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La gripe y el sarampión, enfermedades infecciosas más frecuentes en España durante 1980

El boletín epidemiológico del Ministerio de Sanidad referido al pasado año indica que las enfermedades de declaración obligatoria (infecciosas) más frecuentes en España a lo largo de 1980 han sído la gripe y el sarampión. Entre las enfermedades de alta incidencia se citan igualmente la varicela, la fiebre tifoidea, la disentería bacilar, la tuberculosis, la brucelosis, la escarlatina, la meningitis meningocócica y el carbunco. Estas enfermedades son producidas por agentes patógenos externos (virus, bacterias) y muchas de ellas, especialmente las dos más frecuentes, tienen ya su vacuna correspondiente en todas las farmacias. Lo cual no ha impedido, al parecer, su aparición masiva entre la población española.

La inmunización de la población ante todos los agentes patógenos mediante las vacunas es todavía un sueño para muchas enfermedades, pero ofrece una realidad asombrosamente actual precisamente en estos momentos en que una grave enfermedad del pasado, la viruela, ha dejado oficialmente de existir y ya no es necesario siquiera vacunarse contra ella. Este no es el caso, ni mucho menos, de otras enfermedades, para las que no se conoce vacuna ni existe gammaglobulina específica. Y, como acabamos de ver, no es siquiera el caso de enfermedades, como la gripe y el sarampión, extraordinariamente frecuentes y para las que sí existen vacunas.

En general, puede afirmarse que la mejor manera de evitar la infección es prevenir el acceso de los microbios al organismo. La principal línea de defensa es, por su puesto, la piel misma, que, si está intacta, es impermeable a la mayoría de los agentes infecciosos. Además, la mayoría de las bacte rias no sobreviven mucho tiempo en la piel, a causa de los efectos in hibitorios directos del ácido láctico y de los ácidos grasos del sudor, y también debido a las secreciones sebáceas.

Por otra parte, la mucosidad que segregan las membranas de las superficies internas del cuerpo actúa como barrera protectora igualmente, y puede inhibir la pe netración de virus en las células, además de expulsar las partículas extrañas o atraparlas para su posterior expulsión (mediante la tos, por ejemplo, en el caso de las vías respiratorias). Otros factores mecánicos que ayudan a proteger las superficíes externas son las ac ciones de lavado ejercidas por las lágrimas, la saliva y la orina, sin contar con el hecho de que muchos de los fluidos orgánicos contienen componentes bactericidas. Tal es ei caso de los ácidos deljugo gástrico de la espermina del semen, y de la lisozima de las lágrimas, la saliva la mucosidad nasal.

La defensa interior

Si a pesar de todos. estos mecanismos de defensa exterior los microorganismos penetran en el cuerpo, entonces se ponen automáticamente en marcha dos mecanismos principales de defensa interior: el efecto destructivo de fáctores químicos disueltos en la sangre o en la linfa (por ejemplo, las enzimas bactericidas), y el mecanismo de fagocitosis, mediante el cual unas células defensivas literalmente se comen al microorganismo invasor.

Entre las sustancias bactericidas solubles elaboradas por el organismo, la más extendida, y a la vez la más abundante, es la enzima lizosima. También hay que citar al interferón, del que tanto se habla en la actualidad como posible ayuda en la lucha contra el cáncer. Sin ir tan lejos, la acción del interferón es muy importante en la recuperación de las infecciones virales, aunque no en su prevención.

Por lo que respecta a la fagocitosis, se trata de un fenómeno debido a dos tipos principales de células, responsables del atrapamiento y digestión de microorganismos: los micrófagos (neutrófilos polimorfonucleares) y los macrófagos, mucho más grandes. Los neutrófilos son los glóbulos blancos más numerosos de la sangre, pero tienen una vida muy corta y no se dividen. En cambio, los macrófagos están particularmente concentrados en el pulmón, en el hígado, y bordeando los sinusoides del bazo y de la médula de los ganglios linfáticos, donde se encuentran de forma estratégica para servir de filtro a las materias extrañas; los macrófagos son células de larga vida. Los mierófagos constituyen la principal defensa contra las bacterias piogénicas (formación del pus), y los macrófagos son muy útiles, en cambio, para combatir a las bacterias, virus y protozoos que viven dentro de las células del enfermo.

Estas células fagocíticas, auténticas devoramicrobios, constituyen un potencial defensivo muy importante, pero necesitan un «sistema de complemento» para poder ponerse en contacto directo con el microorganismo invasor, porque si no resultan completa mente inútiles, por numerosas que sean. Este sistema de complemento actúa a la manera de un radar químico, poniendo no sólo en con tacto al fagocito con el microbio invasor, sino alertando al resto de los fagocitos para que acudan allí donde existen los tales microbios invasores.

Una vez que, gracias al sistema de complemento, el microbio está en contacto con el fagocito, falta por activar la deglución, ya que no siempre se produce ésta de form inmediata. El organismo tiene para ello una solución muy ingeniosa: la producción de moléculas variable adaptativas, llamadas anticuerpos que activan ;a la vez el sistema de complemento y la fagocitosis, al pegarse a los mieroorganismos in vasores. El organismo humano asegura su defensa produciendo anticuerpos específicos para cada tipo de elemento invasor.

Inmunización pasiva y activa

Esta inmunidad proporcionad por los anticuerpos se llama inmunidad adquirida, ya que aparece paralelamente a la infección. Po otra parte, esta inmunidad adqui rída actúa facilitando los mecanis mos de la inmunidad innata (la de los fagocitos y las sustancias bacte ricidas solubles).

Ante este panorama del sistema inmunizador natural del organismo cabe preguntarse cómo es posible que, aun así, caigamos enfermos. Pero los agentes infecciosos son tan numerosos y variados que es prácticamente imposible que el organismo lleve siempre las de ganar, a pesar del formidable aparato defensivo que acabamos ,de describir. El hombre ha tenido que idear, por tanto, sistemas de inmunización artificiales. En primer lugar, una inmunizacion pasiva, que proporciona una protección, temporal contra las infecciones aplicando anticuerpos de otro individuo de la misma o difereiite especie. Estos anticuerpos, recibidos del exterior, se gastan al combinarse con el antígeno invasor o son metabolizados normalmente, lo que significa que la protección sólo es efectiva durante un tiempo y acaba desapareciendo gradualmente.

Si la inmunización pasiva es producida mediante la inoculación de anticuerpos homólogos, es decir, de la misma especie animal que el enfermo, caben dos casos: la inmunización materna y la inyección de gammaglobulinas. En el caso de los primeros meses de la vida de un niño, cuando su propio sistema linfoide está aún en lento desarrollo, los anticuerpos que le quedan de la madre, de cuando el feto se encontraba en el claustro materno, le confieren protección. También ,adquieren inmunidad pasiva los bebés por absorción intestinal de las inmunoglobulinas calostrales.

Cuando la inmunización pasiva se debe a la inoculación de gammaglobulinas procedentes de sujetos adultos se obtiene una potenciación transitoria, pero muy interesante, de las defensas mediante el refuerzo de los anticuerpos específicos contra la infección. Es importante volver a señalar que esta inmunidad es pasajera. Actualmente existen preparados en las farmacias de gammaglobulinas contra las paperas, el sarampión, el tétanos, la rubéola, la tos ferina, la viruela y el factor Rh.

Si los anticuerpos que se inoculan son heterólogos (procedentes de otra especie animal), tenemos una inmunización igualmente válida, aunque produce complicaciones a veces más graves que la enfermedad misma, por lo que está en desuso.

La inmunización activa, o sea las vacunas, tiene, por su parte, la ventaja de proteger de forma indefinida, ya que crea en el organismo las defensal, apropiadas contra la infección correspondiente. La vacunación produce niveles adecuados de anticuerpos y una población sensibilizada de células productoras que, en contacto con el microbio atacante, pueden reproducirsé rápidamente.

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