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Las calamidades naturales y las guerras se ceban en los países ribereños del Sahara

El número de hambrientos de la Tierra crece todos los años: el mundo tiene cada día más hambre. Los más necesitados y pobres producen cada vez menos alimentos. Los ricos, los ahítos, por el contrario, obtienen cada vez mayores rendimientos de sus campos. Particularmente, cerca de Europa y especialmente tocados por las sequías, las heladas, los terremotos, las guerras y todas las calamidades naturales y provocadas, un grupo de países, en su mayor parte del Sahel, son un ejemplo típico de cómo en este planeta el Norte fértil se aleja cada día más del Sur árido. Este conglomerado de países ribereños del Sahara en su mayoría comprende a Mali, Níger, Chad, Sudán, Somalia, Senegal, Alto Volta y Nigeria, pero también a un cinturón de hambre y pobreza que se prolonga a zonas de Mauritania, Guinea Bissau, Uganda y Etiopía.

En el Sahel, la situación es tan preocupante que algunos expertos afirman que, de prolongarse las actuales circunstancias, la vida puede desaparecer de vastas regiones de ellos en los próximos años. Desde luego que existe una opinión contraria, como la expuesta por la periodista Sophie Bessis en su excelente libro El arma alimentaria. Sostiene Bessis que la colonización, primero, y el neocolonialismo, después, con su afán de acceso a las materias primas, han interrumpido el ciclo natural de desarrollo de esas sociedades africanas para llevarlas a una supeditación total de esa explotación de las materias primas necesarias a Occidente.Los organismos internacionales de ayuda humanitaria no salen mejor parados en el citado libro, que les acusa de estar a miles de millas de distancia de las realidades concretas de cada país. A tal punto, según se explica, que en mucho de ellos los funcionarios locales se dicen: «Si nos dieran todo el dinero que estos expertos se gastan en estudios, programas, viajes a la selva, podríamos quizá iniciar por nosotros mismos el desarrollo de nuestros países».

La teoría de Bessis, que por, otra parte no es original, es que las sociedades africanas fueron autosuficientes en la producción de alimentos antes de la llegada de la colonización, y que ésta tergiversó el desarrollo natural.

La realidad concreta es, como probaba un informe del Banco Mundial de 1978, que un tercio de la población del Sahel vive en la pobreza más absoluta y que el grupo de países sahelianos, por sí solos, proporcionan la mayor parte de los cuatro millones de refugiados de Africa.

Las sequías les azotan endémicamente. La catástrofe de los años sesenta tuvo como consecuencia la caída del desarrollo del crecimiento agrícola durante la década de los años setenta. A principios de los ochenta han vuelto las sequías. El hambre, las guerras, los refugiados, la caída de los Gobiernos, se extienden por la región. Las ayudas, cuya eficacia es puesta en duda hoy, se hacen imprescindibles para dar de comer a esas poblaciones. En algunos países, como Mali y Alyo Volta, la ayuda es equivalente al 60% de las importaciones.

Uso de la ayuda para los fines de la política exterior

La mayoría de los donantes, sin embargo, ha convertido la acción de ayuda en un instrumento de su política exterior. Más aún: muchos la condicionan a que se importen productos del país que la proporciona, con lo cual sólo una parte reducida de los presupuestos de ayuda sale en realidad del país que la presta.Si los países occidentales son cada día más reacios a ayudar, los socialistas no ayudan en absoluto, porque entienden que la situación presente es una consecuencia de la colonización y del neocolonialismo que ellos, pretenden, no practican ni practicaron, y, en consecuencia, no se sienten obligados.

Las sequías han hecho que todo sea revisable y revisado. En Mali, el congreso del Partido del Pueblo, celebrado a principios de febrero, parece haber concluido que el modelo de desarrollo económico socializante introducido por Modibo Keita y continuado por Mussa Traere no permite resolver los problemas del país. Mali se inclina hoy por el retorno a la iniciativa privada e incluso por su reingreso en la zona del franco.

En Níger también hubo cambio de Gabinete a principios de febrero, motivado por las huelgas estudiantiles y la situación interna. Resultado: menos militares en el Gobierno, pero nada nuevo para el país.

La sequía y la escasez de alimentos derivada parece haber sido la causa profunda del golpe de Estado del pasado 14 de noviembre en Guinea Bissau. Dar de comer a los guineanos sigue siendo el problema principal del Gobierno. El PAIGC había prometido, al tomar el poder, la autosuficiencia alimentaria en dos o tres años. Después del 14 de noviembre todo el sistema de distribución y producción está en entredicho. En cualquier caso, las cosechas de este año se han perdido ya en un 80%, y el país habrá de importar en 1981 unas 70.000 toneladas de cereales, contra las 47.000 que importó el año pasado.

La renuncia a finales del año pasado del presidente senegalés, Leopoldo Senghor, es probablemente uno de los gestos más inusitados en Africa desde la década de las independencias 1960-1970. Nadie había abandonado el poder en Africa hasta ahora por voluntad propia. Senghor promociona ahora un socialismo norteafricano que, de momento, surge viciado, porque excluye a aquellos que en verdad se encuentran más cerca del socialismo, como el FLN argelino, la oposición egipcia de Khaled Mohieddine, la oposición sudanesa, y que cuenta con las reticencias de otros, como el partido socialista marroquí.

La enfermedad de Chad es de sobra conocida. Libios y franceses han contribuido a darle eco mundial. Menos conocida, pero igualmente dramática, es la situación interna de Uganda, que padece aún las secuelas del período Idi Amin y conoce auténticas hambrunas, con un pillaje sistemático del campo y una indescifrable anarquía económica.

Cuatro presidentes en casi dos años han sido ya víctimas de la situación: Yussuf Lulley, Godfrey Binaissa y Paul Nangwe, a los que hay que añadir al ex dictador, que sigue engordando en La Meca.

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