El contencioso entre Israel y los árabes / 1
A lo largo de 1979 y 1980 se registraron una serie de acontecimientos internacionales -entre ellos la guerra Irán-Irak y la elección de Reagan como presidente de Estados Unidos- que facilitan una evaluación del contencioso árabe-israelí y, en particular, la consideración prospectiva de este contencioso a lo largo de los próximos años.Dedicamos seguidamente atención a esos extremos. El texto apenas responde a una idea de lo que sea justo o injusto, o a una concepción ética de ese contencioso. El mayor énfasis recae en captar información relevante sobre lo que está sucediendo en dicho problema y en aventurar predicciones con la pretensión de acertar dentro de 1981 y 1982.
Recalcamos esta orientación porque es un tanto novedosa para el tema Israel en la Prensa española. No tratamos de decir con libertad simplemente lo que nos gusta; como unas opiniones que reflejan más el wishful thinking que las realidades observables, sino que, a sabiendas de que nuestras reflexiones no influirán para nada en el rumbo del contencioso árabe-israelí, nos colocamos en la postura de espectador analítico, suministrando información objetiva y unas predicciones, sin excesivo temor por la irremediable incertidumbre del caso.
Ante todo, no afirmaremos que la superación del conflicto latente entre Israel y los árabes sea un problema de máxima importancia, del que depende la estabilidad en el Oriente Próximo. Y menos aún sostendremos que su solución depende básicamente de que Israel haga sustanciales concesiones territoriales a los árabes, unidas al establecimiento de un Estado de los árabes palestinos.
En nuestras latitudes, dichas tesis -un tanto desprovistas de contraste empírico- fueron reiteradas en múltiples ocasiones. Es posible que el lector recuerde algunas.
En síntesis, esas posturas pueden resumirse así: la solución del problema palestino es la pieza clave para la paz, la seguridad y la estabilidad de toda la zona que se ha dado en llamar el arco de la crisis (Marcelino Oreja, en Viena). Si Israel no se retira a las fronteras de 1967, puede colocar al mundo al borde de la guerra (Menéndez del Valle, en EL PAIS). Mientras que si Israel cediera se podría transformar Oriente Próximo en un área de paz, estabilidad y prosperidad. Una vez solucionada la cuestión palestina, poco podría impedir a este área convertirse en una comunidad de Estados pacíficos dispuestos a colaborar entre sí para mejorar la suerte de sus pueblos, aunque no queda mucho tiempo para realizar el sueño. La postura de Beguin carece del más absoluto realismo y es espantosamente peligrosa (Arrigo Levi, en EL PAIS).
Pese a todo el verbalismo que se ha desplegado, los hechos, con una contumacia ejemplar, ofrecen una imagen muy distinta.
Los reiterados aumentos del precio de los crudos, la desaparición de la monarquía de los Pahlevi en Irán, con el triunfo de la revolución de Jomeini, la invasión soviética de Afganistán y la guerra entre Irak e Irán son los hitos principales de la reciente dinámica en Oriente Próximo. Ninguno de ellos tiene nada que ver con la existencia de Israel o con su política intransigente. Como tampoco tendría nada que ver con Israel un posible choque armado entre Egipto y Libia o entre Siria y Jordania.
En consecuencia, puede afirmarse que la inestabilidad de la región ya apenas depende de la falta de un arreglo global en el conflicto árabe-israelí. La inestabilidad en la región sí depende, y mucho, de la existencia en ella de enormes recursos petrolíferos, de la confrontación oligopolista entre los países productores de petróleo y los países industrializados, de las inyecciones de armamento y de los lazos militares que estos últimos países introducen entre sus protegidos de la zona y de la inadaptación de estas sociedades atrasadas ante los procesos de industrialización. Y, last but no least, también depende del grado de determinación y claridad de la política norteamericana en -a región: no es lo mismo enfrentarse a Jimmy Carter que a Ronald Reagan;-al menos los iraníes lo han entendido así, doblando la cara, sin esperar a que se sentase, ante el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
La paz sin petróleo
Incluso podría especularse que una vez agotados los recursos de petróleo de la región (años 2010/2020) la paz reinará a fortiori en ella con independencia de la presencia o ausencia de Israel un pequeño territorio en uno de sus bordes.
Diremos también que Israel se está acreditando como un gran factor de disuasión y estabilidad en la zona. Después de cuatro guerras desencadenadas y perdidas por los árabes, ningún país árabe ni ninguna combinación de países árabes se atreve a guerrear con Israel. En trayectoria histórica, se ha abierto paso una amplia aceptación del hecho de Israel. No es lo mismo el Egipto de Sadat que el de la fase inicial de Nasser; no es lo mismo la Jordania actual que la del rey Abdullah. Y hasta Siria, pese a su alianza con Moscú, cuida mucho de no levantar tensiones con su contundente vecino. No ocurre así en otras fronteras.
Diremos, por añadidura, que la existencia de Israel coadyuva indirectamente a favor de una mayor cohesión entre los árabes y a favor de los regímenes árabes moderados. El eslogan del enemigo sionista sirve, como lo acredita la reciente reunión de Taif, para reunir al grueso de los países árabes (y musulmanes no árabes) alrededor de una mesa y para que dialécticamente, sin riesgo alguno, los árabes moderados encuentren una referencia aglutinadcra o integradora. Aunque más bien se trata de rituales, reiterados una y otra vez sin proyección real, las declaraciones altisonantes proporcionan un apreciable juego político.
Pero volviendo al argumento inicial, sí diremos que aunque el contencioso árabe-israelí no posea la máxima importancia para la estabilidad de Oriente Próximo y, aunque su solución definitiva no exija o no pase por el establecimiento de un Estado de los árabes palestinos, resulta indudable que posee alguna importancia y actualidad, y es incuestionable que la hipótesis de ese último Estado debe figurar como elemento de cualquier análisis sobre el problema.
Dicho sea de paso, ese panorama incontestable -importancia relativa en un contexto hostil- demuestra la validez profunda de la política de Beguin. Pese a sus errores, Beguin no es un inocente. Su visión, muy coherente, es que las tensiones políticas mundiales, especialmente entre EE UU y la URSS, no decrecerán y que en esa tesitura (no, obviamente, en un mundo bucólico) Israel será considerado como una posición muy valiosa y hasta indispensable para la defensa de Occidente en el seno de un mundo en total reequilibrio. Con un valor superior al coste implícito en las tensiones que su presencia origina entre los árabes.
Mientras tanto, la mejor opción para Israel es la de permanecer fuerte, la de no desfallecer. En los supuestos pesimistas, la de resistir temporalmente como una fortaleza invencible, defendida por la insuperable combatividad y tecnología de sus soldados y, en última instancia, por su stock de armas nucleares. Hasta que el horizonte aclare del todo, mantenerse firmes el mayor tiempo posible convencidos de que no existe otra posibilidad mejor.
Tras la anterior estimación sobre la importancia relativa del contencioso árabe-israelí y sobre sus olvidados aspectos positivos, cabe destacar otros tres rasgos de él que difícilmente suscitarán reparos serios:
1. La mejor solución para el pueblo de Israel y para el pueblo árabe palestino es la de llegar gradualmente a un entendimiento mutuo. Soluciones como las que sufrieron los armenios o los kurdos, o más recientemente los eritreos y los camboyanos, no han sido y no serán sustentadas por Israel . De otro lado, y dadas las cosas como son, cada vez resulta más evidente lo irreal de que muchos árabes palestinos sigan acariciando la idea de la desaparición de Israel.
2. La dimensión territorial de ese entendimiento no puede zanjarse con el sólo recurso a la superficie de la antigua Palestina, al oeste del Jordán, que no alcanza los 25.000 kilómetros cuadrados. Esta área resulta insuficiente para recibir a la mayoría de los judíos y a la mayoría de los árabes palestinos; ni aun en la hipótesis de que desaparecieran todos los árabes palestinos y alternativamente todos los judíos.
3. En cuanto a derechos territoriales sobre esa pequeña y entrañable franja de tierra al oeste del Jordán, las dos comunidades poseen aspiraciones contradictorias y, en gran parte, excluyentes. En cuanto a su legitimidad, las «razones» son abundantes por los dos lados, y el debate no tiene solución en el plano jurídico. Israel posee a su favor una aplastante superioridad militar -la fuerza-; pero no una fuerza como la de la URSS, utilizada para quedarse con territorios ajenos a su historia, como el de Prusia Oriental, o para desplazar a los polacos hacia el Oeste. Sino una fuerza limitada a la recuperación de territorios históricos (no todos) sobre los que a lo largo de milenios se establecieron tres Estados judíos: el primero, concluido con el destierro a Babilonia, y el segundo liquidado tras la derrota de los zelotes ante los romanos y la ulterior diáspora. Antes de que hubiera nacido Mahoma... Todo un récord y una singularidad en la historia de la humanidad.
Mauricio Hâtchwell Toledano es empresario y presidente de la Federación Sefardí de España y fue presidente de la comunidad judía en España. Antonio López Nieto economista, es fellow del Banco Mundial.
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