Un Ejército nacionalista y contrario a la represión
El Ejército polaco es el único de todos los de la Europa del Este que en sus uniformes no lleva ningún distintivo comunista (hoz, martillo o estrellas rojas). Sobre los tonos caquis destacan los colores nacionales, blanco y rojo, en las gorras y las hombreras.Es todo un símbolo. Históricamente, el Ejército y la Iglesia fueron las instituciones que conservaron la identidad nacional, cuando el Estado desapareció. Por ello, los polacos afirman que «su» Ejército es «primero el Ejército de Polonia, después pertenece al Pacto de Varsovia y, en último lugar, es del partido comunista».
Si la Unión Soviética fue incapaz de transplantar fielmente su «socialismo real» a Polonia: la colectivización forzosa, la industrialización gigantesca o la política represiva contra las voces críticas, el Ejército no fue una excepción, salvo la etapa de «sovietización» del general Rokossosky (1949-1956). La ascensión al poder de Wladislaw Gomulka trajo consigo la «polonización» del Ejército, llevada a cabo por Marian Spycholski.
A pesar de que el 85 % de jefes y oficiales del Ejército polaco de hoy pertenezca al POUP, la actuación de las tropas polacas, cuya imagen en 1981 dista mucho de aquella legendaria en que sus lanceros se abalanzaban a pecho descubierto contra las panzerdivisionen hitlerianas en 1939, sigue siendo hoy una incógnita en caso de agresión exterior.
En este sentido, las huelgas de Poznan (1956) y la subsiguiente acción militar soviética de rodear con carros de combate Varsovia, fue contestada con el rearme obrero en las fábricas y la alerta de las unidades militares «para defender la nación». Rokossosky abandonó el Ministerio de Defensa llevándose una división soviética de las tres estacionadas en el país.
La invasión de Checoslovaquia (1968), en la que participaron 50.000 polacos, creó un sentimiento de culpa en el seno de las fuerzas armadas. Su inhibición, dos años después, en los dramáticos sucesos del Báltico demostró que el Ejército se desentendía de las acciones represivas.
Ya con Jaruzelski en el Ministerio de Defensa, los oficiales volvieron a negarse a la petición de sectores del POUP que solicitaron su concurso para reprimir las manifestaciones obreras en Ursus y Radom (1976).
El año pasado comenzó la crisis más importante de la Polonia contemporánea. Otra vez Jaruzelski jugó un papel primordial, primero para contener nuevas peticiones de intervención contra Walesa y los suyos y, después, en la depuración del «equipo dogmático» de Gierek y su sustitución por Kania y otros hombres partidarios del diálogo.
Desconfianza soviética y espionaje militar
La desconfianza soviética hacia las tropas polacas se manifiesta con dos hechos significativos. En los últimos meses, las municiones que reciben de la URSS son las justas, más bien escasas, y el armamento moderno les llega en cantidades netamente inferiores que a otros aliados. También, desde el pasado mes de noviembre, oficiales soviéticos del espionaje militar (GRU) trabajan en el Estado Mayor polaco con la finalidad, al parecer, de averiguar la reacción militar a una intervención.
Wojciech Jaruzelski, profesional de la milicia y apartado de las intrigas políticas, sicnifica, de momento, un freno a las aspiraciones de soluciones duras, apoyadas en la milicia, que pudiera tener el general Mieczyslaw Moczar, líder de los partisanos comunistas, bien visto por Moscú, y corresponsable de la represión contra las revueltas estudiantiles de 1968 en Varsovia.
Antes de emprender cualquier medida de fuerza, contando con el Ejército, Jaruzelski tendrá que examinar el hecho de que en varios cuarteles se han discutido y aprobado abiertamente los acuerdos de Gdansk, y con una Armada cuyo comandante, el almirante Januczyszyn, con fama de moderado, fue calurosamente aplaudido por los obreros del Báltico el pasado mes de diciembre.
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