Purgas y deportaciones masivas en los últimos años del maoísmo
Liu Saoqi fue el más importante constructor del PCCh tras el final de la guerra civil, hasta que cayó en desgracia y fue torturado y muerto durante la revolución cultural. Para entonces ya tenía un sustituto, el general Lin Biao, quien ensalzó a Mao hasta el histerismo y fue halagado, a su vez, como «el más cercano compañero de armas» del «gran timonel»; pero en 1971 ya había adquiriendo demasiado poder- e incluso proyectó un golpe de Estado, perdiendo la vida en el intento. El anciano líder encontró consuelo en el joven Wang Hongweng, dirigente obrero de Shanghai, pero he aquí que muere Niao y el joven líder es encarcelado como peligroso miembro de la banda de los cuatro. En fin, Hua Guofeng, principal albacea testamentario de Mao, acaba de asistir al elegante acto de prender la mecha de la bomba sobre la que está sentado. Definitivamente, tratar de sustituir a Mao ha sido señal inequívoca de un destino trágico.Durante los tres años principales de la revolución cultural, el presidente de la República no fue la única víctima de la lucha en el seno del partido: solamente en relación con su caso fueron sentenciadas 28.000 personas. De acuerdo con las versiones difundidas con motivo reciente del juicio de Pekín, las purgas afectaron a 88 de los 193 miembros del comité central -entre ellos, el secretario general, Deng Xiaoping, y doce viceprimeros ministros-, 37 de los sesenta miembros de la comisión de control (órgano disciplinario), sesenta de los 115 miembros del comité permanente de la Asamblea Popular (órgano legislativo) y 74 de los 158 miembros de la Conferencia Consultiva Política.
La purga en el seno de la dirección fue acompañada de una de pura,ción en gran escala en los aparatos policial y judicial del país. Se atribuye al entonces ministro de Seguridad, Xie Fuzhi, haber dirigido enérgicamente esta operación, tras afirmar que «el 80% de los órganos de seguridad están corrompidos por los hombres de Liu Saoqi». Tampoco estuvo mal la lucha en las fuerzas armadas, donde el enfrentamiento de diversas facciones permitió a Liry Biao y a sus colaboradores una limpia de 84.000 cuadros (oficiales y jefes), considerados en su mayor parte como «agentes enemigos» e «infiltrados del Guomindang».
Las acusaciones contra agentes extranjeros abatieron una durísima represión en las regiones donde el Guomindang había sido el partido dominante en la época de las guerras civiles, y también en las zonas fronterizas con la URSS. Una denuncia de Chen Boda inició la «caza» en la provincia de Hebei, que afectó a 84.000 personas, de las cuales murieron 2.954. Otra acción similar de Kang Seng en la provincia de Yunnan provocó depuraciones masivas, en el curso de las cuales murieron 14.000 personas. El mismo Kang Seng y Xie Fuzhi denunciaron en Mongolia Interior la constitución de un llamado «partido revolucionario popular», por lo cual fueron detenidas 346.000 personas, de las cuales murieron 16.222. En fin, la represión en Cantón se abatió sobre 7. 100 personas, aunque en este caso parece que afectó tanto a presuntos agentes del enemigo como a izquierdistas demasiado exaltados.
En cuanto a Shanghai, de donde surgió casi todo el grupo dirigente de la revolución cultural, el comienzo del movimiento fue marcado por luchas violentas entre partidarios y enemigos del citado sector, y durante meses se registró un sinnúmero de actividades de policías paralelas. Wang Hongwerig dirigió asaltos a organizaciones rivales en el verano de 1967, y, poco a poco, fue vencida la resistencia contra el grupo hoy juzgado como banda de los cuatro, que colocó a Zhang Chunquiao como presidente del comité revolucionario municipal.
La represión de intelectuales
Capítulo aparte merece la actividad desarrollada por la revolución entre los sectores de artistas e intelectuales, gran obsesión de Mao desde que en 1957 lanzara la campaña «que cien flores se abran, que cien escuelas rivalicen», aprovechada por numerosos intelectuales para criticar al régimen, y saldada con una masiva deportación de «derechistas» a reforzar las tareas agrícolas.
Junto con la prohibición de actividades relacionadas con la cultura burguesa, tales como representaciones de Shakespeare y música de Beethoven, la tradicional ópera de Pekín fue sometida a una rígida censura y los movimientos de guardias rojos destruyeron templos y otros monumentos de anteriores culturas de China, entonces considerados símbolos de la opresión. Durante los años fundamentales de la revolución cultural prácticamente no hubo enseñanza superior en China, mientras las escuelas secundarias continuaron sus actividades de forma irregular. Una variada represión afectó a más de 200.000 artistas, escritores, maestros, profesores y científicos, según los casos presentados en el juicio de Pekín.
La depuración directa de intelectuales y científicos fue completada con el éxodo «voluntario» al campo. Siguiendo las instrucciones del presidente Mao -«la juventud intelectual debe ir a las aldeas para ser reeducada por los campesinos medios y pobres»-, hubo expediciones masivas desde las ciudades hasta los más diversos lugares de China, no para breves temporadas, sino con voluntad de permanencia.
Todo parece indicar que el comienzo del gran éxodo fue aceptado sin grandes resistencias, en el ambiente creado por la revolución y por la deificación de Mao, aunque el impacto de la masa urbana sobre las comunidades campesinas estuvo lejos de constituir un hecho favorable para la producción agrícola. Unicamente el envío de estudiantes de medicina aportó alguna ayuda concreta a las comunas de agricultores, si bien la falta de medios y de formación hizo bastante inútil la experiencia. A partir de 1972, las autoridades detuvieron el éxodo y comenzó el regreso a las ciudades.
Mao recurre al Ejército
En septiembre de 1968 se realizó en Pekín un gran mitin para celebrar la «completa victoria de la gran revolución cultural proletaria». Durante los doce meses anteriores, las autoridades maoístas habían tomado medidas para reducir la actividad de los guardias rojos y de las organizaciones de campesinos y obreros rebeldes, sustituyendo su acción espontánea e incontrolada por la normalización revolucionaria. Según la llamada «alianza de tres en uno» -cuadros revolucionarios, masas revolucionarias y militares-, se formaron comités provinciales y locales que sustituyeron a las antiguas autoridades del partido, y en los cuales las fuerzas armadas ocuparon un alto porcentaje de puestos.
Asimismo, durante el invierno de 1069 se efectuaron preparativos para reunir al congreso del PCCh, lo cual no ocurría desde 1956. Celebrado estrictamente a puerta cerrada, sin delegaciones extranjeras ni corresponsales de Prensa, el congreso congregó a una amalgama de viejos cuadros que habían sobrevivido a las purgas y de nuevos dirigentes emergidos en la revolución, así como una numerosa presencia militar. Sobre estas bases fue reconstruido el comité central, reservando 140 puestos al Ejército -de los 279 de que constaba dicho órgano-, mientras Lin Biao era designado oficialmente como sucesor de Mao.
Aquel congreso marcó la época de máximo poder de los militares. Destruida gran parte de la antigua estructura del partido y enviados muchos técnicos civiles al campo, miembros de las fuerzas armadas ocuparon la Administración estatal, la dirección de las empresas y los comités revolucionarios. Su acción redujo drásticamente los desórdenes, y al mismo tiempo proporcionó al grupo de Lin Biao una excelente plataforma para afianzar su poder. Tanto, que Mao debió sentirse verdaderamente inquieto ante el precio pagado por poner un poco de orden en su convulsionado país.
Unos meses después del congreso, el ex secretario de Mao y «ejecutivo» máximo de la revolución cultural, Chen Boda, desapareció súbitamente de la escena política. Año y medio después, la confusión aumentó aún más al desaparecer el propio Lin Biao, su familia y varios generales, todos ellos miembros de la alta jerarquía del partido. La Prensa comenzó a hablar de conexiones contrarrevolucion arias entre Chen Boda y Lin Biao -ambos habían propuesto que se restableciera el cargo de jefe de Estado, encontrándose con la oposición frontal de Mao-; más increíble aún, Lin Biao había muerto al huir traidoramente de la patria, tras haber fracasado en un intento de golpe de Estado (véanse las versiones ofrecidas al respecto durante el juicio: EL PAIS, 2 y 4 de diciembre de 1980).
Confucio ataca de nuevo
¿Cómo explicar al pueblo chino que el «más cercano camarada de armas» de Mao hubiese vuelto su espada contra él? La solución tenía que ser grandiosa, una terrible revelación. Y, en efecto, lo fue: se había descubierto que Lin Biao no amaba a Mao, ¡sino a Confucio! Omitiendo toda referencia a la probable disputa sobre la apertura china a Estados Unidos, iniciada en aquella época, el pueblo fue martilleado con una campaña de «crítica a Lin Biao y a Confucio», acompañada de nuevas depuraciones, en este caso de supuestos seguidores de la línea izquierdista, de los que se había descubierto que, en realidad, eran unos ultraderechistas. El primer ministro Zhou se hizo con el control del aparato del partido, fueron eliminados muchos militares comprometidos con Lin Biao y se rehabilitó a algunos de los dirigentes anteriormente purgados, como Deng Xiaoping, tras una sorda lucha en torno a Mao, en la cual la banda trató de impedir este regreso de los antiguos burócratas.
Las espadas permanecieron en alto hasta la muerte de Zhou, ocurrida el 8 de enero de 1976. Desaparecido éste, los dirigentes radicales utilizaron los medios de información, en los que estaban sólidamente implantados, para lanzar un poderoso ataque contra Deng Xiaoping y otros «seguidor es del camino capitalista». En medio del zarandeo, el anciano Mao recurrió a Hua Guofeng para proveer el cargo vacante de primer ministro.
Decididos a que esta vez no seles escapase la victoria de las manos., el equipo de Deng Xiaoping se lanzó a la movilización popular: aprovechando una gran concentración en la plaza de Dienanmen, de Pekín, en homenaje a Zhou En Lai, los hombres de Deng consiguieron que se convirtiese en una dura denuncia de los radicales. Hua Guofeng optó por disolver enérgicamente la concentración, y la banda utilizó la Prensa para denunciar a Deng".Xiaoping como «el que estaba entre bastidores» del incidente de Dienanmen, considerando lo ocurrido como una provocación contrarrevolucionaria. Nuevamente destituido (en esa época era viceprimer ministro), Deng se refugió en Cantón, donde todo parece indicar que continuó activamente la conspiración contra los momentáneos vencedores.
"Muerto el perro, se acabó la rabia"
Mao murió el 9 de septiembre de 1976, en medio de la consternación oficial del mundo entero, con excepción de la URSS. Y mientras se organizaban las exequias y los ditirambos propios de estas solemnidades, las intrigas de palacio, en Pekín. convertían los funerales de Mao,en una descarnada lucha por el poder.
Una alianza entre Hua Guofeng, Deng Xiaoping y el anciano mariscal Ye Jiangying proporcionó la fuerza suficiente para colocar entre rejas a la viuda de Mao y demás miembros de la banda de los cuatro, mientras que tropas del ejército y de la armada tomaban Shanghai para impedir un último intento de sublevación del más importante reducto de los radicales, que, según se dice ahora, estuvo preparada para estallar.
Una vez más se planteaba el problema: ¿cómo explicar al país que tan destacados jerarcas, cercanos colaboradores del llorado presidente Mao, etcétera, hubieran hecho méritos suficientes para dar con sus huesos en la cárcel? La respuesta han sido tres años de martilleo propagandístico sobre los incontables crímenes de los cuatro, presentados como una vulgar banda de facinerosos que se aprovecharon del prestigio de Mao, y la redacción de una minuciosa acta de acusación. La campaña ha Finalizado con el proceso celebrado en Pekín durante las cinco últimas semanas del año 1980.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.