_
_
_
_

Tania Doris o la dulce viudez

En el teatro madrileño de La Latina acaba de reaparecer Tania Doris como protagonista de la revista cómica titulada La dulce viuda, original de Jiménez y García, con música de DoIz, Soto y Lobato. Junto a la estrella principal, «la belleza europea», descuellan dos actores cómicos: Luis Cuenca y Eugenia Roca. La obra, en la que se intercalan sin ton ni son diversos números musicales, posee todos los trucos a la vieja usanza para desencadenar las carcajadas del respetable sin reparos.Desenvuelta, ubérrima y con gancho, Tania Doris se come de un plumazo a todo el que se asoma al escenario. Un optimista diría que es la penúltima estrella española de la agonizante revista musical. Un pesimista sabe que ni torres más altas ni más sabrosas brevas volverán a caer. Las alegres chicas de Colsada, confusas y nerviosas, aletean ante esos signos tan carnales de milagro postrero y verdadero. Los azorados espectadores buscan ansiosamente sombra en los secretos evidentes, interrogantes, poderosos e ingenuos de la amazona valenciana.

Ella, que conoce los balcones del mundo fantasmal, aparenta dejarse querer con perezosa rebelión. Pero, como Luis Cuenca va a saber en hueso propio, media un abismo del tacto al acto. Estrafalario y persuasivo, Luis Cuenca es en la vida irreal Silvino Capa Ranas, personale que, antes de caer enfermo, trabajaba en una fábrica de macarrones. Era el encargado de meterse por los agujeros para limpiarlos. Y ahora es solicitado para marido ficticio de Doris, bastante encandilada por el hecho de que una eminente doctora le asegura que el maltrecho Silvino guarda como oro en pano un formidable macarrón.

La hermana de Silvino, Mariana (Eugenia Roca), arlimará el movido desarrollo de ese enredo. Y empieza por cantar con otro acento: «Yo me pongo en los árboles / cuando escucho los pájaros, /sobre todo los miércoles». El espectador que corea mejor recibe este homenaje: «¡Un aplauso para el pájaro del señor! ».

Hay intrigas de los años veinte, alusiones actuales, decorados delirantes, números musicales con corsarios de tebeo y estruendo de naufragio permanente. Hay persecuciones, boda por lo alto y por lo bajo, chistes terribles, verde chamusquina y octogenario burriqueo. Luis uenca mantiene el peso del pasado sobre sus frágiles hombros. Es un actor cómico como la copa de un pino. Tania Doris, lista y generosa, le deja la oportunidad de lucirse. Y otro tanto le permite a Eugenia Roca, que saca carcajadas húmedas hasta del desierto. Tania Doris se regocija con lo que oye; baila y canta; sabe poner los dientes largos. Dulcemente, se entrena para ser viuda alegre. Y, al final, cuando decide pasar del tacto al acto, lo logra doblemente.

Resurrecto y virgen, Luis Cuenca se despide con unos versos: «La revista se termina / y también termino yo. / Que tardéis mucho en morir. / Adiós, amigos, adiós». En esa despedida se resume el aroma de La dulce viuda, una candorosa picardía que vale la pena ver. Estrechos, abstenerse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_