"Nunca habíamos visto una manifestacion tan numerosa y emocionante
El abrazo final de los dirigentes políticos que encabezaban la manifestación de Madrid resultó ser el símbolo de lo que la gente había expresado durante la marcha. Numerosas personas protagonizaron hechos insólitos, desde el punto de vista de la lógica política: gritar Viva el Rey con el puño levantado, y aplaudir y vitorear, los mismos manifestantes, a Santiago Carrillo y a Manuel Fraga.Ninguno de estos dos curiosos detalles pasó inadvertido a los líderes. Para Santiago Carrillo, significaba «la demostración de la voluntad del pueblo español de unidad frente a los golpistas »; para Felipe González, era «la conclusión de los ciudadanos, que han comprendido perfectamente lo que ha ocurrido en España en los últimos días y la manera de que no vuelva a repertirse». Simón Sánchez Montero opinaba igual: «La gente quiere la democracia, y dentro quiere que quepamos todos: la derecha y la izquierda». Mientras, Rodríguez Sahagún apuntaba: «Es un acto tremendamente positivo, que refleja en el pueblo madrileño los valores que confluyen en todos los españoles en defensa de la libertad, la Constitución y la democracia». Manuel Fraga, más ,lacónico, dijo que le parecía bien que las mismas personas gritaran Viva Fraga y Viva Carrillo, y respecto a la adhesión monárquica puño en alto comentó: «Mire, yo creo que no hay que levantar el puño nunca, pero si es para gritarViva el Rey se puede consentir. Usted ya sabe aquello de que se puede rezar fumando y fumar rezando ».
Alegría general
Los dirigentes de los partidos políticos estaban en verdad emocionados y contentos. «Es la manifestación más grande que he visto en mi vida, y eso que he visto muchas», fue el comentario de los comunistas. Felipe González, realmente emotivo, contestó: «Esto es inolvidable. Nunca, nunca podrá olvidar esto el pueblo. de Madrid ». Fraga, como siempre, ponía la nota de originalidad: «Mire, yo no soy un hombre que se emocione con facilidad. Todos estos gritos me parecen maravillosos y toda esta gente de aquí, pero el pueblo español debería apreder a acostumbrarse a ser menos pasional, y ahora lo que hay que pensar es en trabajar para consolidar la democracia. De todas maneras, lo que me parece muy positivo es que es la primera manifestación que conozco donde no se ha pronunciado para nada la palabra muera».
Manuel Fraga no debió de oír los gritos de «Muerte a Tejero» vociferados por unos cuantos en la glorieta de Atocha, gritos que Felipe González captó rápidamente y, megáfono en mano, comenzó a corear él mismo las auténticas ,consignas de la manifestación: «Democracla y libertad ».
Realmente, el espectáculo que se vislumbraba desde el comienzo de la glorieta de Atocha era Impresionante: miles y miles de personas no habían dejado un solo metro libre ni en los puentes, ni en las aceras, ni en las calzadas. Pese a la lluvia, de allí no se movía nadie. Simón Sánchez Montero comentaba: «¡Mira que haber tenido que ser precisamente hoy el día que interrumpiera eso de la pertinaz sequía!». Rodríguez Sahagún, con su rígido pelo algo ablandado por el agua, comentó: «Esto ha sido de alguna manera lo que me ha hecho venir sin gabardina y sin abrigo (el presidente de UCD vestía un traje azul), porque yo también quiero compartir los rigores del tiempo con el pueblo de Madrid».
Camacho y Fraga
Tal grado de compenetración con los sufrimientos populares no se daban en los otros líderes, todos ellos bien protegidos contra el frío y la lluvia. Lo cierto es que parejas tan extrañas políticamente como Marcelino Camacho y Manuel Fraga estaban la mar de contentos antes de iniciarse la marcha: «Le estoy metiendo mano a Marcelino», decía Fraga, entrelazando al dirigente sindical, y éste muerto de risa, le contestaba: «Sí, sí, Manuel, pero si no estuvieras tan gordo iríamos más anchos». «¿Gordo, yo?», replicaba Fraga. El optimismo reinaba desde los primeros momentos porque ya desde primera hora se preveía que la asistencia iba a ser multitudinaria,aunque luego se superaron todas las previsiones. «Con esto les demostraremos que no pasarán», decía el allancista Jorge Verstryrige. Y Rafael Calvo, secretario general de UCD, concluía con contundencia: «La manifestación demuesiTa que es suicida pretender, o seguir pensando, que el golpe de Estado tiene posibilidades en España». Al final, cuando la marcha concluyó y la gente regresaba a sus casas con la convicción de haber demostrado con firmeza su lealtad al Rey, a la Constitución, a la democracia y a la libertad, el presidente del Consejo de Estado, Antonio Giménez Blanco, pronunciaba unas palabras que muy bien habrían suscrito los restantes políticos: «Esta manifestación me ha compensado la amargura de la otra noche».
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