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Maniobra de EE UU para que fracase la conferencia de la ONU sobre el derecho del mar

Un gesto insolidario de una sola delegación, la de la nueva Administración norteamericana de Ronald Reagan, ha bastado para soliviantar los ánimos de la práctica totalidad de los 150 países que, durante las próximas seis semanas, intentarán redactar definitivamente un tratado que regule el derecho del mar.

En una maniobra de última hora, calificada de «descarada» en medios aliados, la Casa Blanca cesó durante el fin de semana, en vísperas de la apertura de la décima sesión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, a la delegación norteamericana en pleno, nombró una nueva bajo la presidencia del abogado James Malone y dio marcha atrás públicamente en los compromisos contraídos por los presidentes Gerald Ford y Jimmy Carter.Los propios aliados de Estados Unidos fueron los primeros sorprendidos y los países del Tercer Mundo los que se mostraron más airados. Reagan alega que su nueva administración tiene que tener las cosas mucho más claras antes de comprometerse en algo que puede afectar seriamente sus intereses. Aunque el presidente norteamericano evitó aludir al fondo del asunto, se da por sentado que estos intereses coinciden con los de los grandes consorcios mineros . de EE UU.

Así, el propio Financial Times reconoce que el Gabinete Reagan ha dicho si señor a la «ardiente campaña lanzada por diversas compañías mineras de Estados Unidos» contra el revolucionario régimen propuesto para extraer los nódulos tan ricos en cobalto, cobre, manganeso y niquel que yacen en el fondo de los mares.

De hecho, los nuevos dirigentes norteamericanos han pretendido con este nuevo gesto manifestar su voluntad de cambiar a fondo su política, no sólo en lo que respecta a la futura legislación marítima internacional -un elemento más del nuevo orden económico exigido por los países del Tercer Mundo-, sino de cara a los propios países del Tercer Mundo y su desarrollo.

De patrimonio común, nada

La revisión que se propone realizar la Casa Blanca se centra en un punto fundamental: las modalidades de explotación internacional de los recursos marinos. Nadie duda en los pasillos de la ONU que la Administración norteamericana ha decidido arrinconar definitivamente la consideración de tales recursos como «patrimonio común de la humanidad», tal como rezaba elProyectado tratado sobre el Derecho del Mar.

Entre otras circunstancias, se da la de que Estados Unidos depende por completo del extranjero en lo que se refiere a ciertos minerales estratégicos y que los países exportadores gozan en Washington de la consideración de «potencialmente inestables» a medio o largo plazo.

La Unión Soviética ha sido rápida en su reacción, calificando el boicoteo norteamericano como una maniobra que «beneficia a las multinacionales estadounidenses que pretenden la explotación incontrolada de las riquezas marinas en zonas internacionales».

El propio secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, no tuvo pelos en la lengua al inaugurar, el lunes, la conferencia, y advirtió a Estados Unidos, en una clara alusión, que «el delicado equilibrio entre los derechos y los deberes de los Estados no podrá mantenerse si algunos países adoptan decisiones unilaterales para proteger lo que consideran sus intereses nacionales». Y recordó a Washington que todas las naciones, «grandes o pequeñas, están interesadas en los recursos de los fondos marinos y en la conservación del medio ambiente de los mares».

El Departamento de Estado norteamericano reconoció ayer haber dado instrucciones a su nueva delegación para que «no se alcancen acuerdos definitivos en esta sesión» y, en cambio, se revise todo lo que ya estaba pactado.

«La nada ceremoniosa actitud de Washington», añadía Tass en su comentario, «demuestra una vez más su absoluto desprecio por la comunidad mundial de naciones, ya que ni siquiera se consultó el tema con sus más cercanos aliados». Para colmo de males, añade la agencia soviética, algunas de las personas que integran la nueva delegación norteamericana son conocidas por su «postura abiertamente contraria a la elaboración de un acuerdo aceptable», por lo que «no cabe duda de que Estados Unidos pretende hacer fracasar la conferencia».

Curiosamente, las empresas petrolíferas norteamericanas no comulgan con sus homólogas mineras. Shell, por ejemplo, afirmó públicamente, el pasado fin de semana, que el tratado encierra una «enorme importancia para el desarrollo petrolífero».

Y hay otro aspecto más de vital importancia que tenía claro Elliot Richardson, jefe de la delegación norteamericana hasta el pasado octubre, fecha en que presentó su dimisión tras la derrota electoral de Carter: el Tercer Mundo, a cambio de compartir la riqueza del subsuelo marino, está dispuesto a facilitar el tráfico de las grandes potencias navales a través de sus estrechos y rutas marítimas.

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