¿Cuidado con Haig?
EL GENERAL Haig, que llegó a ser el Kissinger de Kissinger durante la guerra de Vietnam y cuya base diplomática pareció estar entonces en forzar la guerra mediante los bombardeos de los diques y las poblaciones del Norte, acción que trajo funestas consecuencias para Estados Unidos -en lo militar, la ampliación de la guerra; en lo moral, un crecimiento en la pérdida de prestigio-, fue premiado con el mando supremo de la OTAN, donde dejó algunos de los discursos más belicistas de una etapa en la que se acentuaba la coexistencia, y con un despacho en la Casa Blanca, en el que, según fama, ordenó vigilancia de teléfonos, control de la Prensa y participó en la medida de su importancia en la «operación Watergate». Unos años de biografía bastante cargada, que impidieron lo que parecía ser su gran propósito y el de algún grupo de poder de Washington: aspirar a la candidatura republicana a la Presidencia. Pero no lo bastante para convertirle en secretario de Estado, si pasa la tormenta que le espera en el Senado, que no va a limitarse a una encuesta de fórmula, como hace en otros casos, sino que parece que va a investigar a fondo. Probablemente saldrá adelante, por la nueva mayoría republicana, y porque con seguridad Reagan y el partido han conseguido los pactos suficientes antes de atreverse a un nombramiento tan poco fácil. Que, sin embargo, tiene a su lado una parte de la opinión pública: aquella que cree en la manera fuerte de gobernar al mundo, que poco menos que eso es la función que muchos americanos atribuyen al Departamento de Estado. Haig parece el hombre indicado para la «era Reagan» tal como se imagina.Probablemente lo será: más aún que en su forma de tratamiento para con la URSS, que es una forma más importante de la acción exterior americana, en su manera de tratar de forzar a los aliados díscolos en Europa y en su tratamiento a los países del Tercer Mundo: de una manera especial a los latinoamericanos. Cada vez se configura más la política exterior de Estados Unidos en Latinoamérica como la del regreso a todas las formas de presión, resultado de un balance que a las nuevas formas en el poder les parece funesto en la política de Carter: la formación de democracias. Haig no es sólo un militar, con la habitual forma tajante de considerar los problemas que suele dar esa profesión, sino un militar duro, apasionado de la fuerza y uno de los creadores de la doctrina de que la mayor capacidad de Estados Unidos ante el desafío global está en la fuerza armada y en la negociación desde esas posiciones, y que llevar la concurrencia a otros terrenos es ir a una derrota lenta y segura.
Puede que la realidad llegue a sujetarle. Pero el principio de la nueva Administración, con Reagan y Haig en la acción exterior, y con el papel que tenga Kissinger, puede ser. espectacular y desagradable.
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