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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cuando el camarero sirve periódicos

Al salir del Metro por Tirso de Molina entramos, ya en superficie, en el atardecer madrileño castizo de la antigua plaza del Progreso. Este ocaso de Lavapiés hace así, va y se pone a invitarnos a una presentación-coloquio del libro La Prensa y la calle, de Juan Luis Cebrián. Tiene lugar en una casona próxima al vetusto palacio barroco del marqués de Perales. Nada parisiense de traza, londonificado algo en su Gran Vía, ofrece Madrid facetas casi venecianas en seco: las callecitas que canalizan el tipismo camino de la plaza Mayor y sus tejados de teja romana, de Venecia o de Verona. Pero la ciudad muestra también cierta insospechada semejanza con Viena, similitud descubierta por Eugenio Montes, acaso por la nota italiana de las fachadas dieciochescas y el empaque vienés de los edificios de la Regencia.En este Madrid salvado de la piqueta demoledora daba la otra noche Francisco Umbral una lección, no por profunda menos transparente, acerca del «nuevo periodismo». Era en los salones decimonónicos de Aurora Lezcano, frente a Capitanía. Parece predestinado el distrito bajomadrileño a ser plataforma de rotativas. A dos pasos del Club de Amigos de la Unesco, donde hubo plática alrededor de la obra de Cebrián, subsiste la casa de El Imparcial, el de Gasset y Ortega Munilla, y allí, en la calle de la Colegiata, fundaría Angel Herrera la primera Escuela de Periodismo de España, en 1930.

La calle; la plaza de Tirso de Molina. Se han encendido las luces del multicolor quiosco de periódicos. En estos tiempos de portavoces -los argentinos dicen voceros y personeros, aunque sin el sentido jurídico de ambos vocablos en las Siete Partidas- salta al oído un silencio no por elocuente menos sigiloso. Es ello que nadie vocea los periódicos vespertinos. Se ha extinguido el vendedor ambulante y vociferante. Una curiosa gran pizarra instruía en los talleres de El Imparcial a los repartidores. La tiza cotidiana de los letreros aconsejaba los títulos y noticias más dignos de ser voceados.

Juan Luis Cebrián domina en La Prensa y la calle las técnicas avanzadas de la investigación sobre periodismo, si bien acomode su claro lenguaje a exponer con sencillez lo complicado. Para testimonio de hondura analítica, y expresión impregnada de vocabulario científico, ha de mencionarse el ensayo Del significado al símbolo, que eleva a rango de connotación estructuralista el «estar en el ajo», como base de comunicación evocadora entre el emisor y el receptor del mensaje. No escapa al estudio de Cebrián ningún aspecto del periodismo, desde la controversia sobre su profesionalidad hasta la libertad de Prensa, pasando por los formatos y modelos de confección.

Nada hay en el intelecto que no estuviese antes en la sensibilidad. Los cinco sentidos del periodista y su sexto sentido, indefinible. Cuando llegaba Fernando Martín-Sánchez a la Escuela de Periodismo de El Debate, y aparcaba el coche en esta plaza de Tirso de Molina, oíamos el clamor de los vendedores de diarios, saboreábamos las patatas asadas que vendía un tipo pintoresco, tocado con sombrero de copa, y ascendía por su cuenta y riesgo, a su aire, el aroma de las castañas.

Toma castaña, asada o sin asar, que también en esto de los hornillos callejeros hay connotaciones madrileñas y vienesas. Los cinco sentidos. Desde luego, la visibilidad de la página periodística pertenece a lo fundamental de la información cómodamente perceptible. Juan Luis Cebrián contrapone el periódico «sábana» al estilo de presentación de la actualidad creado por don Torcuato Luca de Tena, significativamente grato a la sociedad española desde que lo inaugurase precursoramente Abc.

Cebrián ha puesto en órbita una novedad: afirma que «el periódico, no obstante, y aunque de modo secundario, está también hecho para tocar». Forma tangible y calidad del papel, manipulación fácil, en suma, «la influencia del tacto en los diarios y revistas». No abusaré yo ahora de los recursos del collage literario para enlazar a Madrid con Viena en punto a la información envuelta en un objeto gratificante al sentido del tacto. Porque en Viena siguen funcionando los cafés de periódicos. No los de periodistas y escritores, contemporáneos de los que también han desaparecido en Madrid, sino el café cuyos camareros sirven, además de la consumición solicitada, unos cuantos periódicos de lectura gratuita.

-Camarero, tráigame Prensa de San Petersburgo -pedía, impaciente, Josef Visarionovich Dugashwili.

-Eh, mozo, sírvame otro café y el periódico de Munich -reclamaba otro parroquiano que solía vender acuarelas de mesa en mesa.

Josef Visarionovich, un exiliado de Rusia, alias Stalin, y el entonces acuarelista Adolfo Hitler, sin conocerse, frecuentaban el Kaffee Central, de Viena, antes de la gran guerra de 1914. Sería imposible relatar las vidas de Stefan Zweig, Schnitzler, Robert Musil y Molnar, o describir el entorno de Freud y de Peter Altenberg, el ambiente de Josef Roth, dejando en el olvido sus horas de café con tertulia y lectura de Prensa.

Ya no se reúnen los escritores y los artistas de Viena en torno a los veladores de mármol. Pero el camarero sigue sirviendo los periódicos. Es un rito de serenidad y de expectación reflexiva el de estos lectores cafeteriles. Prolongan en las postrimerías del segundo milenio cristiano, bajo las trayectorías cosmonáuticas, una costumbre que contrasta con las pantallas de la comunicación electrónica.

El café con televisión no ha desterrado, en Viena, al café con Prensa. Es un triunfo sin placer orgiástico, pero deleitoso, del sentido del tacto. El lector maneja las hojas impresas, lo palpable de un tiempo convertido en espacio comunicante. Revive en la narración, repetible entre sorbo y sorbo, un acontecimiento cuyo reflejo se ha borrado de los televisores. Aún hay más valores táctiles en el «periódico de café». Se trata del bastidor, del portaperiódico. Cada diario viene montado en un liviano soporte de varillas, provisto de una empunadura. El lector ha tomado posesión de la actualidad. Sujeta en un puño, como una banderola, el diario de su predilección.

Miguel Moya periodista, ha sido durante muchos años corresponsal en el extranjero

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