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La socialdemocracia funciona

Parece que, después de todo lo dicho, la socialdemocracia funciona. En mi calidad de atento lector de The Times y entusiasta aficionado a la ciencia, he descubierto cierta información en un artículo del doctor Tony Smith sobre el ciclo de mortalidad infantil que llegó a lo más hondo de mi conciencia política. «Desde 1976», escribía el doctor Smith, «las mediciones de las alturas de los niños (en Suecia) han demostrado la falta de diferencias entre clases sociales o regiones. Todos los niños crecen hasta alcanzar su pleno potencial genético».Tal acontecimiento, que marca época, merece algún comentario adicional. El hecho de que, por primera vez en la historia, una nación haya «podido dar a todos sus niños un ambiente físico óptimo» puede considerarse como un punto de llegada de una época que comenzó hace muchos años, no con el moderno socialismo, sino posiblemente con la idea judeocristiana de que todos los hombres son iguales ante Dios.

Pero en la práctica ha sido el moderno movimiento socialdemócrata el que ha puesto en marcha políticas orientadas a ofrecer una igualdad de oportunidades a los hijos de todos los hombres. No me refiero a ningún partido en concreto o a ninguna polémica política actual, ya que la socialdemocracia ha adoptado nombres diferentes en diferentes épocas. Los rótulos han ido cambiando: el «welfare state», el «New Deal», de Roosevelt; «la gran sociedad», y muchos más. Todos ellos (y otros que guardan relación con éstos, como «economía mixta», «le plan», el plan francés, etcétera) son actualmente bastante poco populares en muchos países.

Tanto la izquierda como la derecha critican severamente los fallos y las limitaciones de la socialdemocracia, con bastante justicia en ocasiones, ya que hay bastantes razones para señalar los fallos y buscar soluciones. Pero aunque sólo se haya logrado alcanzar el gran objetivo mencionado anteriormente en un único país, gobernado durante tantos años por la socialdemocracia, ésta, en su globalidad, queda históricamente justificada.

Indudablemente, otros seguirán el camino de Suecia. Después de todo, hasta hace dos generaciones, Suecia no era un país rico y tuvo que atravesar graves conflictos sociales antes de acometer ese gran experimento de cooperación social y del Estado benefactor (en una economía fundamentalmente mercantil), que ha conseguido la igualdad para todos los niños.

Desde luego, Suecia es un país pequeño y una sociedad compacta: otros se enfrentan con problemas mucho mayores. Pero, ¿qué doctrina política que no sea la socialdemocracia puede apuntarse tal éxito?

Los críticos neoliberales y derechistas del Estado benefactor y de la burocracia excesiva destacan acertadamente que estas cosas debilitan la empresa privada y dificultan el crecimiento. Desde luego, tenemos que poner límite a las interferencias del Gobierno y a los impuestos excesivos. Pero deshacer el Estado benefactor es hoy tan impensable como volver a conceder el derecho de voto solamente a los ricos.

Las críticas a la socialdemocracia por parte de la izquierda deploraban el hecho de que aquélla no haya conducido en ninguna parte al «socialismo». Helmut Schmidt, afirman, no es socialista, igual que no lo fue Attlee. No dudo de la sinceridad de quienes desean desesperadamente descubrir nuevas vías hacia el socialismo, entendiendo por ello una sociedad en la que impere una libertad absoluta y una perfecta igualdad entre todos sus miembros.

Lo que me preocupa es que quienes buscan una nueva política socialista (esto incluye a la izquierda de casi todos los partidos socialistas europeos, además de a los eurocomunistas italianos), al tiempo que niegan cualquier intención de imitar a la Rusia soviética, ya que el comunismo destruye la libertad política sin implantar la igualdad social, hacen a menudo sugerencias que señalan en la dirección del capitalismo de Estado soviético, que constituye la base económica del autoritarismo soviético.

No hay duda de que la historia seguirá su marcha y de que se pueden encontrar nuevas vías hacia una sociedad plenamente democrática (llámese socialista, si se quiere), distintas a las seguidas en el curso de la era socialdemócrata en Europa y América. Pero al me nos ésta ha producido un avance consistente, aunque irregular hacia estos objetivos, hasta el punto de que un país destacado puede, desde 1976, permitir que todos sus niños crezcan «hasta alcanzar su pleno potencial genético».

Quizá en una etapa posterior de su vida ni siquiera los niños suecos podrán alcanzar de manera tan completa su potencial social. Pero la igualdad de «oportunidades genéticas» (algo en lo que ni siquiera pensaron o soñaron los padres del socialismo) es por sí sola un extraordinario logro histórico. Aunque por el momento sólo haya alcanzado esta meta un país, pueden estar tranquilos todos los que participan en la carrera: van retrasados, pero por el camino correcto. Sin embargo, no olvidemos que a la mayoría de los países les falta mucho todavía para alcanzar incluso esta meta parcial.

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