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José Luis Martín-Descalzo, el cura con más marcha de España, me pregunta para su revista, Blanco y Negro, por, los diez mejores en la literatura/80, dentro de una encuesta/fin de año. Ya los tengo, padre.Diego San José: retroporno de antes de la guerra, que escribió sobre Godoy y María Luisa mucho mejor -y mucho antes- que el último premio Lara. (A San José lo reedita ahora Emiliano Escolar.)
Santiago Carrillo: -el primero que ha encontrado la palabra -y la ha dicho- para hablar de ciertos epifenómenos soviéticos: «fascismo».
José Ramos Martín: autor de La Montería, zarzuela, o lo que sea, que vuelve a triunfar hoy en Madrid como una Escopeta Nacional que nunca hubiera podido mejorar Berlanga. En la España zarzuelera, los permisos de importación se daban cantando: «¡Quiero una licencia de camiones ... ! ». «¡Ahí la tienes para los europeos cabroneees ... ! »
Emilio Romero: que habla de «quinquis baratijeros» que venden brillantes falsos. Los quinquis no tienen nada que ver con los baratijeros ni los barateros. Yo creía que Emilio Romero sabía más de quinquis.
Andrés Gambra: corresponsal espontáneo del Abc, que nos advierte de que a Miguel Servet lo braseó Calvino y no la Inquisición española. Esto es lo que en periodismo se llama una exclusiva. (Y una innecesaria y freudiana defensa de la Inquisición española.)
Adolfo Suárez: que dijo no hace mucho eso tan bonito de «yo soy el vendedor de ilusiones». Una cosa así como el vendedor de horas, de Jacques Deval, porque aquí vivimos la democracia hora a hora, golpe a golpe, verso a verso, tregua a tregua. (Ramón dijo que sólo tenemos treguas: vivimos de treguas. Esperemos que esta democracia sea una larga tregua entre Don Pelayo y la próxima guerra carlista.)
Don Marcelo González: que ha dicho en misa de doce que «la familia está amenazada ahora por la peste del divorcio». Se ve que el ala goticoflamígera del clero español (Paco Nieva, en su gran comedia, diría «goticomaléfica») sigue utilizando la retórica del milenio. Cuando había peste de verdad comían el coco al personal presentándola como castigo del cielo. Ahora que la ciencia y don Severo Ochoa están acabando con los castigos del cielo (parece que el cielo no tiene otra forma de demostración que el castigo), la peste ha descendido de la Vía Láctea al matrimonio. El divorciado apesta a secretaria y la clivorciada apesta a Chanel número impar. (Maruja Díaz quiere llevarme a Griffins, donde la bella Maika, a un club que han hecho de solteros/as, divorciados/as y viudos/as, para jugar al backghamon, que es la gilitontez de moda: me salvo del backghamon gracias a que no estoy soltero, divorciado ni viudo, contra lo que crea de mí don Marcelo, si es que cree algo.)
John Lennon: amarillo es por toda la eternidad. (La eternidad, si existiese, sería amarilla.)
Ministro de Industria: «No me importa la impopularidad». Claro. Es que, si le importase, en vez de subir la gasolina se habría hecho Pegamoide.
José Luis Pitarch: «No somos turcos ni bolivianos». Lo que pasa, Pitarch, amor, es que los turcos y los bolivianos sí son un poco españoles. Al fin y al cabo, lo que están haciendo lo aprendieron, más o menos, de nosotros. Aquí todos llevamos dentro un turco, un boliviano o un preso. Yo, cuando noto que se me amotinan los tres en la bufanda, procuro quedarme, en casa viendo a ver si canta otra vez Ana Belén, que también me amotina mucho, pero en buen plan.
(Por lo demás, José Luis, cura, jefe, el Rojito, que está de novio de varias gatas, aún no me ha pedido el divorcio y todas las mañanas le miro a ver si se le pone cara turcoboliviana, por saber cómo hace en la calle, que el gato es un barómetro con orejas, y, siempre tan silencioso, parece que está pensando editoriales sobre lo mal que va todo.)
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