Borges: "Todo se lo debo a los escandinavos, porque no me han dado el Nobel"
Jorge Luis Borges eligió muy bien sus libros, pero no tiene igual paciencia para combinar la comida, y así puede pedir para cenar, de primero, jamón de Jabugo; de segundo, vichysoisse, y de postre, plátano. El menú excéntrico y frugal es lo que menos le importa, aunque lo coma con deleite; lo que a él le interesa es la conversación, y conversa de modo incesante de uniformes, de militares, de la tortura, de lo que pasa en su país y de las etimologías.
Jorge Luis Borges hoy está en Madrid de nuevo, esta vez sólo de paso. Acaba de recibir en Italia, con lágrimas en los ojos, el homenaje italiano a su actividad de filólogo, lingüista y crítico. En Roma le entregó el presidente Pertini el Premio Baizan, uno de los mejor dotados y prestigiosos de Europa. «Todo se lo debo a los escandinavos; me premian por asociación de ideas. Como llevan tantos años hablando de mí para el Nobel, cuando otros piensan a quien deben premiar me premian a mí. Y así he obtenido premios incontables».Bromas aparte -Borges bromea constantemente, por otra parte-, a él le emocionó este premio «porque con él se honra mi amor por la palabra». Aunque dice luego el escritor argentino que cuando supo que aquel galardón premiaba sus actividades tilológicas pensó que «a lo mejor querían indicarme que no amaban mucho ni mis versos ni mi prosa». Lo que más le gustó de la ceremonia fue la brevedad italiana, que contrasta con la prodigalidad española o argentina. «En mi país se pasan quince minutos diciendo que no hace falta presentarme y luego diciendo que van a ser breves en la presentación, y así pueden estar una hora sin presentarme. En Roma ocurrió todo lo contrario».
Todo viene de Roma
En Roma, Borges dijo que los que esperan de él boutades consideran como una genialidad del autor. Todo procede del latín, afirmó. No es una frase, dice, sino el resultado de su convicción. Y precisa: «En realidad debíamos decir que todo procede de Atenas, porque Roma es una extensión helenística. No puede entenderse el mundo sin Atenas y Roma y sin Israel, porque tampoco puede entenderse el universo sin la Biblia. Estudiando estos hechos me he dado cuenta de que los conceptos abstractos, como patria o perdonar, tienen la misma raíz latina en la mayoría de las lenguas».
De ese tema puede pasar Borges a cantarte una milonga («sin palabras del campo, porque la milonga se hace para la ciudad»), mientras se interesa por los colores que ha usado Daniel Gil para la portada de la antología poética que de Borges está a punto de publicar Alianza en España. Le dicen que hay unos ojos de gato sobre un paisaje lunar en la portada del libro quejamás verá. «¿Y se le ven al gato las manitas? ¿Se le ven sólo los ejitos?», pregunta el escritor con insistencia, mientras acaricia el nuevo bastón que le sirve de soporte. «¿A que no adivina de dónde lo he traído?».
Pregunta para que no le pregunten. «A veces me dicen: "Y ¿qué sentido tiene eso que ha escrito usted?". Y yo digo simplemente que el sentido es exactamente el que tiene», Y también se pone en guardia contra los que le preguntan de política: «... Esa manía de algunos de calificar a Quevedo por sus opiniones políticas. Por cierto, hablando de Quevedo, ¿ha visto usted ese verso: No he de callar por más que con el dedo... ? ¿No es ridículo ese principio de verso? Y luego qué gran poema es ése».
Las dictaduras
No elude, finalmente, el tema político. Habla de las dictaduras con la ironía que practica constantemente: «Las dictaduras podrían ser buenas, pero en general no lo son. Porque la dictadura ilustrada es una utopía. Y las dictaduras militares son las peores». El condenó a los peronistas, que en una primera etapa habían encarcelado a su madre; luego consideró que la dictadura militar «era un mal necesario». Y ahora condena la violencia silenciosa y clandestina «que permite la existencia de los desaparecidos en mi país».
«Me suelen decir», cuenta Borges, «que el número de desaparecidos que se da es exagerado; a mí no me importa. Me basta con que haya un caso, una sola persona que haya desaparecido o esté detenida sin tener derecho a defenderse en un juicio público».
Sobre el Estado, en general, Borges recuerda lo que decía Spencer («es un mal»), y lo que le decía su padre, anarquista, en Montevideo: «Fíjate bien en las carnicerías, en las aduanas, en los uniformes, en las iglesias y en las carnicerías: todo eso va a desaparecer y tu lo contarás como una reliquia». Hoy, cuando la humanidad sigue sin ser vegetariana en su totalidad, persisten las banderas y hay que usar pasaportes para pasar de una puerta a Otra, Borges está más convencido de que tenía un padre utópico. Como él.
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