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La frontera infranqueable

La tarde de ayer volvió a verse manchada de sangre. Y no vamos a decir «de una sangre diferente», porque no hay diferentes clases de sangre, como no hay violencias buenas y violencias malas, como no hay injusticias aceptables e injusticias intolerables. Cuando la frontera de los derechos humanos se cruza, hágalo quien lo haga, se ha entrado en el terreno de la inhumanidad.Esta sangre, además -la de un etarra derramada en una comisaría-, llega, para colmo, en el peor de los momentos: en el que una sociedad parecía unida y unánime contra la violencia de los terroristas, en el que una sociedad respondía a los asesinos con las manos limpias de la libertad y de la justicia.

No queremos -no podemos, además- entrar en el juicio de los detalles de esta muerte, que investigará como es debido la comisión correspondiente. Pero sí queremos proclamar que errores así no quitan, pero sí enturbian, los argurnentos y razones con los que la sociedad se opone a la violencia.

Es cierto que, al parecer, se trataba de personas violentas y responsables de muy serios crímenes contra el país. Pero la sociedad tiene frente al violento un derecho: la justicia. Mas también un deber: el respeto a su vida y sus derechos, salvo que una sentencia judicial emitida por los tribunales decida recortárselos. ( ... )

Un grave error, en resumen, para nuestra democracia. Un error que llega en el peor de los momentos. Un error que debemos denunciar si queremos tener autoridad moral para denunciar las violencias asesinas. Un error que será necesario clarificar y reparar. Porque si se le echase tierra encima, la sociedad entera se haría responsable de él.

14 de febrero.

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