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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Castilla

Estaba yo en mi choza de montaña lisa o cabaña de trampero de Arkansas, que es, como ya he recordado estos días, donde hay que meterse, según Mailer / Hemingway / Wolfe, para escribir la Gran Novela (que yo no voy a escribir), cuando llegaron el chico y la chica, los dos periodistas o entrevistadores que están haciendo un libro sobre Castilla por el acreditado procedimiento de entrevistar largo y tirado a unas cuantas personas relacionadas con un tema. O sea que me trincaron. Estaba yo en la choza partiendo cuadros de arte contra el suelo para alegrar la melancólica chimenea (la hoguera es la única crítica de arte en profundidad, con perdón de la Teoría estética, de Adorno, que estoy leyendo en mi retiro, como me parece ya he contado), cuando el chico y la chica -barba en él, efeboandroginismo inteligente en ella- empezaron a grabarme sobre el rollo castellano, echando por delante, claro, a Guillén, Delibes, Tovar, Marías y otras formidables y espantosas máquinas de cultura. Lo que están haciendo es un libro sobre la autonomía de Castilla.-¿A usted qué le parece eso?

-A mí no me parece nada. A mí me parece que Castilla, mi Castilla, necesita racionalización de la agricultura, reparto de la tierra, reforma agraria, escuela y despensa, potenciación de sus recursos naturales, que son la agricultura viva, y control de su industrialización, que es naturalmente efímera, pero indefinidamente contaminante. A mí me parece que Castilla fue muy perjudicada por el 98, cuando hombres de la periferia -«Ios rejionales», como decía Juan Ramón, con su deliciosa jota- decidieron convalecer del trauma bélico en Castilla. Azorín hizo el cromo histórico. Machado hizo la lírica de la miseria, porque era un gran poeta en tiempos de miseria, como de Rilke dijo Heidegger, y Unamuno hizo la intrahistoria, la mística y la metafísica de la Castilla que él llamaba «dermoesquelética», o sea, que llevaba el esqueleto por fuera. Todo esto, mal leído y mal entendido por los políticos, que son ágrafos de sí, y más si son de derechas, ha dado una Castilla guerrera, épica, lírica, cidiana e inexistente. Hace unos doce años, en mi biografía de Miguel Delibes, escribí que Delibes ha desnoventayochizado Castilla. Guillén por arriba le da a Castilla una dimensión cósmica, en Cántico, al margen de los claros clarines históricos. Delibes, por abajo, nos explica cómo vive el castellano rural, comiendo ratas de río, o el castellano de ciudad, estirando una jubilación usuraria y practicando el monólogo interior -hablar con una criada como la Desi es hacer monólogo interior-, o sea, el caso del protagonista de La hoja roja. Delibes, en este sentido, ha hecho una labor política que no sé si a él mismo se le alcanza como hombre apolítico, digamos. Frente a esta realidad clara y cruda, seguir hablando de «la bota de Castilla» es una demagogia de izquierda / derecha que practica la periferia en sus tertulias a la orilla del agua. Las autonomías, como emergencia natural, material y cultural de cada región, me parece que pueden dar una España más plural y rica, a la que se le aplicaría el figurín federal, por ejemplo, que no me parece malo. Pero las autonomías burocráticas, impuestas desde Madrid mediante el trámite de una minoría votante (apocalíptica en Galicia, pero más significativa aún en Cataluña, por los porcentajes y las tendencias), son tan arbitrarias como la división cantonal de Isabel II y hacen de la capa parda del país un sayo de papel de barba. El autonomismo así entendido no es sino la naumaquia que retarda y folkloriza el problema real de la España que bosteza: justicia y libertad. El autonomismo de blasones es reaccionario, en Cataluña como en mi Castilla.

Dicho lo cual, seguí estrellando cuadros malos contra el suelo escarchado de cristales, mientras la pintura mediocre ardía alegremente, daba calor y casi parecía buena.

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