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En la República Federal de Alemania los museos son más populares que el fútbol

La nueva pinacoteca de Munich ha costado más de 4.000 millones de pesetas

Los museos de la RFA han registrado en el curso de los años 70 un auge sorprendente. En los aproximadamente 1.800 museos con los que cuenta el país, el número de visitantes se elevó en cinco años en un 50% y ha llegado a establecerse en los últimos dos años, el número de 35 millones de visitantes anuales. Esto significa que los museos tienen más eco en la población que, por ejemplo, el teatro o los estadios de fútbol. A este éxito de público corresponden numerosas nuevas construcciones y fundaciones que se superan mutuamente. La Nueva Pinacoteca de Munich, que se inaugurará en abril, ha costado, en efecto, cien millones de marcos (4.000 millones de pesetas), mientras el presupuesto del ambicioso complejo del Museo Ludwig, que se está construyendo en Colonia, ya supera esta suma con creces. No sólo en Stuttgart, Düsseldorf, Francfort o Berlín Occidental se crean actualmente nuevos museos. En la región de Renania, por ejemplo, está en marcha la construcción de veintiséis.Hasta que los «hijastros culturales» de la nación llegaran a esta situación privilegiada tuvieron que pasar en la posguerra por una penuria económica que no permitió renovación alguna. Esto comenzó, no obstante, a cambiar a mediados de los años sesenta, bajo la influencia de los museos norteamericanos y su trabajo de divulgación a base de exposiciones y programas didácticos. El éxito de público de la exposición conmemorativa de Durero, en Nuremberg (1971), concebida según estos criterios, fue la piedra de toque para la ampliación de la ayuda económica a los museos por parte de los organismos oficiales. Por fin fue posible una renovación y ampliación.

Con el tiempo no sólo se elevó considerablemente el presupuesto de los museos -los ocho museos de Colonia disponen actualmente de unos veinte millones de marcos anuales (ochocientos millones de pesetas)-, sino que se amplió el equipo de colaboradores, sobre todo con pedagogos y especialistas capacitados para una labor esencialmente pública. El auge general de los museos atrajo, por otra parte, las donaciones de colecciones privadas importantes para las que las ciudades han financiado gran parte de los nuevos museos creados con este motivo. Así han surgido los museos de Sprengel, en Hanover, de Wilhelm Hack, en Ludwigshafen o de Ludwig, en Colonia.

El mundo del museo, más bien introvertido y esotérico, se ha convertido con el tiempo en un acontecimiento abierto a un público cada vez más interesado y fascinado. A esto han contribuido, junto a la labor pedagógica y divulgadora, las exposiciones extraordinarias que atraen auténticas masas al museo. Sobre todo, cuando se trata de muestras monumentales de una época (los Stauffer, en Stuttgart) o de objetivos tan sensacionales como los tesoros de la tumba de Tutankamon o el oro de los mayas.

Imposibilidad de una investigación continuada

Pero no todo es positivo en este desarrollo. Muchos museos con tanta exposición extraordinaria han tenido que relegar la investigación y conservación de su propia colección a un segundo plano. Además, con el tiempo se ha tenido que reconocer que la euforia de prestar obras a todo el mundo no sólo diezma la propia colección temporalmente, sino, lo que es peor, causa daños irreparables en las obras en cuestión. Es interesante saber que las numerosas exposiciones internacionales no han supuesto hasta ahora la creación de unas normas internacionales para la seguridad de éstas. Sabido es, por ejemplo, que los cambios de temperatura, la extrema sequía y el estremecimiento a que se someten las obras de arte durante el transporte aéreo, a la larga, causan daños graves. Aún no existen acuerdos internacionales sobre el tipo de embalaje capaz de paliar estos efectos al máximo.Críticas a la labor didáctica y pedagógica que convierte a la obra de arte en un mero documento de una época o hace del museo un instituto de enseñanza con jardín de infancia, han movido últimamente a los museos a una mayor concentración en sus tareas tradicionales, como coleccionar, investigar y conservar. Es cierto que en algunas exposiciones tanta información sociológica e histórica casi impedían ver las obras artísticas y que en ciertos museos se exageran las relaciones públicas con programas audiovisuales y cursillos, por ejemplo, de pintura, que hacen olvidar la colección expuesta. Pero mucho más alarmantes que el aspecto didáctico han sido hasta ahora las exposiciones extraordinarias que a menudo han puesto al museo en función de los intereses y la representación de los políticos, que, dado su apoyo económico, se han infiltrado cada vez más en la administración de los museos, menguando considerablemente su soberanía. La nueva situación de los museos en la RFA ha creado, sin duda, múltiples problemas nuevos que sólo parecen tener solución si en el diálogo necesario tanto los museos como los organismos oficiales son capaces de replantear sus papeles tradicionales.

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