional que vendría a avivar los fuegos de la estética del mártir. Respetuosamente, dudamos que

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"El efecto Tejero"

Viene de página 11nuestros japoneses abrieran así, con semejante entereza, sus tripas al teatro de la vida. Segundo, que nos hayamos encontrado (sin sorpresa) frente al acting-out de siete años de agresividad mal reprimida. Deberíamos aceptar, entonces, la hipótesis ya antes presagiada de un foco de patología militarista en el cuerpo castrense, de una fuerza nihilista y temeraria en las filas del deber y la devoción. Patología esta que estaría poco de acuerdo con los códigos morales de la enfermedad y que escaparía intacta, por definición, a la justicia penal. No, no queremos para nuestros enfermos un habeas corpus -otro- interprofesional; queremos, de una vez por todas, oírlos hablar de su mal.

Ni un solo grito -decimos grito- se ha levantado contra el fascismo; en plena Europa y en la era de los microprocesadores, un único síndrome ha corrido como la peste: el miedo, el mismo miedo arqueológico de todas las plebes históricas. Somos -qué duda cabe- constantes, sabemos bien que al fascismo no se le grita. De más está decir que soy un partidario convencido de la discreción y la prudencia; un clásico, entre tantos otros, de la obediencia. Por unas cuantas horas hemos tenido la posibilidad de hacer sólo la introspección de nuestra libertad, último reducto de nuestros ejercicios democráticos. Los gritos sonarán, como es sabido, en otros ambitos, en la intimidad de los atropellos conyugales, en las tiranías de oficina; en la histeria, por fin, de las vidas solitarias. Saldremos, seguro, de esta perplejidad; las bestias volverán a sus bridas y todo habrá sido -¡magia de la nomenclatura! un incidente. Quedará, no obstante, la tarea perentoria de una definición.

Quedará por escribir largamente la historia de este día de carnaval. La tarea es difícil. El discurso político se ocupará, como es proverbial, de hacer su gesta; algunos seguiremos pensando que la democracia no se salva sólo reduciendo a los bárbaros, sino separando a los bárbaros del poder. El error quizá sería considerar mal los límites de esta ofensiva; no querer redescubrir la cadencia de un fascismo ordinario, resucitado, movilizado, una vez más, en los últimos pliegues del siglo. Como con Lacan, el fascismo no ha muerto; en el mejor -de los casos, es inconsciente. Patiens, quia aeternus... No festejaremos esta vez la victoria, solicitaremos garantías, una nueva dosis de certidumbre.

No hay respuestas. La, máquina esta ver se ha llamado Tejero (por darle un nombre), y su funcionamiento,..pl esperado: una Puesta en escena sainetera y castiza que, por varias razones creemos, no ha estado a la altura de las circunstancias. Irónicamente, estos señores de la guerra han montado el dispositivo para un orden de cabezas cortadas sin querer perder la etiqueta, el buen juicio que parece inspirar el hemiciclo. ¿De dónde esos modales reflexivos, esa parodia de urbanidad en medio del caos? ¿De cuándo es que el verdugo pregunta a su cliente si le duele la cabeza? ¿Dónde filosofan estos maestros del orden, si no es a la sombra de los estados mayores? ¿Quién hará, por fin, las verdaderas genealogías? No hay respuestas. Ahora es tiempo de curarse las heridas, de olvidar la revuelta de febrero, esa humillante parodia de justicia popular desde los rangos medios (¿?) representada con toda la seriedad, del fanatismo, y que ha dicho a las elites en su cara (recuerdo a Ipousteguy): «¿No quieres caldo? Dos tazas».

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