La vida apócrifa de Edith Piaf
Se ha estrenado en el teatro Muñoz Seca el espectáculo musical Piaf, de Pam Gems, protagonizado y dirigido por Natalia Silva. El responsable de los aspectos musicales de la obra es Alfonso Santisteban. Los actores se desdoblan de continuo para interpretar las siluetas, aquí desfiguradas hasta lo bochornoso, que compusieron el entorno humano de la ya mítica cantante francesa.Tal vez, el retrato más fiel de la cantante Edith Piaf (1915-1963) se lo debamos a Monique Lange. Esta, con la fluidez de una sensible narradora, traza los rasgos fascinantes y contradictorios de su heroína: pordiosera o célebre, generosa o cruel, patética o divertida.
En el espectáculo Piaf queda amansado el vértigo de semejante remolino gracias a una caricatura soez: Edith Piaf aparece como una tarada de tomo y lomo., escocida y gris. Sus comparsas (llámese Yves Montand, Charles Aznavour o Théo Sarapo) son pánfilos muñecos que corean esa imbecilidad central. Los diálogos, vertidos al castellano por Dolores Bermúdez de Castro, carecen de toda entidad que no sea la de la ignominia.
Uno recuerda a lo largo de esta penosa representación que el cineasta Alain Resnais, cuando fue a pedirle a Marguerite Duras que escribiese Hiroshima mon amour, le dijo: «Quisiera que la película se pareciese a una canción de Piaf». La obra de Pam Gems, por el contrario, haría pensar en un Sáenz de Heredia buscando un guión, cinematográfico sobre la vida de santa Teresa y diciéndole a Vizcaíno Casas: «Quisiera que la película se pareciese a una canción de Marujita Díaz».
Y es lástima que el talento imitativo de Natalia Silva, cuando interpreta las canciones de Edith Piaf en francés, se ensucie en todos los sentidos cuando se dedica a colocar sobre un escenario algo que nunca pudo tener mejor morada que la de las cloacas.
Piaf solía decir: «Me gustaría volver a la Tierra después de muerta». Si su deseo se cumpliera y viese este espectáculo sobre su vida apócrifa, muy, poco duraría su resurrección.
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