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Tribuna:1971-1980: tiempo nublado / 3
Tribuna
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Los comunistas descubren Europa

Un curioso fenómeno de simetría inversa: la evolución de los grandes partidos comunistas europeos (Italia, Francia y España) se ha realizado en dirección diametralmente opuesta a la de los terroristas. A medida que los grupos extremistas acentúan la violencia, los comunistas se acercan más y más a los métodos y programas de los tradicionales partidos democráticos. Los puntos de vista que sustentan hoy los comunistas italianos y españoles no están muy alejados de los de la II Internacional y la social-democracia.Si el deturpado revisionista Bernstein viviese aún se frotaría las manos de gusto ante algunas de las declaraciones de Berlinguer y de Carrillo. No han faltado críticos que denuncien la política de los eurocomunistas como una añagaza, una maniobra del género de las del Frente Popular y la «mano tendida» de la época de Stalin. Es innegable que en las posiciones del eurocomunismo hay, como en todos los programas y manifiestos políticos, una buena dosis de táctica oportunista. Sin embargo, hay algo más y de más significación: los comunistas italianos y españoles han descubierto a Europa y, con ella, a la democracia.

El eurocomunismo ha sido una tentativa de los dirigentes por responder a los cambios sociales e históricos operados en el continente durante los últimos treinta años. Esos cambios no sólo son un desafío, sino un mentís a las previsiones del marxismo-leninismo.

No, el eurocomunismo no es ni un ardid ni una estratagema. Es un momento de un largo y tortuoso proceso de revisión y crítica que comenzó hace mucho y que aún no termina. Los orígenes de este proceso están en las disputas y polémicas que sucesivamente desgarraron a la I, a la II y a la III Internacionales. Lo que hoy se discute ya fue discutido, aunque con otro lenguaje y desde otras perspectivas, por Marx y Bakunin, por Martov y Lenin, es decir, por todos los protagonistas del movimiento obrero desde hace más de un siglo.

En la época contemporánea, el proceso de revisión y critica fue desencadenado por el informe de Kruschef. Durante años y años, los líderes de los partidos comunistas habían ocultado la realidad soviética: el terror institucional, la servidumbre de los obreros y campesinos, el régimen de privilegios, los campos de concentración y, en fin, todas esas prácticas que los comunistas designan púdicamente como «violaciones a la legalidad socialista». Es absurdo decir, como ahora alegan algunos, que los lideres ignoraban esa realidad. Por un mecanismo moral y psicológico que todavía no ha sido descrito, Thorez, Togliatti, La Pasionaria y los otros no sólo aceptaron la mentira, sino que colaboraron activamente a su difusión. Lo más terrible fue que lograron preservar el mito de la Unión Soviética como «patria de los trabajadores » no sólo en el espíritu de los militantes, sino en el de millones de simpatizantes.

No menos escandaloso fue el espectáculo de la fe inconmovible de innumerables «intelectuales progresistas», ¡precisamente aquellos cuya única profesión de fe debería ser la crítica, el examen y la duda! Pero después del informe de Kruschef no fue posible ya tapar el sol con un dedo.

Crítica moral e histórica

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Al principio, la crítica fue más bien de orden moral. ¿Cómo era posible que se hubiese instalado en Rusia, después de que los revolucionarios habían derrocado a la autocracia zarista y establecido el primer régimen socialista de la historia, una tiranía como la de Stalin? Una a una, las pretendidas explicaciones, señaladamente la del llamado «culto a la personalidad», perdieron validez y credibilidad.

A la crítica moral sucedió la crítica histórica, política y económica. La tarea de demolición de un edificio de mentiras que ha durado cerca de medio siglo, aún no termina. Como siempre ocurre, fueron los intelectuales -entre ellos, muchos comunistas- los que iniciaron el examen crítico. Es claro que sin la acción de los intelectuales, de izquierda la evolución de los partidos comunistas -europeos hubiera sido imposible. Gracias a ellos no se pueden hoy repetir impunemente las mentiras de hace diez o quince años (de paso: contrasta esta actitud con la de tantos intelectuales latinoamericanos que no abren la boca sino para recitar los catecismos redactados en La Habana o en Moscú). La crítica de los intelectuales europeos fue eficaz -a la inversa de lo que ocurrió antes con las de Serge, Cilinga, Souvarine, Breton, Camus, Solone, Howe y otros- porque, casi al mismo tiempo, el mundo descubrió la existencia de un movimiento, de disidencia en la URSS. Ese movimiento ofrecía (ofrece) la singularidad de no reducirse a una sola corriente: la pluralidad de tendencias y filosóficas de la Rusia prevolchevique reaparece entre los disidentes. Lo más significativo es que los marxistas son una minoría. dentro del movimiento.

Ocupación de Checoslovaquia

Otra circunstancia que aceleró la evolución de los partidos comunistas europeos fue la ocupación rusa de Checoslovaquia. Fue un golpe que, después de la sangrienta intervención en Hungría, difícilmente podía soportar la izquierda europea. Por segunda vez, el Estado burocrático ruso aplastaba una revolución democrática socialista. El conflicto chino-soviético comprobó que el internacionalismo proletario es la máscara de las agresiones nacionalistas; la invasión de Checoslovaquia confirmó que los intereses imperiales del Estado ruso no coinciden con los intereses y aspiraciones de la clase obrera ni con el socialismo. La política rusa en Checoslovaquia ofendió a la clase obrera europea y a los intelectuales de izquierda por partida doble: en sus sentimientos socialistas y en sus sentimientos nacionalistas.

Una tercer circunstancia no menos determinante fue la decisión de los dirigentes de los partidos comunistas europeos, ante lo ocurrido en los países satélites de Rusia, por asegurar hasta donde fuese posible la independencia de sus organizaciones. Demasiado jóvenes o demasiado cautos para reconocerse en la suerte de Rajt, Clementis, Slansky y las otras víctimas de Stalin, vieron en la de Dubcek una prefiguración de la que ellos mismos podrían correr en el caso de una victoria rusa.

Así, al reconocimiento (tardío) de los valores democráticos y del principio de autodeterminación de los pueblos se unió la consideración de la independencia de los partidos comunistas. El camino purificador, aunque doloroso, de las rectificaciones ha pasado sucesivamente por realidades ignoradas por el movimiento comunista: democracia formal, pluralismo, individualismo, libertad, nación.

Aunque las diferencias entre los tres partidos europeos son muy grandes -en el francés, la herencia estalinista pesa mucho-, es indudable que los dirigentes han intentado adecuar la ideología y la táctica a las realidades de la nueva Europa. Los tres partidos aceptan jugar el juego démocrático y parlamentario, postulan el pluralismo, se declaran partidarios de la vía pacífica y gradual hacia el socialismo y han dejado de ver en la URSS un modelo. Los tres se proclaman también defensores de los derechos humanos y de la independencia de las naciones. Los comunistas franceses, a pesar de ser los más conservadores, han participado en reuniones cle protesta en favor de los disidentes rusos, checos, polacos y de otras países dominados por Rusia. Sin embargo, han cerrado los ojos ante las atrocidades vietnamitas y prefieren no hablar del régimen de derechos humanos en la Cuba de Castro.

Por desgracia, el Partido Comunista francés, después de romper con los socialistas, ha regresado. más y más a sus antiguas posiciones de apoyo incondiciortal a la URSS, como en el caso de Afganistán. El partido de Marchais ha vuelto a ser el partido de Thorez. Otro triunfo póstumo de Stalin.

Los tres partidos se dicen nacionalistas; los italianos y los españoles se han mostrado favorables a la OTAN y han depuesto el antiamericanismo primario de hace algunos años. Otra rectificación capital: los tres partidos afirman ser buenos europeos, aunque en esto los franceses también se apartan de sus camaradas. Nacionalistas rabiosos, no sólo son partidarios de la fuerza atómica de Francia, sino que su chovinismo rivaliza con el de los gaullistas más intransigentes. Su bete noire es la República Federal de Alemania. Mejor dicho: lo era hasta ayer. La actitud conciliadora de Sclimidt ante la URSS ha modificado más y más las acerbas críticas de los comunistas franceses.

Una orden religiosa

En las elecciones pasadas, en Francia, los comunistas rompieron el pacto que les unía a los socialistas. La imposibilidad de colaborar con otros partidos de izquierda ha sido un rasgo permanente en la historia de los partidos comunistas, desde 1918 hasta nuestros días. Los comunistas ven con saña a las tendencias ideológicas afines: socialistas de todos los niatices, anarquistas, laboristas. No sólo los han atacado siempre, sino que, cuando han podido, los han perseguido y exterminado.

Esta característica, y la propensión a dividirse y subdividirse en sectas y fracciones, son una prueba de que el comunisrno no es realmente un partido político, sino una orden religiosa animada por una ortodoxia exclusivista. Para los comunistas, los otros no existen sino como sujetos que hay que convertir o eliminar. Para ellos, la alianza significa anexión, y aquel que conserve su independencia se convierte en hereje y enemigo. Cierto: los, comunistas ítali anos hablan de «co Mpromiso histó:ico», un término que implica la alianza no sólo con los otros partid Ds óbreros, sino con la clase media y la burguesía liberal misma. Es licito, de todos modos, preguntarse si la política de los comunistas italianos sería la misma si en Italia existiese un partido socialista fuerte como el francés o el español.

La reforma más espectacular ha sido la renuncia al dogma de la dictadura del proletariado. Sobre esto es útil distinguir entre dicta dura del proletariado y dictadura del partido comunista. Marx afirmó lo primero, no lo segundo. Según la concepción original de Marx y Engels, durante el período de transición hacia el socialismo (dictadura del proletariado) el poder estaría en manos de los distintos partidos obreros revolucionarios. Pero en los países «socialistas» la minoría comunista, en nombre del proletariado, ejerce una dicta dura total sobre todas las clases y grupos sociales, incluido el proletariado mismo. La renuncia a la noción de «dictadura del proletariado» ha sido un signo, otro más, de que al fin la izquierda europea, sin excluir a los comunistas, se ha lanzado a recuperar su otra tradición. No la que viene de la «voluntad general» de Rousseau, máscara de la tiranía y origen intelectual del jacobinismo y el marxismo-leninismo, sino la libertaria, pluralista y democrática, fundada en el respeto a las minorías. Ojalá que no sea demasiado tarde.

A pesar de la importancia de los cambios operados en los partidos comunistas de Italia y España, su evolución ha sido incompleta. La reforma no ha tocado esencial mente la constitución interna de esos organismos. Los partidos co munistas europeos -señalada mente el de Francia- siguen sien do grupos cerrados, a un tiempo órdenes religiosas -y militares. Hace poco, Althuser describía al Partido Comunista francés como un cuar tel y una fortaleza. Debería haber agregado que es también una secta religiosa regida por un concilio de inquisidores. Los modelos del partido comunista han sido dos insti tuciones que encarnan el doble principio de la ortodoxia y la auto ridad jerárquica: la Iglesia y el Ejército. Por todo esto hay que preguntarse: si la democracia interna no existe todavía en los partidos comunistas, ¿cómo tomar en serio sus profesiones de fe de mocrática y pluralista? No menos insatisfactoria es la actitud de estos partidos frente a Rusia. Pienso, sobre todo, en el Partido Comunista francés. En esto los españoles han sido más claros y tajantes: Santiago Carrillo ha tenido el valor de decir algo que todos sabemos, pero que muchos intelectuales latinoameri canos prefieren callar: que la URSS no es un país socialista. La posición de los italianos ha sido más cauta, y la de los franceses, más bien equívoca. Aunque los co munistas franceses han criticado varias veces a la URSS, especialmente por la invasión de Checoslovaquia, el Estado burocrático ruso sigue siendo para ellos una «potencia progresista».

Las dos fallas que he señalado son graves. Si se quiere volver a la verdadera tradición socialista hay que satisfacer antes una doble exigencia moral y política. La primera es romper con el mito de una URSS socialista; la segunda, establecer la democracia interna en los partidos comunistas. Esto último significa revisar la tradición leninista en su raíz misma: la democracia interna implica asimismo la renuncia a la dictadura del partido como «van guardia del proletariado». Con cluyo: si los partidos comunistas quieren dejar de ser órdenes religiosas y militares para convertirse en auténticos partidos políticos, deben comenzar por practicar la democracia en casa y denunciar a los tiranos ahí donde los haya, sea en Chile o en Vietnam, en Cuba o en Irán.

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