La guerrilla prepara su ofensiva final
Para la inmensa mayoría de la población, el gran problema es conseguir los colones suficientes para sobrevivir. Aquí sólo ahorra el que piensa irse, los demás ya tienen bastante con poder comer todos los días el arroz, los frijoles y las tortas de maíz que constituyen su dieta esencial y casi única. Cuando pertenecer a un sindicato se ha convertido en peligro de muerte, es lógico que los salarios de las pocas industrias que aún trabajan se hayan estancado en el equivalente a unas 10.000 pesetas. La vendedora de una tienda apenas llega a las 7.500, una sirvienta se conforma con 3.000, y los miles de vendedores ambulantes que patean las calles pueden sentirse dichosos si a final de mes han logrado reunir cuarenta dólares.Los que viven del campo -más del 60% de la población activa- lo tienen aún más difícil. Los salarios mínimos por día durante la recolección -tres meses al año- oscilan oficialmente entre los 14,25 colones en el café (420 pesetas) y los 10,50 en el algodón (300 pesetas).
El gremio de cafetaleros ya anunció en los periódicos que estos salarios son ruinosos para ellos y que no podrán pagarlos. Lo cierto es que con unos niveles de desocupación y subempleo agrícola que alcanzan porcentajes superiores al 50% resulta difícil reivindicar unos salarios que ni siquiera el Gobierno está dispuesto a defender.
El campesino trabaja al final por lo que le paguen. Por poco que sea, podrá, al menos, pagar la comida que le han ido fiando a lo largo de todo el año. Los datos no son de ninguna organización izquierdista, proceden del Instituto Salvadoreño para la Transformación Agraria (ISTA), organismo autónomo dependiente del Ministerio de Agricultura y encargado de la reforma agraria.
Ante la evidencia de una población subalimentada en un 80%, este Gobierno apenas ha encontrado mejor remedio que poner en marcha una fortísima campaña de control de natalidad, que se traduce en un bombardeo de cuñas radiofónicas sobre las excelencias de la vasectomía y los preservativos.
No parece que la campaña haya tenido mucho éxito en este país, que mantiene una de las tasas de natalidad más altas del mundo: 3,8%. Este índice se dispara aún más en el campo y se acerca a modelos europeos en los barrios acomodados de San Salvador.
El escaso éxito de la campaña se detecta mejor que en ninguna parte en los refugios que la Iglesia ha puesto al servicio de quienes huyen de laguerra-que-no-existe y no pueden pasar la frontera. Más de 2.500 personas viven de la caridad internacional que se canaliza a través del CES (Comité Ecuménico Social). Al menos 2.000 son niños. El resto, mujeres y ancianos. Mil de estos refugiados sobreviven, algunos desde hace nueve meses, en el arzobispado de San Salvador. Ya no hay sitio cubierto ni colchones para todos y varios cientos deben dormir al aire libre.
Hace unos días la Guardia Nacional entró en el refugio en busca de armas. No quedó matojo sin revisar. «Venían unos gringos», dice una quinceañera descalza, que viste una blusa casi transparente de mil lavados. «Lo sabemos porque no hablaban como nosotros. Sólo querían saber dónde estaban las armas».
Cada historia aquí es una historia de hermanos, maridos, hijos o sobrinos muertos. «Nos fuimos porque la Guardia nos dijo que iba a matarnos. Querían que les dijéramos dónde estaban los hombres, y cómo habíamos de saberlo nosotras si se habían ido a las montañas». San Vicente, Zacatecoluca, Chalatenango son las zonas del país que más se repiten. Es donde la guerrilla tiene más fuerza y donde la persecución de la Guardia se hace más intensa.
Estos hombres y mujeres del refugio, que parecen entrados en los setenta años, aunque quizá no pasen de los cuarenta, no se andan con rodeos a la hora de señalar a sus enemigos, a los hombres que mataron a su gente y les amenazaron con matarles también a ellos: «Eran los de la Guardia». El coronel Vides Casanova es el máximo responsable de la Guardia Nacional. El no vacila en afirmar que es necesario liquidar a los subversivos para salvaguardar la civilización cristiana en El Salvador.
Sobre dos campos de fútbol que en otro tiempo sirvieron para que los seminaristas hicieran deporte, este millar de personas -más de setecientos son niños- espera sin esperanza el día en que puedan regresar a sus tierras. «No importa que no sean nuestras y que nos hayan quemado las casas. Yo quiero volver aunque tenga que dormir bajo un árbol». Mientras cientos de niños corren al sol, mientras la poca ropa de repuesto se seca al sol, mientras los ancianos se alimentan apenas de sol, un grupo de comadres cuece en unas grandes perolas el menú de hoy, de ayer y de mañana: maíz. «Algunos días hay un poco de arroz o unos frijoles. Nunca hemos visto la carne».
El Gobierno sigue diciendo, entre tanto, que tales refugios son un montaje de la izquierda para la Prensa extranjera y campos de entrenamiento para los nuevos guerrilleros.
Lo que sí dicen estos refugiados -aquí no hay nombres ni rostros para las cámaras fotográficas, porque eso equivale a la muerte- es que sólo podrán regresar a sus campos cuando triunfe la izquierda. La Guardia Nacional, la ultraderecha, el Gobierno, son la misma cosa para ellos, que no entienden de política y saben sólo que quienes mandan mataron a su gente.
Guerra a muerte
Desde la impenetrabilidad de sus caras arrugadas, estos ancianos de cincuenta años se preguntan: ¿Cuándo va a atacar la izquierda? Es la misma pregunta que se hace todo el país. La mayoría, con el miedo que da la seguridad de que las represalias del Ejército van a ser terribles, tanto si gana la guerra que se juzga inevitable, como si tiene que huir en retirada. «Esta va a ser una guerra aún más sangrienta que la de Nicaragua. Allí era todo un pueblo contra una dictadura familiar. Aquí la oligarquía y el Ejército cuentan con más aliados».
Posiblemente este convencimiento de que la lucha va a ser muy difícil ha retrasado la tantas veces anunciada ofensiva final. Rumores cada vez más insistentes apuntan sin embargo, que la decisión estaría ya tomada por la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), mando supremo del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMNL). La presión internacional producida contra el régimen tras el asesinato de los líderes del FDR y, sobre todo, por el de las cuatro monjas -su ciudadanía norteamericana ha sido un factor decisivo- habrían movido a la DRU a iniciar en unas semanas el asalto final.
La DRU no pasa, sin embargo, de ser una dirección conjunta debilitada por las diferencias internas existentes entre los cuatro grupos guerrilleros que la forman y que mantienen a sus respectivos comandantes. La dirección de una guerra obligaría a una superación de tales diferencias.
En la actualidad, cada grupo guerrillero mantiene su estructura y su predominio en distintas áreas del país. Así, el Ejército Revolucionario de los Pobres (ERP) parece mayoritario en la zona oriental, el Norte está bajo la influencia predominante de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la periferia suroriental de San Salvador tiene un cierto predominio de la Resistencia Nacional (RN), mientras que el partido comunista tiene a la mayoría de sus guerrilleros en la capital y en las áreas urbanas, donde también aparecen los otros tres grupos.
El flanco más débil de la guerrilla es la zona occidental del país, justamente la frontera con Guatemala, desde donde podrían llegar refuerzos para un eventual ejército en derrota. Fuentes próximas al FMNL calculan que en el momento de la ofensiva final podrían movilizar cerca de 20.000.hombres bien entrenados.
El Ejército cuenta en frente con 10.000 soldados y no menos de 15.000 guardias. La desigualdad numérica no parece a primera vista tan elevada, aunque en caso de necesidad las fuerzas armadas podrían recurrir a nuevas levas y movilizar a más de 40.000 hombres. El FMNL asegura, sin embargo, que su moral y su entrenamiento son mayores y que en última instancia cuenta con la deserción de miles de soldados. Tal vez el factor determinante pueda ser la actitud del sector majanista del Ejército, una vez que ha sido totalmente apartado de los puestos clave del mando.
Lo que se asegura desde distintas fuentes es que la ofensiva final, sea cual fuere su resultado, es ya cuestión de semanas. Donde la desproporción puede ser mayor entre el Ejército Regular y la guerrilla es en la dotación de armamento. Aunque se asegura que en las últimas semanas ha entrado artillería en el país, el Ejército salvadoreño cuenta con tanquetas, helicópteros artillados, cañones de grueso calibre y algunos bombarderos. No se sabe con qué armas puede el FMNL hacer frente a este potencial. Se afirma, en cualquier caso, que el grueso de las armas guerrilleras está ya en el interior del país y que sólo falta la orden de insurrección.
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