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Los congresistas demócratas tratarán de impedir la ratificación de Haig como secretario de Estado

El nombramiento del ex general Alexander Haig como secretario de Estado de la próxima Administración republicana ha suscitado duras críticas en el Partido Demócrata, donde amplios sectores ven con inquietud que los civiles hayan perdido la supremacía, en favor de los militares, en tan importante cargo. Este partido abrirá una «investigación» en el Congreso antes de la ratificación del nombramiento, pero no se cree que pueda impedir el acceso al cargo del que fue jefe del Gabinete de Nixon en pleno escándalo Watergate y comandante de las fuerzas de la OTAN.

Al elegir al general Haig, el próximo presidente norteamericano, Ronald Reagan, ha querido hacer comprender que en su Gobierno no habrá más que un solo responsable de la política exterior norteamericana y evitar así el conflicto de influencias que acompañó a la Administración Carter entre el presidente del Consejo de Seguridad Nacional y el secretario de Estado.El ascendiente que el general Haig puede tener sobre Reagan es una de las razones de la reserva hacia su nombramiento tanto en la Prensa como entre los políticos demócratas, inquietos por un militar marcado por sus ambiciones políticas, que a partir del 20 de enero se convertirá en el más importante miembro del Gabinete republicano.

Coherencia

Al margen de las repercusiones políticas que pueda tener en el interior de Estados Unidos el nuevo cargo de Alexander Haig, desde una óptica de política internacional la elección del presidente Reagan (sin duda influida por consejeros en la «sombra», como Henry Kissinger) es una decisión perfectamente coherente con la política prioritaria de defensa que tendrá la nueva Administración norteamericana.

Con excelentes relaciones en el Pentágono, buenos vínculos con los complejos industrial-militares estadounidenses-ocupa actualmente un alto cargo en una de las primeras multinacionales especializadas en construcción de material militar- y excelentes lazos en los círculos militares de los países europeos miembros de la OTAN, Alexander Haig será, probablemente, el secretario de Estado ideal en una proyección exterior de la política norteamericana que, bajo la presidencia Reagan, entrelazará estrechamente defensa y relaciones exteriores.

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Por otro lado, con Haig en el Departamento de Estado renace para muchos norteamericanos la sombra del escándalo Watergate, que costó la presidencia al republicano Richard Nixon. Su cargo en la Casa Blanca durante los últimos quince meses de la Administración Nixon suscita también serias reservas en medios políticos demócratas, sobre la oportunidad de otorgar a Haig tal responsabilidad.

Los senadores y congresistas demócratas anuncian una «investigación profunda» para comprobar si Haig, que por aquel entonces salió indemne, estuvo implicado en el Watergate. «Es muy difícil determinar si Haig tuvo un papel importante en el escándalo», dijo, por su parte, en una emisión televisada de la cadena ABC, el periodista Carl Berstein, quien, junto con Bob Woodward, investigó y denunció la corrupción de la Administración Nixon, cristalizada a través del escándalo Watergate en las páginas del diario The Washington Post.

El nombramiento del general Alexander Haig como secretario de Estado no ha suscitado, hasta el momento, ninguna reacción en los países del Este,

En Moscú, un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores declaró a la Prensa que el nombramiento era «un asunto interno de la Administración norteamericana». El portavoz se negó a hacer cualquier otra declaración, mientras la agencia de noticias Tass anunció el nuevo nombramiento del ex comandante enjefe de las fuerzas de la OTAN en un breve despacho, y el diario Izvestia, órgano del Gobierno soviético, recoge la noticia sin hacer el menor comentario.

Es evidente, subrayan los observadores diplomáticos, que el general Haig no es, en la óptica soviética, el mejor candidato para hacerse cargo de la política exterior norteamericana, aunque su nombramiento no haya causado en el Kremlin la menor sorpresa.

Aunque en su época de comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa, Haig evitó, en todo momento, tomar una posición oficial sobre el tema España-OTAN, no ocultó nunca el interés estratégico para la Alianza de contar en su día con España.

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