Jornada de reflexión en UCD
Faltan menos de 48 horas para que el II Congreso de UCD abra sus puertas. Estamos, pues, ante la que, en términos electorales, se denomina jornada de reflexión.Desde que el Comité Ejecutivo Nacional de U CD convocó el II Congreso y aprobó su reglamento, han transcurrido cuatro largos meses. Durante ellos una palabra ha sido el lema, el propósito, el pivote de una dialéctica, el eje, en algunos casos, de planteamientos maniqueos: democratización.
Los debates previos, documentos, coloquios, resonantes declaraciones, y el propio texto de la ponencia reformadora de los estatutos, constituyen una clara aportación a la necesaria democratización de UCD, que no puede ser considerada como exclusivo deseo de unos pocos, sino como voluntad común de todos los afiliados y de todos los compromisario de nuestro partido.
Democratización que ha estado presente desde los primeros pasos preparatorios del congreso, inspirando su reglamento, que configuró. un congreso de 2.000 compromisarios, elegidos por sistema proporcional y en asambleas provinciales totalmente renovadas.
Democratización que late en la participación extraordinaria conseguida no sólo por la asistencia de más del 85 % de los militantes a las asambleas donde se eligieron los compromisarios, sino en las ponencias y enmiendas presentadas, que alcanzan solamente en la de estatutos la cifra de 1.500, cifra de los grandes y controvertidos proyectos de ley.
Democratización que se refleja en el rigor y transparencia con que se han cumplido las normas, lo cual no sólo es atribuible a la dirección actual del partido, sino que se incardina en la voluntad política de todo un colectivo; desde la base hasta sus representantes.
Y en esta etapa preparatoria y con esta voluntad renovadora y democratizadora, unos y otros han planteado, legítimamente, los debates y la lucha por el poder, partiendo de una crítica clara, y terminante; sin ambigüedades, Y ello ha sido, sin duda, positivo. Porque no se concibe un sistema democrático que no sólo acepte la critica, sino que la exija. No se concibe un partido democrático sin capacidad de autocrítica. Autocrítica que ha de comprender a todos: a los firmantes, los suscribientes, los declarantes, los silenciosos, y -¿cómo no?- los del aparato. Lo que no puede hacerse es polarizar la crítica en un tiempo y en unas personas. Críticos y no críticos han desempeñado y desempeñan, durante estos dos últimos años, puestos de responsabilidad en el comité ejecutivo, en el Gobierno de la nación, en el Parlamento y en todas las áreas de la vida local. Toda esta labor debe ser valorada en su conjunto. Sólo así el análisis será global, objetivo y útil. Repito, hay que valorar etapas y comportamientos, no agolpando en los últimos llegados y en los últimos meses todos los males o todos los bienes del partido. La crítica parcial sería un error y una injusticia.
El balance de este análisis no es negativo. No se partirá de cero en la nueva etapa. No tiene por qué haber borrón y cuenta nueva. Que existimos como un gran partido nadie lo pone en duda; basta ver y estimar en lo que vale el profundo respeto que todas las fuerzas políticas han tenido con nosotros en estos momentos.
¿O es que son una entelequia los miles de afiliados, de comités locales, de concejales y alcaldes que UCD tiene repartidos por toda la geografía española? Algo se ha hecho para que UCD constituya una pieza importante, junto con los otros partidos, en la construcción del nuevo sistema político.
Modelo periclitado
Lo que también está claro es que el modelo de funcionamiento que sirvió a UCD para esta labor de roturación y asentamiento, que convirtió a nuestro partido en la fuerza política de mayor implantación nacional, está periclitado. El congreso debe encontrar y dotar al partido de un nuevo modelo de funcionamiento que sirva a la nueva etapa sobre la base de tres ideas:
- Debemos profundizar, por ejemplo, en la unidad. Si es cierta la existencia de facciones originarias, algunas de las cuales con experiencias en el marco internacional de más de sesenta años, no es menos cierto que existe una mayoría de nuestros electores y de nuestros afiliados que no están ligados a una determinada familia originaria y que no desean identificarse con ninguna en concreto, sino que se consideran y quieren ser considerados de UCD en su conjunto. Hay que tener muy en cuenta que estos afiliados respetan profundamente a las familias originarias, pero no quieren privilegios para los que hoy son grupos en el partido, a los cuales han desbordado popularmente en pro de un único partido con una clara ideología centrista: UCD.
- Debe fortalecerse y reformarse la organización que dé coherencia de partido en sus atuaciones, que acreciente las interrelaciones sociedad-partido, que sepa «recoger el rumor de la calle y exigírselo al Gobierno», que empiece a escuchar más y a hablar menos.
Si los partidos en España no se abren a los ciudadanos y no s9n capaces de sintonizar con sus inquietudes; si los partidos no son, de alguna manera, laboratorios que puedan solucionar los problemas auténticos, ¡cómo no va a acrecentarse el abstencionismo entre nuestros ciudadanos! El gran desafío de los partidos y de UCD en particular serán, en los próximos tiempos, el de recoger en el crisol de las ideologías una forma de vivir en sociedad.
Personalmente creo que el fortalecimiento de la organización del partido debe estar por encima de cualquier dogmatización que enlazaría mal con la política. Entiendo que un partido con la implantación y responsabilidad del nuestro debe tender al control real y efectivo del Gobierno, y para ello es cualidad indispensable dotarse de un sistema de autogobierno coherente, eficaz, propenso a una continuidad de propósitos y actuaciones que permita los relevos necesarios sin el furor de los vendavales y sin ningún tipo de traumas.
Finalmente, entiendo que - el partido tiene la obligación de integrar toda la serie de ideas, intereses, valores y creencias, desarrollando a tal efecto los oportunos programas de acción para la reforma o para la conservación de ciertas pautas sociales aceptadas por el conjunto de la sociedad o mayoritariamente asumidas por ella. Se hace imprescindible, pues, una revisión de las normas de funcionamiento del partido tratando de lograr una estructura armónica en la que no se produzcan distorsiones por la actuación de los distintos elementos que la componen. Los distintos sistemas electorales que defienden unas u otras opciones pueden dar lugar a fórmulas de encuentro hábiles para lograr esta plena y absoluta integración, aceptando y respetando los resultados que el congreso democráticamente determine.
Hoy por hoy, UCD no se puede permitir el lujo de confrontaciones personales. Ni con respecto a su propia pervivencia, ni de cara a la sociedad a la que debe un servicio continuado. Las discrepancias respecto a cuestiones concretas deben ser presentadas como tales a la opinión pública, y no como dramáticos acontecimientos. El hecho de que afloren tensiones, movimientos y transformaciones en el encuentro de líderes, ideas o tendencias es el verdadero objetivo del congreso. Ello debe ser el revulsivo que todo partido democrático necesita cada período de tiempo. UCD ha de ser agitado de arriba a abajo, porque lo contrario conduciría a la atrofia del partido, anclado en posiciones posiblemente cómodas, pero indudablemente peligrosas, de cara a su propia supervivencia.
El congreso, no sólo como órgano supremo del partido, sino como lugar donde deben debatirse y sustanciarse las grandes cuestiones, supondrá una catarsis colectiva. Pero es que UCD debe también superar su propia transición.
La búsqueda de la propia identidad y la consecución de un diseño político que permita a UCD dar respuesta a los grandes problemas nacionales, son los objetivos del congreso de Palma. Porque la sociedad española los está reclamando.
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