Aquella guerra
LA DESBORDANTE afluencia de visitantes a la exposición sobre la guerra civil española abierta en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño -constituye de por sí una manifestación histórico-política de primer orden. No se trata aquí de registrar los aciertos y de señalar los fallos -unos y otros abundantes- de este primer intento de instalar en la memoria de nuestra sociedad, como acontecimiento del pasado que ha cónfigurado nuestro presente y nos advierte sobre los peligros del futuro, aquel sangriento y devastador conflicto fratricida, sino de señalar la importancia que reviste el propósito de levantar el tabú sobre su recuerdo y de transformar en motivo de reflexión colectiva y de pedagogía ciudadana un trozo de historia española que, hasta el otoño de 1975, fue congelado y caricaturizado como legitimador espúreo de un régimen autocrático.También en Madrid, la excelente versión teatra realizada por José Luis Gómez y José Antonio Gabriel y Galán de La velada en Benicarló es acogida por los espectadores no sólo como un notable montaje escéníco de un bello texto de Manuel Azaña, sino también como una incitación para meditar, al hilo de las reflexiones del primer presidente del Gobierno y último jefe del Estado de la II República española, sobre los orígenes y consecuencias de aquella tragedia.La Revolución Francesa es todavía hoy un inextinguible filón de investigaciones históricas y de referencias políticas y culturales para nuestros vecinos. La guerra civil nortemericana alimenta la épica cinematográfica de Estados Unidos, nutre su literatura popular y sirve de pauta para muchas actitudes sociales. La guerra civil española, que sacudió las fibras más sensibles de la opinión pública mundial en los finales de la década de los treinta y condicionó el escenario internacional, no ha hecho sino comenzar su interminable camino hacia la pósteridad.
Ultima guerra romántica y de ideales o capítulo inicial de la nueva era del conflicto bélico total, sangriento desenlace de un enfrentamiento interno entre españoles o manipulado adelanto de la ofensiva del fascismo internacional, consecuencia imprecisa de una maldición cainita sobre nuestra colectividad o efecto determinable de las desigualdades sociales y las intoterancias ideológicas acumuladas en nuestro país desde hace siglos, la discusión en torno a la matanza entre hermanos que se inició en julio de 1936 y concluyó bastante después de abril de 1939 dificilmente pondrá de acuerdo a quienes investiguen sus orígenes y sus causas, pero puede lograr un razonable consenso para considerarla como una página que nunca debió ser escrita y que, en cualquier caso, no tendría que repetirse.
Pero el carácter absurdo e inútil de nuestra guerra civil, que nos sitúa a comienzos de la década de los ochenta con un equipaje de desconfianzas, carencias y retrasos del que hubiéramos podido desembarazarnos mediante el afianzamiento de las corrientes de modernidad que fueron suprimidas por ese terrible drama colectivo, no sólo no justifica la censura -consciente o inconsciente- de su recuerdo, sino que obliga a conocer los acontecimientos que la hicieron posible o tal vez irremediable y a reflexionar sobre los medios para impedir la creación de ese clima de deterioro político, social, económico y moral que convierte a una lucha fratricida en algo imaginable. Evidentemente, una discusión sobre la guerra civil española entablada sólo por quienes la libraron tal vez pudiera producir el efecto negativo de una prolongación de ese clima hético, como consecuencia de la torpeza de unos y de otros para reabrir heridas ya cicatrizadas o del intento de atizar las pasiones de hoy con los rescoldos de las hogueras de antaño. Pero el silencio sobre aquella tremenda herida a nuestra convivencia podría suscitar el imprevisto resultado de que lo prohibido o lo relegado al inconsciente terminara por resurgir con mayor virulencia después de una larga etapa de forzada latencia. Iniciativas como la exposición en el Palacio de Cristal o el estreno de La velada en Benicarló podrían ser el comienzo de esa reflexión colectiva que posiblemente algunos supervivientes de la guerra teman, pero que los españoles que desean vivir en paz en el siglo XXI necesitan.
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