Leopoldo Calvo Sotelo, candidato inédito de la burguesía ilustrada
El candidato de UCD a la presidencia del Gobierno es un barón de 54 años, con perfiles bastante inéditos y, cuando menos, controvertidos. Leopoldo Calvo Sotelo es, según la versión más generalizada de sus censores, altanero, distante, frío, profundamente reaccionario, ignorante, aburrido e ineficaz. Para sus apologistas, sin embargo, es tímido, ingenioso, culto, tolerante, pragmático, posibilista, inteligente y desprendido. Para unos será Leopoldo el breve, mientras que para sus leales «habrá Leopoldo para rato». No es posible recoger opiniones moderadas sobre el candidato: o son blancas, para los amigos, o muy negras, para los enemigos e indiferentes. Sin embargo, hay indicios que permiten proyectar al personaje como un notable representante de la burguesía ilustrada y un entronque con la Monarquía constitucional de la restauración a partir de su sorprendente evolución, desde la intransigencia de los jóvenes vírgenes del nacional catolicismo a la tolerancia de los políticos posibilistas. En todo caso, nos enfrentamos a una personalidad, desde todos los puntos de vista, complejísima. Y gallega.
La impresión que causa el candidato Calvo Sotelo a los mortales que le conocen por primera vez suele ser habitualmente negativa. Tiende la mano, desde arriba, estira el brazo, marca una clara distancia física, crea un campo impenetrable, eleva la barbilla, entorna los ojos y, después de saludar secamente, frunce el ceño y olfatea dos veces al adversario.A partir de ese momento, la personalidad de Calvo Sotelo se humaniza con un diálogo educado y amable, siempre frío. Es un hombre de grandes silencios, que unos atribuyen a su enorme sabiduría y prudencia y otros a su tremenda ignorancia. Guarda las sonrisas como oro en paño y las reparte a escondidas sólo entre sus amigos. Pueden considerarse amigos de «primo Poldo» aquellos que han tenido el privilegio de verle reír. Por eso son tan pocos.
Sus críticos le consideran aburrido y timorato. Sus valedores le tienen por hombre divertidísimo y lanzado, con un finísimo humor tan sólo explicable por su retranca gallega. A Leopoldo se atribuyen preguntas como la siguiente: «¿Está don Landelino en su despacho o está ya expuesto?». Se divierte con la regla de cálculo o contemplando el firmamento con su telescopio de 2,5 pulgadas, aunque también monta en bicicleta y pasea con su esposa, cogidos de la mano.
Todos estos contrastes, recogidos entre personas solventes de la vida política y económica española, muestran la complejidad del personaje y, muy especialmente, su carácter realmente inédito. Por ello es un hombre cargado de sorpresas, capaz de marcar un estilo político distinto para la nueva época de los gestores de la cosa pública que puede comenzar tras la votación de investidura: la burguesía ilustrada.
Por sus obras no le conoceréis
Lo más destacable de su ya dilatada vida pública es la imposibilidad de definirle políticamente por sus obras o por sus gestos. Siempre actuó de mediador, de moderador, de contemporizador, de puente, sin comprometerse con ningún partido, familia, tendencia o líder político. Pasó por el franquismo sin pertenecer a ninguna de sus tribus. Y, curiosamente, siempre trató de situarse en el ala más progresista del poder constituido. N unca fuera del orden establecido.
Que es un hombre singular lo demuestra el hecho de haber evolucionado al revés que la mayoría de los ciudadanos. Con el tiempo ha pasado de la derecha intransigente a la derecha civilizada. Su personalidad política se fraguó en la adolescencia y juventud dentro del nacionalcatolicismo como miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y de las Juventudes Monárquicas, en las que ingresó en 1942.
A «primo Poldo» le atribuyen, entre otras gamberradas de aquellos grupos llamados «jóvenes vírgenes», el haber participado en la protesta activa -con asalto a pedradas incluido- contra la exhibición en Madrid, en los tristes años de posguerra, de la atrevida película Gilda, en la que Rita Hayworth lucía pecaminosos trajes ajustados de fulana elegante. Oscuros biógrafos aseguran que Miguel Sánchez Mazas y José María Ruiz Gallardón eran agitadores de aquellos «comandos moralizantes» que secretamente alentaba Federico Silva Muñoz como líder.
A partir de estos antecedentes «ultras», el joven Poldo fue moderándose con el tiempo y haciéndose menos reaccionario y más progresista. La necesidad de ganar pronto un sueldo para mantener a su madre y cuatro hermanas (su padre murió en 1933) le obligó a aplicarse en los estudios de ingeniero de Caminos y a colocarse en 1951, durante el último curso de la carrera, en el Servicio de Estudios del Banco Urquijo de la mano de su tío Francisco Bustelo (que estaba ligado al Urquijo por Industrias Aragonesas) y del padre de los diputados socialistas Javier y Luis Solana.
Para ganarse la vida, Leopoldo fue perdiendo dogmatismo doctrinal y ganando pragmatismo empresarial. En el banco destacó pronto como un joven notable y un buen partido. Casó con Pilar Ibáñez, hija del que fue ministro de Educación con Franco, y a la que conoció mientras discutía la rebeldía universitaria de su escuela con el entonces ministro y después suegro, señor Ibáñez Martín.
"...un cierto hartazgo de capitalismo"
Desde 1951 a 1967, en que aparece por primera vez en la vida pública, bajo la tutela del ministro de Obras Públicas Federico Silva Muñoz, se dedicó a sus actividades de gestión empresarial, primero, en Perlofil, empresa del grupo Urquijo dedicada al nailon, y más tarde, en Unión Española de Explosivos, del mismo grupo.
Su incorporación a la política del franquismo fue un salto a la fama en 1967 como presidente de la Renfe, un feudo del Cuerpo de Caminos. El propio Calvo Sotelo lo explicó así en 1974 en una entrevista publicada en el libro Los lucenses: «Fue la insistencia de mi amigo el ministro (Silva Muñoz) y también un claro y antiguo deseo mío de prestar un servicio público. Tal vez una cierta vocación política, que yo he creído tener desde pequeño, me hace preferir el servicio directo, como el que se puede prestar desde un ministerio o en una empresa nacional, y no digamos en la Renfe. De manera que un deseo de servicio público, más un cierto hartazgo de iniciativa privada y de capitalismo, más la presión amistosa de un ministro, me llevaron a tomar una decisión importante a mediados de 1967, que fue la de aceptar la presidencia de Renfe». Desde luego, un hijo de la oligarquía no pronuncia estas palabras ni en broma, ha comentado uno de sus colaboradores.
Silva pretendía ser entonces un oasis de eficacia en el desierto, el ala progresista -con perdón- del franquismo que se atrevía a enfrentarse al todopoderoso Opus Dei. Y allí estuvo Calvo Sotelo. Poco después dimitió por discrepancias con su amigo Silva. Desde 1968 colaboró en la elaboración del II y III Plan de Desarrollo como empresario del sector químico, al que regresó como consejero delegado de Explosivos, y en 1971 se presentó a procurador sindical representando a su patronal.
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Leopoldo Calvo Sotelo, candidato inédito de la burguesía ilustrada
Viene de página 16Desde ese momento participó más activamente en la vida oficial del régimen franquista como presidente de la Comisión de Obras Públicas y miembro de la Comisión de Leyes Fundamentales en las Cortes. Sin embargo, mantuvo siempre su devoción monárquica de toda la vida y pasó de puntillas, procurando no hacer ruido a través de las adhesiones inquebrantables y las condecoraciones que imponía la dictadura.Una de sus virtudes para llegar sin desgaste a donde está es, según algunos de los que han trabajado con él, su capacidad para no comprometerse en solitario en decisión alguna. Leopoldo, pese a su larga vida política, se mantiene inédito. «Nunca toma decisiones equivocadas, porque nunca toma decisiones», nos ha comentado uno de sus antiguos colaboradores. «No tiene prisa y da la impresión de que, hasta en los detalles más insignificantes, se reserva para cuando llegue su oportunidad». De esta manera, pasó por Fedisa, por Reforma Democrática y pasará por Unión de Centro Democrático.Más administrador que reformadorEl mes pasado preguntaron a Calvo Sotelo, como vicepresidente económico del Gobierno, si pensaba autorizar la subida de las tarifas eléctricas. Leopoldo contestó con una precisión de filigrana: «Creo que en una próxima Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, que será presidida por Adolfo Suárez, el ministro de Industria y Energía, Ignació Bayón, tiene la intención de presentar la propuesta de subida de tarifas eléctricas». Aunque, como monárquico, reconoce desde antaño tener un solo jefe, sus padrinos políticos han sido Silva, Fraga, Arias Navarro (con quien fue ministro de Comercio) y Suárez (como ministro de Obras Públicas, portavoz de UCD en el Congreso, ministro para las Relaciones con la CEE y vicepresidente Económico). En todos los casos ha pasado por los diversos ministerios y otros cargos como el rayo de luz a través del cristal, sin romperlo ni mancharlo. Le acusan de confundir el «dejar hacer» por el «dejar de hacer». No se le recuerdan decretos, reformas, órdenes ni discursos hasta que llegó a la vicepresidencia. Ha tenido bastantes oportunidades para iniciar reformas que sugirieran al público las características de su modelo de sociedad y de Estado, si los tiene, pero hasta ahora sigue siendo políticamente indefinible, casi apolítico; todo un gestor.Para Leopoldo gobernar no es promover reformas en la sociedad o en el Estado que alumbren el futuro -aunque sea a gorrazos, como pretendía Abril Martorell-, sino más bien administrar honesta y eficazmente los recursos que la sociedad pone en manos del Estado. Por ello, Calvo Sotelo es más administrador que reformador, más conservador que progresista. Es la .hora de la nueva tecnocracia, ya que para reformár hay que asumir riesgos, a los que el candidato no parece estar acostumbrado ni dispuesto.Su personalidad encaja cómodamente en la imagen de jefe de Gobierno a la italiana, político florentino, complicado y posibilista, algo gris y nada brillante o ruidoso. No es hombre de salones ni fiestas ni risas. Desinteresado por la publicidad, no trata de agradar a toda costa, y tampoco le importa desagradar, sin cambiar, eso sí, el timbre educado y amable de su voz.A veces su enorme timidez le hace violento en privado. Sin embargo, en público muestra cierta soberbia contenida. «Siempre se comporta como un caballero», según señoras de buena familia. En ocasiones no puede ocultar, a pesar suyo, un cierto calor humano, simpatía y generosidad.Su pasión por las matemáticas y la astronomía -ciencias tan poco exactas- garantiza su carácter posibilista y especulativo. Calvo Sotelo es todo menos un progresista, pero también es todo menos un dogmático. Mirar al cielo por la noches, sin las urgencias del día a día, para identificar estrellas y medir constelaciones, calcular con telescopio o regla de cálculo distancias galácticas, o incrementos ínfinitesimales, pensar en términos de años-luz, es una diversión que nunca agradeceremos suficientemente los españoles a este sabio «barón».El ritmo de gobierno de Calvo Sotelo no tiene el nervio rápido del segundero de un reloj, sino el equilibrio de los astros, la serenidad del firmamento. Leopoldo, según él mismo asegura pausada y lentamente, «no se merienda la cena». Es un corredor de fondo que se acerca a una meta para la que se estuvo preparando secretamente y sin ninguna prisa desde pequeño.Ni advenedizo ni oligarcaVive como un buen burgués -sin ostentación de advenedizo ni decrepitud de oligarca-, en un chalé de Somosaguas- próximo a la Casa de Campo de Madrid, en el número 1 de la calle del Búho. Leopoldo es un gran observador y un gran curioso. Habla poco, pero se fija mucho. Es un interiorizador. Disfruta de la vida familiar e, incluso, conversa a menudo con sus ocho hijos. En familia luce la sencillez y normalidad de la burguesía de toda la vida. «En su casa se come modestamente, porque vive sólo de su sueldo y su mujer debe medir bien la cesta de la compra», nos ha declarado uno de sus colaboradores más próximos.Sus inclinaciones matemáticas y físicas le hacen riguroso contra la improvisación, perfeccionista enfermizo. Es metódico y ordenado y trabaja «cada cosa a su tiempo». También suele decir que «cada día tiene su afán». Utiliza el lenguaje con precisión logarítmica, lo que prueba que ha leído a los clásicos. Cita a menudo a Cervantes, y en sus moderadas reprimendas trata siempre de buscar zonas de convergencia y de consenso como buen erasmista. Una gran parte de los 15.000 libros que posee están leídos o, al menos, manoseados. Ha recorrido medio mundo y habla tres lenguas. Sorprende por su cultura enciclopédica y conoce detalles científicos inútiles para el resto de los mortales. Como los campesinos gallegos, sabe, por ejemplo, cuándo va a llover y entiende inclusive como pocos las isóbaras y los anticiclones del mapa del tiempo.Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo es, en fin, más ordenado que brillante, más eficaz que imaginativo, más coherente que espectacular, más temeroso que audaz, más administrador que reformador, más de derechas que de izquierdas, más conservador que liberal y, como ha dicho recientemente en Le Monde un francés envidioso, «es demasiado lógico para ser español».
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