Teoría de dentistas
En el diario del 16 del presente comentan ustedes la proclamación concedida al señor Mayos de protésico mundial del año. Desde aquí deseo que mi voz se una a la de aquellos que le han otorgado ese título, al cual es acreedor.A la noticia, posponen la moraleja: los dentistas revenden piezas que los protésicos fabrican, pudiendo, de paso, hincar el diente al cliente.
Yo soy dentista. Si usted viene mañana a mi clínica a ponerse una pieza de oro y resina, yo le cobraré 11.000 pesetas. Y a mí el protésico me cobrará 5.500 pesetas. Usted puede pensar que soy un ladrón, y yo tendría conciencia de serlo, si me limitase a ser la mano que saca la pieza dental de un cajón para revenderla. Entre esos dos precios hay unas motivaciones justificantes.
Si el protésico, antes ya de empezar a trabajar con su artesanal maestría y su costoso taller en la fabricación de la pieza, tuviese que montar una clínica dental que hoy no es moco de pavo, pagar un personal auxiliar para atenderle a usted, recibirle y hacerle un diagnóstico, anestesiarle, tallarle, laborarle con materiales muy caros, casi todos de importación, transmutarse en esponja que empape su ansiedad y su miedo. Doblar el espinazo, que también duele, durante varias visitas. Y, luego, ya fabricada la corona, adaptarla y responsabilizarse de «todo». Y no solamente de la corona o de los materiales, sino del soporte vivo que hay debajo. (No es suficiente apretar la tuerca contra el alma de acero: hay edemas, alergias, espasmos, problemas biológicos de toda índole que hay que solucionar.) Si el protésico, además, tuviese que hacer una carrera de Medicina de siete años, y luego dos más de especialidad, y encima, como me ha ocurrido a mí hoy, pagar 22.800 pesetas por el arreglo de un contraángulo, pequeño aparatito que se escacharra de cuando en
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cuando al hacer este tipo de trabajos... Bueno, el protésico no podría cobrarle a usted el precio que me cobra a mí.
Señor director, he de decirle que, como dentista, ya estoy cansado de ser el malo de la película. Señalaba Bertrand Rusell cómo la mente humana, entre el Paraíso y el Infierno, se decanta, con frecuencia, y sin razón, hacia uno u otro. Conozco protésicos excelentes. Y dentistas inmundos. Pero no encasillemos a la ligera.
La situación de la salud bucal en España es desastrosa. Los casi 4.000 dentistas que somos deseamos una odontología mucho más barata. Y más humana, Y más social. Y precisamente porque la salud bucal es un derecho para todos los españoles, no ha de ser, como señala la noticia, monopolio de dentistas. Pero tampoco, añado yo, de protésicos dentales. 'Ni de pacientes ricos.
La Seguridad Social primaba antaño las prótesis a sus afiliados. Otros países priman los metales nobles que no van destinados a la joyería. Precisamos más dentistas. Miremos a Europa.
«La sociedad », señalaba Unamuno, «progresa más que el individuo». Y como no debe ni puede ser al revés, un señor indocumentado (con falta de documentos) no puede ser dentista Porque esto no es revender piezas.
También habló Unamuno de la dignidad humana. Y como yo tengo la que me pertenece, y además reconozco la de mi paciente, aquí hay un dentista que no hinca más diente que el postizo. /
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