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Reagan anuncia una disminución de los programas sociales para recortar el déficit público

Los norteamericanos escucharon anoche la alocución televisada del presidente Ronald Reagan, que confirmó que todo el mundo debe apretarse el cinturón para vencer la crisis económica que afecta a Estados Unidos. El presidente cumplió su promesa electoral de atacar a fondo los problemas económicos, aunque su estrategia corre el riesgo de originar gran revuelo, sobre todo en las clases populares del país, que serán las más afectadas por el plan de recortes en el presupuesto público en casi todos los sectores sociales. En contrapartida, los estadounidenses contarán con una reducción de impuestos directos del orden del 30% (10% repartido en tres años), cuyos efectos van destinados a favorecer el ahorro, estimular la inversión y crear puestos de trabajo.

La visión idílica de los ideólogos económicos de Reagan promete un equilibrio del presupuesto público para 1983, un crecimiento económico alto y una reducción de la inflación.Naturalmente, para conseguir esta vuelta a «El Dorado americano», hay que sacrificarse primero. Lo dudoso es que Reagan consiga convencer al público afectado, las clases más populares del país, de lo bien intencionado de su programa. Sobre todo porque disminuye drásticamente las mínimas ayudas sociales que tenían los norteamericanos, libera los precios en el sector energético (gasolina y gas natural) con incremento de precios al consumo, y reduce impuestos en beneficio, ante todo, de los contribuyentes más potentados.

En cifras, el equipo económico del presidente Reagan quiere reducir en 13.000 millones de dólares el déficit público (estimado en 40.000 millones) para el presente ejercicio de 1981, y entre 35.000 y 40.000 millones de dólares para 1982 (60.000 millones).

Para lograrlo recortará los programas previstos, intentando convencer al Congreso de la necesidad imperiosa de ahorrar en el gasto público, en un presupuesto federal «totalmente descontrolado», según David Stockman, director de Presupuesto.

El presidente Ronald Reagan anunciará con detalle los recortes del presupuesto en una alocución ante el Congreso, el próximo día 18 de este mes. Pero, con una política de contacto directo con el Congreso, el presidente tanteó ya el ambiente en una visita ayer al Capitolio, donde se entrevistó con los principales líderes del Senado, con mayoría republicana, y de la Cámara de Representantes, controlada por los demócratas.

Sin críticas abiertas, los demócratas, hoy en la oposición tras su derrota electoral en todos los frentes el pasado 4 de noviembre, parecen esperar que el programa de Reagan produzca críticas populares, capaces de ser capitalizadas en las próximas elecciones al Congreso, en 1982.

Circula una lista con más de cien capítulos donde los «hombres del hacha presupuestaria» quieren recortar a toda costa. Mezcla sectores sociales con reducciones de empleo y frenazo a investigaciones públicas, en un alarde, a fin de cuentas, de decapitar los mínimos intentos de tipo social que tenía Estados Unidos, donde vuelve el concepto de la libre iniciativa a toda costa.

Las economías del gasto público procederán de reducciones en el presupuesto federal destinado a la concesión de «ayudas para alimentos», ayuda médica para los pobres, ayuda para los programas de educación pública, bajo distintas facetas, entre las que se incluye el fin del apoyo federal a la enseñanza bilingüe, que afectará a la minoría hispana reducción de compensaciones para el desempleo, reducción del personal en la Administración federal, recortes en los programas de desarrollo urbano, y disminución de ciertos beneficios de la seguridad social (que cubre sólo el retiro). Tales son los principales capítulos afectados.

Otros sectores más técnicos sufrirán también la ampliación de economías públicas que impone la actual crisis. Los programas de investigaciones para carburantes sintéticos serán reducidos. La investigación espacial verá congelado su presupuesto. Los planes de electrificación rural o manutención de autopistas, también verán desaparecer parte del maná gubernamental.

David Stockman, un hombre joven, de 34 años, es el artífice visible de la nueva ola económica estadounidense. Es, sin duda, el hombre más popular en estos momentos de todo el equipo de la presidencia Reagan.

Stockman se levanta a las cinco de la mañana, reúne a su equipo a las siete y regresa a su apartamento washingtoniano después de catorce o quince horas de trabajo diario. No duda en enfrentarse con los duros del equipo Reagan, como Alexander Haig, cuando propone reducir, además, la ayuda exterior norteamericana a los países en vías de desarrollo en 2.000 millones de dólares, de los 6.000 inicialmente previstos.

Actividad permanente

Visita incansablemente a los líderes del Congreso e intenta seducir a los recalcitrantes demócratas que quieren dudar del éxito de la terapéutica radical del equipo Reagan. Esperan, naturalmente, que fracase para poder recoger el descontento electoral que pueda producir. Pero están inquietos ante un posible triunfo que realmente de un giro a la crisis económica, lo que sería el mejor argumento popular para consolidar a los republicanos en el poder para la actual década.Stockman, joven brillante y decidido, impresionó al veterano Ronald Reagan, que hoy cumple setenta años de edad, cuando durante la campaña electoral, Stockman interpretaba el papel de Carter o Andersen en los entrenamientos de Reagan antes de los debates televisados.

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