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Los vascos, con el Rey, han perdido el miedo al miedo

ENVIADO ESPECIAL

Han sido doce minutos interminables. De las 12.45 a las 12.57 horas, España entera ha estado en vilo sin apenas saberlo. El rey Juan Carlos I quería sellar aquí, en la Casa de Juntas de Guernica, su compromiso con la democracia y su confianza en el pueblo vasco renovando el pacto de lealtad de sus mayores.

Los representantes de Herri Batasuna habían advertido su propósito de impedirlo. Parlamentarios, junteros e invitados reaccionaban unánimes en un aplauso ardiente y prolongado erizado de vivas. Don Juan Carlos aguantaba limpiamente con emoción contenida y sentido de su deber histórico.

Un fuerte despliegue de seguridad a lo largo del trayecto desde Bilbao a la villa foral hacía imposible dudar sobre el itinerario previsto para los Reyes. En Guernica, las gentes se habían echado a la calle, apiñadas para ver el espectáculo. Todos los presagios y las emociones se habían dado cita para esta jornada.

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El acceso a la sala de juntas estaba rigurosamente controlado. Más de treinta representantes electos de Herri Batasuna en las Juntas Generales de Guipúzcoa, Vizcaya y Alava y en el Parlamento vasco habían reclamado con anticipación sus credenciales. Tenían, por tanto, asegurado paso franco. Y por primera vez ocupaban sus estrados. Para nadie eran secretas sus intenciones de boicoteo.

No había sorpresa excepto sobre la forma que elegirían para contestar la presencia de los Reyes. Finalmente optaron por valerse del canto del Eusko Gudariak, ese himno guerrero que muchos demócratas españoles escuchaban con emotivo respeto durante las fechas dramáticas del proceso de Burgos, en diciembre de 1970. Desde ayer, el himno tendrá para todos otras evocaciones muy diferentes.

Poder de convocatoria

El programa marcaba para las doce del mediodía el comienzo del acto. Minutos antes, Mario Onaindía, portavoz en el Parlamento vasco de Euskadiko Ezkerra, comentaba el primer éxito anticipado del Rey: su poder de convocatoria. Por primera vez desde su elección, el año pasado, todos habían acudido a la sesión.Eran las 12.12 horas. Al bajar los Reyes del coche sonaban aplausos y se oían gritos de protesta «presoak kalera». Precedidos de la Junta General de Vizcaya en corporación bajo mazas, don Juan Carlos y doña Sofía hacían su entrada en la sala de juntas. Sus paredes proclaman con fuerza y sin ambigüedad la unidad de estas tierras bajo la Corona de España.

Este es el registro de las fechas inscritas en sus medallones: 12 de diciembre de 1371, jura de los Fueros por el infante don Juan, que después sería Juan I de Castilla; 1 de septiembre de 1393, jura de Enrique III de Castilla; 2 de marzo de 1457, jura de Enrique IV; 30 de julio de 1476, jura de Fernando el Católico; 7 de septiembre de 1483, jura de Isabel la Católica, y 7 de, septiembre de 1875, jura de Carlos VII.

Esa puerta sellada de la sala de juntas -como ha dicho ayer Garaikoetxea- abría el camino a los reyes de Castilla mediante el juramento de los Fueros para ser señores de Vizcaya. «Para quienes no somos monárquicos, toda esta historia», declaraba Mario Onaindía, «nos obliga a tener un hígado muy resistente».

El acto de ayer -convocatoria de junteros guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses y de los diputados del Parlamento autónomo vasco- estaba lleno de evocaciones históricas que afloraban en todas las intervenciones. Nadie quiso convertir la sesión en un formalismo arqueopolítico. Había prevalecido la tesis de que sólo la actualización de los Fueros volverá a prestar auténtico sentido a su juramento.

Habían intervenido con palabras de bienvenida, leídas en vasco y en castellano, el diputado general por Vizcaya José María Macua, y el presidente del Parlamento vasco, Juan José Pujana, quien advirtió que el desarrollo del acto se había convenido entre el Gobierno vasco y la junta de portavoces parlamentarios.

La interrupción

Correspondía el turno al lendakari Carlos Garaikoetxea. Su exposición unía las referencias al pasado con los problemas actuales -crisis económica, paro, violencia-, sin olvidar una respetuosa mención a la pretendida incorporación de Navarra y algunas alusiones al espíritu de solidaridad con los demás pueblos de España.Eran las 12.45 horas. El Rey, en pie, frente al atril, empezaba sus palabras: «Siempre había sentido el anhelo...».

Como si hubieran sido movidos por un resorte magnético, los hombres de Herri Batasuna se incorporaban de un salto. Alzaban el puño y dejaban en sombra acústica las palabras de don Juan Carlos. Imponían por encima de ellas al auditorio las estrofas del Eusko Gudariak. El desconcierto, por unos instantes, se reflejaba en todos los rostros.

Enseguida, los aplausos acallaban a los cantores. Se entablaba un duelo que duraría varios minutos por la supremacía acústica. El coro, al concluir, volvía a empezar su himno, como una cinta sin fin, por segunda y tercera vez. En los estrados peneuvistas, socialistas y centristas tenían ya las manos enrojecidas de aplaudir. Sólo los de Euskadiko Ezkerra tardaban en sumarse activamente.

El presidente Pujana reclamaba primero silencio y ordenaba después desalojar a quienes no respetaban el reglamento. Agentes de paisano de la policía vasca procedían, entonces, a retirar a los alborotadores de sus escaños. No ahorraban para conseguirlo contundencia física. Se brindaban colaboradores espontáneos.

Habían pasado doce minutos interminables. El Rey seguía impávido junto al atril, rodeado ahora por hombres de la seguridad. Se había hecho finalmente el silencio. Sonaban de nuevo las palabras de don Juan Carlos pronunciadas, con plena serenidad, tras la disculpa del presidente Pujana «por este pequeño incidente».

En Guernica, con el Rey al frente, se había perdido, al fin, el miedo al miedo. Se había escrito una página histórica.

Quienes veían en la mañana de ayer al Rey en peligro cobraban, por momentos, conciencia vibrante de la impagable contribución que ha prestado a la democracia española. Los vascos convocados en la Casa de Juntas han sido, primero, testigos, y, enseguida, apasionados valedores del Rey. Ello les va a ganar, sin duda, muchos afectos emocionados en toda España.

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