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El alarmante nivel de desempleo acelera en España el desarrollo del modelo italiano de "economía negra"

El desarrollo del modelo de «economía negra» o «sumergida» pone también de manifiesto la clara diferencia existente entre el desempleo y la pobreza, ya que ni todos los parados son pobres ni todos los empleados cubren sus necesidades sociales básicas. Entre los especialistas españoles en temas de empleo y paro se insiste ahora, especialmente en que lo más grave no es el desempleo en sí mismo, sino las consecuencias que éste tiene para los que no pueden cubrir sus necesidades básicas. Por ello, según las fuentes consultadas por EL PAÍS, es cada vez más necesario el establecimiento de programas específicos para garantizar un nivel de vida adecuado al conjunto de la población que complementen al programa económico global de creación de puestos de trabajo.El análisis de las cifras de paro ofrece un resultado ciertamente alarmante, pero entre todas ellas destaca la de población ocupada por la dramática evolución de la pérdida de puestos de trabajo.

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"Colocados" en el paro.

En 1980 el paro aumentó, en volumen absoluto, en 286. 100, mientras que la población ocupada disminuyó en 564.200. La diferencia entre ambas cifras es de 278.800. Por tanto, teniendo en cuenta que la cifra de jubilados se sitúa en torno a los 100.000, el resto pone de manifiesto que el volumen estadístico dé parados está por debajo del volumen real. Este ejemplo contradice, sin embargo, los deseos oficiales de resolver o mitigar un problema real convirtiéndolo habitualmente en un problema estadístico como si cambiando las cifras de un cuadro a otro desaparecieran del mundo las personas.

"Pequeñas mentiras, grandes mentiras ... y estadísticas"

En este sentido, es sorprendente la declaración que hizo anteayer a Radio Nazional de España el flamante secretario de Estado de Empleo y Relaciones Laborales, Manuel Núñez: «No podemos considerar como reales», dijo, «las cifras facilitadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE) del 31 de diciembre de 1980, en las que figuraban 1.620.000 parados, porque en ningún país de Europa se incluye en esa relación a los jóvenes con edades comprendidas entre los díeciséis y los diecinueve años».

La inercia oficial, que tiende a confundir problemas estadísticos con problemas reales, ha llevado a nuestras autoridades económicas a redactar un comentario oficial a los resultados de la encuesta de población activa en los siguientes términos: «De la cifra de 1.620.300 parados, solamente 452.400 son personas principales, lo que representa el 27,92% sobre el total del paró, habiéndose observado un aumento sobre el trimestre anterior de 43.200 personas principales en paro ».

De este comentario oficial («solamente 452.400 son personas principales», es decir, cabezas de familia) podemos deducir que al Instituto Nacional de Estadística o al Ministerio de Economía (del que depende) les parece poco que uno de cada cuatro parados sea cabeza de familia, y que esto sea así por pérdida del empleo anterior, ya que las personas principales no suelen ser buscadores de primer empleo.

No podemos olvidar, a la hora de cuantificar el desempleo real, el crecimiento acumulado en la cifra de parados desanimados que salen fuera de la población activa al dejar de buscar trabajo por aburrimiento o porque saben que de todas formas no lo van a encontrar. Estos llamados desanimados volverían a incorporarse a la población activa como buscadores de empleo en el momento en que aumentara la oferta de trabajo. La cifra acumulada estimada por especialistas solventes, desde el principio de la crisis económica a finales de 1973; se acerca a los 600.000 inactivos (desanimados), que son parados reales no contabilizados como tales en la suma estadística. Por ello, consideran estos expertos que a finales de 1980 la cantidad de parados reales sobrepasa los dos millones.

La cifra de dos millones, con ser dolorosa, es menos grave que la de pérdida de puestos de trabajo. Una cosa es que la economía no absorba las nuevas incorporaciones de jóvenes al mercado de trabajo, y otra bastante peor que además esté expulsando a una parte de los ya empleados.

La pérdida de puestos de trabajo fue de 270.700 en 1979; de 564.200 en 1980, y, por tanto, de 834.900, en los dos últimos años. Él ritmo de crecimiento de los puestos de trabajo en 1979 con respecto al año anterior supuso una pérdida de -2,26%, y de -4,82% en 1980 con respecto a 1979. La caída del empleo en 1980 con respecto a 1978 ha sido, por tanto, de 6,97%. Y ésta es la verdadera cifra que pone los pelos de punta a los especialistas en política de empleo consultados por este periódico.

Por otra parte, la población activa española está cayendo lenta pero progresivamente y ello amortigua, al disminuir la oferta de fuerza de trabajo, la gravedad del paro. La caída de la población activa en 1979 con respecto a 1978 fue de -0,08%, y de -2,24% en 1980 con respecto a 1979.

Otro dato sobresaliente es la menor rotación de parados-empleados y el alargamiento en el tiempo que una persona está en paro, ya que, en términos medios, este período ha pasado de 2-3 meses en los primeros años de la crisis a 6-12-meses en los últimos dos años. Además, ya no predominan los llamados recién entrantes (jóvenes y mujeres que buscan empleo por primera vez), sino los que están en paro por haber perdido su anterior empleo.

Los buscadores de primer empleo eran 417.900 (el 26,7%) en 1978; 529.500 (el 9,1 %) en 1979, y 577.900 (el 38,3%) en 1980. Frente a ellos, han crecido porcentualmente los que perdieron su empleo anterior, que eran 665.400 (el 20,9%) en 1978; 804.700 (el 29,5 %) en 1979, y 1.042.400 (el 56,7%) en 1980. De ahí el fuerte aumento de los cabezas de familia en paro.

La mujer y el niño, como "segundos ganantes"

En cuanto a las características de los parados, se observa que, en volumen absoluto, son más hombres que mujeres, pero, no obstante, la tasa de paro afecta más a estas últimas. En 1980, la tasa fue del 11,89 % para hombres y 14.34% para mujeres. Al aumentar el número de maridos en paro, la mujer y/o el niño entran en el mercado de trabajo buscando empleo para compensar, la pérdida de ingresos, y se produce.. así el «efecto añadido» de los considerados trabajadores secundarios o «segundos ganantes».

Por edades, el paro afecta fundamentalmente a los jóvenes entre dieciséis y veinticuatro años, que son 502.400. Sin embargo, estos árboles no deben impedirnos ver el auténtico bosque, que es el efecto del paro en el mismísimo corazón del mercado de trabajo, es decir, en edades comprendidas entre veinticinco y 54 años, que sumaron, en 1980, la tremenda cifra de 492.300.

La variable educación se está, mostrando en los últimos, años como un factor que no favorece al empleo, sino al contrario, ya que no son los más educados los que educados los que tienen más facilidades para encontrar trabajo. Ello no quiere decir que la educación sea mala en sí misma o que tengamos que estar en contra de mayores niveles educativos. Simplemente indica que el sistema educativo español está muy mal planificado de cara a satisfacer las necesidades del sistema económico. Es decir, la oferta y la

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demanda de trabajo van por caminos distintos, ya que la empresa pide conocimientos que el sistema educativo naturalmente no proporciona. Por ello, en toda política de empleo habrá que destacar ahora también la urgencia de reformar el sistema educativo, ajustándolo a la demanda de trabajo.El grado de estudios medios, del tipo de peritajes, con diez años mínimos de educación, es el más castigado por el paro, con el 19,58 % del total. El porcentaje de parados con estudios universitarios superiores es del 10,58%. Ello quiere decir que el 30% de los parados españoles tiene, como mínimo, más de diez años de estudios, lo que supone un claro despilfarro educativo desde el punto de vista económico, ya que la sociedad aplica una enorme cantidad de recursos que son escasos para personas inactivas en su edad potencialmente más productiva.

En cuanto a los distintos sectores económicos, la agricultura apenas está generando parados, ya que expulsa bastante menos que antes (21.000, en 1980). Resulta más significativa la pérdida de empleos en industria (60.900) y, muy especialmente, en servicios (97.200), ya que estos dos sectores básicos para el futuro deberían ser los encargados de crear empleo.

Geográficamente, las bolsas de desempleo se localizan tradicionalmente lejos de las corrientes del crecimiento económico, por lo que es grave pero comprensible el altísimo nivel de paro de Andalucía, Extremadura y Canarias, agravado ahora por la caída de la emigración interior y exterior.

Las últimas cifras manifiestan una nueva tendencia más preocupante, y es el crecimiento de las bolsas de paro en los lugares que tradicionalmente fueron creadores de empleo, como País Vasco, Madrid y Barcelona, así como en los focos aislados de crecimiento económico situados en torno a los polos de desarrollo de Laureano López Rodó, que se están hundiendo con la crisis (Valladolid-Zaragoza, Navarra, Guadalajara, etcétera).

En algunas ciudades, el porcentaje alcanza a uno por cada cuatro activos, como es el caso más grave de Cádiz, con un 26,5 % de parados, seguido de Granada (20,4%), Málaga (19,27%) y Badajoz (18%).

El análisis frío de las cifras últimas está obligando a los diseñadores de políticas económicas y a toda la clase política española a una reflexión que -según las impresiones recogidas por EL PAÍS- implica la elaboración de un nuevo programa económico global, cuyo objetivo prioritario sea la creación de empleo, por una parte, y la cobertura de las necesidades básicas, por otra. Es decir, lucha contra el paro y lucha contra la pobreza. También sindicatos y empresarios se plantean en estos momentos una nueva tendencia a cambiar el objetivo de más salarios por el objetivo de más empleo, como única forma de atajar el desarrollo acelerado de esta economía sumergida, incontrolada y golfa, de corte italiano.

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