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La muerte del "más francés de los cineastas"

Falleció Rene Clair, un realizador con eran influencia en la cultura del siglo

René Clair murió como consecuenciá de un ataque cardiaco. El mundo de la cultura, políticos, sus conciudadanos, que lo valoraban como «el más francés de los cineastas», saludaron la memoria del que fue el primer director de cine que franqueó las puertas de la respetable Academia Francesa. Los hombres de cine del último cuarto de siglo lo calificaban como un creador del pasado.Anteayer, sobre la mesilla de noche de René Clair, reposaba el libro que leyó hasta los últimos momentos de su vida: los poemas de Verlaine. Este es, por encima de todo, el Re né Clair, hombre y director cinematográfico, que han despedido con emoción los franceses: el poeta del cine, el poeta de París, el hombre-poeta del buen gusto, de la finura, de un populismo tocado por la gracia del humor, que lo salvaba de la chabacanería. Varios ministros, el secretario general del Partido Comunista francés, Georges Marchais; actores, los amigos que le adoraban, todos ellos coinciden: Francia ha perdido no al hombre que era gran oficial de la Legión de Honor, gran cruz del Orden Nacional del Mérito, comendador de las Artes y las Letras, académico, sino, principalmente, el autor de Bajo los techos de París y El millón.

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Una educación clásica y sentimental

El poeta que era Clair respondía perfectamente a la sensibilidad francesa, tanto por su gusto, por lo medido, como por la exigencia del trabajo bien realizado. Cuando en 1962 ingresó en la Academia Francesa, Clair le hizo la visita protocolaria al presidente de la República, Charles de Gaulle. Y la conversación que mantuvo con él se centró esencialmente en «el estilo de un filme», tema que parece ser que también le interesaba a aquel personaje principal del supermercado de la grandeur francesa que fue el general. Ese estilo suyo es el que nadie ha imitado, ni en el mundo del cine ni tanipoco en la vida, según cuentan los que le conocian íntimamente. Respecto al barullo más o menos equívoco que envuelve todo lo relacionado con el cine, Clair era «otra cosa». Sólo sele conocía porque de cuando en cuando se proyectaba alguna de sus películas y porque, cuando raramente aparecía en público, se podía pensar de él que era un banquero retirado, pero no el creador exquisito y popular de la poesía de las callejuelas, de los techos y de los bistrots parisienses.

Quizá no tenga nada que ver, pero esa especie de aristocracia que le separaba a Clair de la atmósfera más específica de su gente se ha reproducido también cinematográficamente. Las dos últimas generaciones de cineastas franceses puede decirse que lo desconocen intencionadaniente.

Los historiadores sesudos dicen que Clair es uno de «los tres grandes» del cine galo, al lado de Jean Renoir y de Marcel Carne. Pero el diccionario de directores de escena, establecido por Claude Chabrol, Jean-Luc Godard y otros colaboradores antiguos de la revista Cahiers du Cinema, dice: «René Clair, un autor de filmes que desde el mudo ha aportado al cine francés inteligencia, finura, humor, un intelectualismo un poco seco, pero sonriente y de buen gusto».

Los más célebres directores de cine francés del último cuarto de siglo, en algún momento de su carrera, se han reconocido en colegas americanos célebres, pero nunca en René Clair. No pocos críticos, sin embargo, estiman que François Truffaut, con su película Jules et Jim, entre otras, es una continuación del estilo y de la fintira del autor de Todo el oro del mundo, de igual manera que Una mujer es una mujer, de Godard, pudiera revelar también otro alumno de Clair.

En 1977, el Instituto Francés de Madrid rindió homenaje al gran cineasta galo en una serie de actividades, al que asistió en persona el propio realizador. Durante el mismo, se proyectó lo más importante de su obra.

En 1978, declaraba René Clair: «Entré en el mundo del cine por casualidad, por accidente. Yo más bien quería ser escritor, novelista o poeta, y hubiese podido también seguir una carrera teatral. Pero siendo periodista encontré a la cantante Damia, que me hizo entrar en el cine como joven actor, especialmente en las cinenovelas de Louis Feuillade. Estaba mejor pagado que el periodismo, pero no estaba dotado para aquéllo, y mi éxito fue bastante limitado».

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