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Un poeta y nueve científicos recogieron ayer los galardones del Nobel

La única novedad en la ceremonia fue la ausencia de la reina Silvia

Nueve científicos y un poeta recibieron ayer, en la sala de conciertos de la ciudad de Estocolmo de manos del rey de Suecia, Carlos Gustavo XVI, los premios Nobel 1980 para física, química, medicina, literatura y economía. La ceremonia tuvo la pompa habitual y la rutina de cada año, sin excluir expectativas de lo imprevisto en el transcurso del acontecimiento. Secuela inevitable del episodio ocurrido en 1976, cuando un joven sueco infiltrado en la selecta concurrencia detonó su ruidosa protesta en momentos en que Milton Friedman se dirigía a recibir su premio.

Desde entonces, la eficiente Policía sueca ha extremado las medidas para evitar toda interferencia desagradable. Hubo, sin embargo, esta vez un imprevisto, que debe imputarse al rigor del invierno sueco y que impidió que la reina Silvia, aquejada de una fuerte gripe, pudiera estar presente en la fiesta. El rey tuvo a su derecha a la princesa Lilian y a su izquierda al príncipe Bertil. Además de la familia real, personalidades del Gobierno, parlamentarios, cuerpo diplomático, familiares o amigos de los laureados, catedráticos y personalidades de la vida académica nacional, colmaron la Konserthuset en número aproximado a unas 2.000 personas.Con estricta puntualidad, la ceremonia comenzó a las 16.30 horas, cuando hacía ya dos horas era noche cerrada en Estocolmo y habiendo ya cada participante ensayado en todos sus detalles su papel. Tras la apertura del acto, a cargo de la Sinfónica de Estocolmo, el presidente de la Fundación Nobel, Sune Berstrum, pronunció el discurso inaugural.

Así fueron desfilando, por su orden, los premios de Física, Frederik val Fitchy James Cronin; Química, Frederik Sanger, Paul Bert y Walter Gilbert; de Medicina, George Snell, Jean Dausset y Baruj Benacerraf; de Literatura, Czeslaw Milosz, y de Economía, Lawrence Klein.

Entre los invitados especiales debe mencionarse a Miroslaw Chojecki, director de la clandestina editorial polaca Nowa y amigo y editor de Milosz, y también estuvo presente la televisión polaca.

Posteriormente, en la sala azul del palacio del Ayuntamiento tuvo lugar la cena acostumbrada con aproximadamente 1.200 comensales, a 375 coronas per capita, ausencia de bebidas fuertes, a tono con la campaña en que está empeñado el Gobierno y diversos estratos de la sociedad sueca, 130 camareros y 8 maîtres. El día culminó con un gran baile, para el que estaban invitados cuatro cientos estudiantes. La televisión difundió para Suecia y para el mundo los pormenores del acontecimiento anual máximo del país. Empero, los titulares de los vespertinos de Estocolmo dieron preferencia a la muerte de John Lennon.

Ayer, también, en la sala mayor de la Universidad de Oslo, con menos pompa, pero con más calor popular, el argentino Adolfo Pérez Esquivel recibió de manos del rey de Noruega, Olaf V, el Premio Nobel de la Paz por su activa y arriesgada tarea en favor de los oprimidos de su país y de América Latina. Una significativa ausencia se registró en esta ceremonia: la de la representación diplomática de la Junta Militar Argentina, en Noruega.

Un premio alternativo de la paz, que no supone discrepancia con la adjudicación a Pérez Esquivel, fue entregado por diversas organizaciones a las «madres de la plaza de Mayo».

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