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Reportaje:Irán, un jeroglífico entre Occidente y Oriente / 2

La depuración del Ejército iraní, causa principal de la continuidad de la guerra

«Vosotros, Occidente, siempre habéis creído que Irán era únicamente un enorme campo petrolífero donde satisfacer vuestra codicia. Por eso nunca os ha importado nuestro pueblo, sus costumbres y sus sufrimientos. Nunca llegaréis a entender casi nada de nuestra revolución ni del Islam». Esta frase, en boca de un joven funcionario del Ministerio iraní de Orientación, resume la visión que las autoridades de la "República Islámica de Irán atribuyen a los países occidentales sobre su país.«Esto se ha acabado. Nuestra meta es el Islam no el petróleo. Si las cosas se pusieran muy mal, Alá no lo quiera, dinamitaríamos nuestros pozos. El mundo predador de los países desarrollados recibiría la lección que se merece por su política satánica contra nuestro pueblo y todos los pueblos del Tercer Mundo».

Estas opiniones ejemplifican el criterio más extendido entre los cuadros islámicos iraníes, para quienes la guerra entre Irak e Irán ha sido inducida directamente por Estados Unidos, con la aquiescencia de la Unión Soviética, para truncar la revolución islámica.

Sin embargo, los principales líderes islámicos saben de la fuerza que el poderío petrolero les otorga ante el mundo y encaran la guerra contra Irak con la convicción de que no les faltarán aliados, incluso occidentales, si el rumbo de la guerra adoptara un sesgo peligroso para su revolución. En base a ello, después del primer mes de guerra, decenas de negociadores de países europeos y de Extremo Oriente, a través de personas interpuestas o bien directamente, comenzaron frenéticamente a gestionar apoyos económicos, líneas de crédito, incluso ayuda bélica a Teherán.

Una silenciosa procesión

Para el régimen del imán Jomeini, los problemas derivados del armamento o de la necesidad de dotaciones tecnológicas siempre han tenido una posible solución. Ofertas no han faltado y, con cierta jactancia, los dirigentes iraníes observaban cómo los Gobiernos que con mayor virulencia criticaron en un principio la revolución de los mullahs acudían ahora a Teherán en procesión silenciosa para satisfacer su «codicia satánica de petróleo».

Los problemas estaban y están en el interior, en el modo de conducir la guerra y en cómo enfrentarla, en el tipo de guerra que hay que desplegar para expulsar a las tropas iraquíes de sus territorios del Juzestán y del frente norte, a lo largo de los casi quinientos kilómetros de frontera común donde se desarrollan los combates.

A mediados de octubre, cuando se iniciaba la ofensiva iraquí, de la, cual resultó el asedio de Abadán y la caída de Jorranishar en manos de Irak, los periodistas occidentales que visitaron el frente en la «ciudad ensangrentada» no vieron un solo soldado regular del Ejército de Tierra. El frente terrestre en Jorramshar, el punto de mayor ¡mportancia de la guerra, entonces, estaba únicamente defendido por jóvenes guardias islámicos «pasdarán», muchos de ellos de quince o dieciséis años, que, pese a su bravura, no pudieron resistir todas las ofensivas del Ejército iraquí y sucumbieron bajo la artillería o los carros de combate pocos días después.

¿Cómo la responsabilidad de un frente de esta importancia se da a unos jóvenes armados casi exclusivamente con metralletas y pistolas, poseídos ciertamente de una moral extraordinaria, pero incapaces de resistir con eslóganes islámicos una oleada de carros de combate?, se preguntaban los observadores. La respuesta oficial que se daba era que Irán «no puede permitir que una división del Ejército de Tierra sufra el bombardeo constante de la artillería enemiga. Jorramshar es una ciudad fácil de reconquistar, y conviene limitar las pérdidas».

Esta respuesta, llena de implicaciones, ocultaba un hecho real. Gran parte de los dirigentes islámicos, sobre todo los fundamentalistas, impusieron la presencia de los «pasdarán» en aquel frente. La confianza en la moral de los jóvenes revolucionarios -o la desconfianza en la moral del Ejército regular, purgado en sus cuadros por la revolución islámica- llevó a depositar en un principio la responsabilidad de la primera línea de fuego en los bravos «pasdarán» y a darle a la guerra un sesgo guerrilliro y un carácter popular-revolucionario.

«Lo que habéis hecho con el Ejército de Tierra es imperdonable», decía, poco después de la caída de Jorramshar en, manos iraquíes, el presidente iraní, Abolhassan Banisadr, a los líderes fundamentalistas islámicos, a propósito de las depuraciones del Ejército. «La guerra debe ser dirigida por los que saben de guerra, y los que no entienden deben quedar al margen», apuntaba el imán Jomeini al poco.

A primeros de noviembre, siguiendo una indicación del imán Jomeini -«hay que romper el cerco de Abadán», dijo entonces-el ayatollah Jaljali desplegaba una ofensiva contra el Ejército de Irak para romper este asedio. El intento costó mil bajas entre los «pasdaranes», y no quebró el cerco, según fuentes iraníes. Este hecho provocó la cólera entre los colaboradores del presidente Banisadr, comandante en jefe de las fuerzas armadas y partidario desde el principio de la contienda de profesionalizar al máximo la respuesta bélica de Irán.

Hasta el momento no parece que en el Juzestín este propósito de Banisadr haya resultado del todo viable. La eficacia del Ejército de Tierra, el arma más débil de las fuerzas armadas iraníes, como ha reconocido repetidamente Banisadr, ha quedado en entredicho en las líneas de vanguardia cuando ha sido probada, si bien el papel desempeñado en la contención de la ofensiva iraquí por parte de algunos destacamentos situados en retaguardia o por el cuerpo de helicópteros dependiente del Ejército de Tierra ha sido relevante.

Arabes y persas

Hay que añadir además que en el Juzestán los resquemores de una secesión contra el Gobierno central de Teherán no han desaparecido. La población juzestana es mayoritariamente árabe, no persa. Pese a que la revolución islámica concentró gran parte de sus esfuerzos en erradicar las rivalidades entre persas y árabes, entre ambos existe un rechazo palpable en el que se conjugan factores étnicos, culturales y sociales. Socialmente peor situados en la cadena productiva, con una cultura diferencial y abiertamente distinta de la de los persas, el Islam es el único vínculo real entre unos y otros.

Ello explicaría la actitud de los fundamentalistas de depositar la responsabilidad militar en el Ejército irregular de los pasdaranes, fuertemente islamizado e ideológicamente sin graves fisuras. «Pero el Islam desarmado, o desorganizado, no puede ganar una guerra», aseguraba en Teherán un funcionario moderado, partidario del poder laico.

No obstante, las fuerzas armadas iraníes parecen haber detenido la ofensiva terrestre y para el Ejército de Irak va a resultar muy difícil mantener por más tiempo las posiciones que ocupan, cada vez más tímidamente, en la zona del frente que abarca desde Ilam hasta Qasr e Shrim, en el confin del Kurdistán.

La aviación iraní ha cosechado grandes triunfos a lo largo de la guerra, y las contradicciones, graves, registradas en el arma terrestre no han tenido apenas resonancia en la fuerza aérea, mucho menos afectada por las depuraciones en la primera fase revolucionaria.

En cuanto a la Marina, la supremacía iraní sobre el golfo Pérsico, en el que Irán cuenta con unos 2.000 kilómetros de costas frente a las pocas decenas costeras iraquíes, resulta evidente. Desde Abadán hasta la salida del Pérsico en el mar de Omán, Irán cuenta con una flota muy superior a la iraquí y la posesión de las tres islas de Abú Mussa, Gran Tomb y Pequeña Tomb, verdaderas llaves del Pérsico, refuerza esta supremacía iraní grandemente.

El intento de un desembarco iraquí en estos enclaves, incluso en las tres pequeñas islas que aprietan la garganta del golfo Pérsico en su salida hacia el Indico, se presenta como una aventura militar sin garantía alguna de éxito. Otra cosa es que alguna de las flotas que patrulla por el Indico, desde la norteamericana a la soviética, pasando por la francesa, la británica o los navíos neozelandeses y australianos que surcan las no lejanas aguas del Indico, lleguen a desempeñar un papel militar directo -hoy sólo disuasorio- en un eventual desplazamiento del eje de la guerra hacia el mar. El eje bélico es hoy terrestre, sobre el Juzestán, al Sur, y sobre el confín kurdo, al Norte de la frontera común.

En el Kurdistán, cuyo ámbito se extiende entre Irak e Irán, el entramado político que hay detrás de la guerra parece haber demorado un desenlace más rápido. Teherán acariciaba desde el comienzo de la contienda la idea de introducir una cuña en el Kurdistán iraquí, estimulando a la guerrilla kurda para que hostigara a Irak en el Norte.

La operación, que nunca llegó a consumarse de modo completo, tenía por objeto distraer del Juzestán iraní, ocupado por varias divisiones de infantería iraquí, y debilitar al enemigo en el frente sur.

Empero, en el Kurdistán iraní hay un sector importante de la resistencia que se muestra partidario de pivotar sobre Irak, contra Irán, para conseguir o, mejor, forzar a Teherán a concederles lo que la revolución iraní, y posteriormente la Constitución islámica, les negó, es decir, un estatuto nacional autonómico.

Todos los observadores coinciden en que la neutralidad ante esta guerra favorecería a la causa autonómica kurda en mayor medida que la beligerancia en alguno de los dos bandos, ninguno de los cuales ha sabido dar soluciones políticas satisfactorias para este país diferente, a caballo entre los dos enemigos contendientes y con motivos similares para permanecer a su vez enemistado con Teherán y Bagdad.

Además, los líderes kurdos conocen perfectamente el interés que para las potencias tiene su causa. El Kurdistán flota también sobre petróleo.

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