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Santander recupera la obra de su primer maestro de capilla

La Coral de Santander, su inteligente e infatigable directora, Lynne Kurzeknabe, y la caja de ahorros llevan a cabo estos días una tarea del más alto interés cultural y de la mayor utilidad: completar el conocimiento de quien fuera primer maestro de capilla de la catedral santanderina, Juan Antonio García Carrasquedo (1734-1812), con un programa que amplía el interpretado en el último festival internacional, y que se repite en Castro, Santoña, Torrelavega, Santander, Reinosa, Los Corrales y Cabezón de la Sal.¿Quién ha dicho que los conciertos santanderinos los llenan veraneantes y estudiantes de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo? Si alguno piensa tal cosa, debería haber visto la catedral abarrotada hasta los topes de un público interesado, mayoritariamente juvenil, para escuchar a su coral y a su maestro redescubierto.

El responsorio navideño Quem vidisti pastores (1778) y el himno Oh admirable Sacramento figuraron ya en la audición del 29' festival. El aire sencillo y popular del primero contrasta con el sereno dramatismo, un poco al gusto imaginero castellano, del segundo, en el que cualquier influencia italiana queda asumida para enlazar con las más altas tradiciones de la escuela española.

Los reestrenos

Probablemente no han vuelto a sonar en Santander, desde el día de su estreno al servicio del culto, el motete a la Asunción de Nuestra Señora Quae est ista (1777), el villancico La fragante azucena (1778), el salmo Laetatus sum y la Misa en si bemol mayor. Esta última supera, con mucho, a la escrita en la tonalidad de re mayor que conocimos en el festival. Escrita para tenor solista, coro a cuatro voces, violines y bajo continuo, es un ejemplo de originalidad dentro de los gustos de la época. Incluso avanza bastante frente a las tendencias del compañero, más que maestro, de Carrasquedo, Francisco Javier García, el Españoleto, cuyo nombre fue más divulgado en razón a su pertenencia a una capilla, como la de la catedral de Zaragoza, de más larga tradición.

El juego entre los valores polifónicos y los armónicos, la combinación coral- instrumental, las modulaciones y armonías arriesgadas para la época y puestas al servicio de las necesidades expresivas, la capacidad de concisión (nota característica de lo español en música desde la antigüedad hasta Falla) y la belleza -plena de dificultades a empezar por una tesitura siempre elevada- de la parte solista, nos dan una obra coherente y de gran emoción, honda en su religiosidad, pero ausente de retórica beatería: arquitectónica, cantábile y escultórica a la vez. Ni siquiera en los géneros teatrales encontraremos un aliento lírico de tanta nobleza, cuyos orígenes habría que buscarlos en el Cantar las pasiones, de un Claudio Monteverdi, mejor que en ninguna vecindad galante.

El texto castellano de La fragante azucena fue obligado en las oposiciones al magisterio de Oviedo, convocadas en 1780, después de la muerte de Pedro Furió, a las que concurrió Carrasquedo, teniendo por principal contrincante a Joaquín Lázaro, de Mondoñedo, que, tras repetidas votaciones, obtuvo la plaza, si bien los sufragios alcanzados por el santanderino fueron siempre muy elevados, incluso los mayores en la primera votación.

Quien determinó el texto, amén de alguna alusión a Asturias, incluyó una serie de términos musicales que debían ser incorporados a la composición, como anota Lynne Kurzeknabe. Otra policoral, con tenor solista, cuerdas, trompas y bajo continuo, se desenvuelve en un clima de tierna galanura hasta hacer música fluida, lo que derivaba de una serie de «pies forzados».

Las versiones

La Coral de Santander cantó no sólo bien afinada e identificada con los pentagramas, sino exactamente ajustada a las características del estilo. Lynne Kurzeknabe, además de ser una muy competente música, posee una seria formación musicológica y, por si esto fuera poco, está capacitada para el liderazgo. Todos los cantores se sienten guiados, creen en ella, la siguen con entusiasta entrega y se sienten felices cuando cantan. Basta observar sus rostros, durante el concierto, para comprobarlo.

Pieza importante en el buen éxito ha sido, sin duda, el tenor Javier de Solaun, dueño de una bellísima voz, expresivo y austero en la dicción y el fraseo, claro en la articulación, dominador, con rara afinación y unidad de color, de tesituras casi propias de contratenor.

En fin, todos los elementos, incluido un buen grupo instrumental traído de Madrid, trabajaron a las órdenes de Kurzeknabe con pasión y seriedad. El público mostró su entusiasmo con con tan largas ovaciones que hubo de repetirse algún fragmento.

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