"Dolor comporta dolor sobre dolor... "
El, que había escrito, allá por los inicios de los años setenta, que un comunista no está nunca solo, rumia ahora la más espantosa de las soledades en una habitación del hospital de Sainte Anne. El, que tan profunda ternura sintiera hacia el drama terrible de Waldek-Rochet, ha sido hoy fulminado por el mismo relámpago de horror.Todo le había ido abandonando lentamente. La espera de una revolución que él pensara un día poder llegar a ver, los tiempos de la esperanza en el futuro habían quedado atrás, entre la bruma apasionada de los sesenta. La «academia», sus mandarines, con la estupidez en ella habitual, lo ignoró en la misma medida en que rencorosamente lo envidiaba: nunca pasó de ser maître assistant; él, que era una de las dos o tres únicas cabezas de genio que ha dado Francia en este siglo al mundo del pensamiento. Los dirigentes de su partido -al que él ha amado y defendido con pasión de hombre fundamentalmente honesto- no perdieron ocasión de humillar públicamente a un intelectual excesivamente lúcido para ser sumiso (las palabras de Marchais sobre «esos intelectuales sentados al calor de sus despachos» aún nos queman a todos la memoria). Sólo le quedaba al final entre las manos una vida torturada y rota.
Pero hay algo de lo que jamás nadie podrá privarle. Louis Althusser ha sido el último maestro, el último gran hombre entrañable (tras la muerte de Sartre) delhorizonte intelectual europeo. La suya es una raza irremisiblemente condenada a muerte, es cierto; pero Louis no será nunca sólo un nombre en los manuales de historia del marxismo. Al menos para nosotros, que de él lo hemos aprendido todo -y no sólo en el terreno de la filosofía- Atrapada entre la tentación de la colaboración y la certeza de la desesperanza, toda una generación de jóvenes intelectuales marxistas, en Francia como en España, ha vivido junto a él la tragedia incurable de un tiempo pútrido y maldito. Y ese mismo Althusser, que nos había enseñado todo, ha sido también, bajo el peso implacable de la historia, el maestro del más patético de los aprendizajes: el de la insoportabilidad de una vida como esta. Sus discípulos de otros tiempos habían ido escogiendo sus propios caminos hacia el vacío; Nicos Poutantzas no fue en eso sino quizá el más radical. Definitivamente solo, Louis Althusser fue adentrándose hasta el último extremo más oscuro de la calle.
Intransigencia lúcida de un marxismo vivo
Tras él quedaba una obra crucial en la historia del marxismo de nuestro siglo. una tarea certera de intransigencia teórica que nos abrió el camino hacia un marxismo vivo, ajeno a toda componenda. Años dedicados a reencontrar el filo de aquella arma radical de la teoría con la que Marx inaugurara nuestro horizonte.
En un mundo tan. intolerablemente atroz como éste que nos tocó vivir la lucidez se paga a un precio muy caro. Althusser ha pagado su permanente vivir en la ruptura con lo más alto que poseía: su propia razón. Incapaz de seguir resistiendo en medio de una realidad atroz, una de las cabezas más soberbias de esta segunda mitad de siglo ha acabado por sucumbir a un estallido final que, desde hace mucho tiempo, barruntaba obsesivamente.
Ahora, Louis ha atravesado definitivamente la barrera. Los buitres de siempre no desperdiciarán la ocasión para tratar de verter carroña sobre su nombre y su obra espléndida. Malditos sean.
En su larga y espantosa lucha contra los dioses de la locura, un gran pensador -otro más- ha sido finalmente vencido y fulminado. No fue el primero. No será el último. En estos momentos terribles en que contemplo el curso sórdido del destino sólo puedo desesperarme ante la desdicha innombrable del amigo triturado. Y siento unos profundos e imposibles deseos de poder creer en Dios para blasfemar a gritos sobre su juego impío.
Gabriel Albiac es profesor ad)unto de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense. Autor, entre otros, del libro Louis Althusser: cuestiones de leninismo.
Babelia
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