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La próxima visita del Papa a la República Federal de Alemania

Juan Pablo II ve en el alma cristiana de Europa el futuro de su unidad

La fuerte personalidad del papa Wojtyla le ha permitido, en los siete viajes anteriores, marcar el ritmo de los acontecimientos y la selección de temas. El viaje a la República Federal de Alemania, el próximo día 15, se presenta mucho más conflictivo. Ciento treinta y cinco personalidades le han dirigido una carta y esperan respuesta a sus preguntas sobre el control de natalidad, el divorcio para católices y la libertad en la enseñanza de la religión. Los protestantes no quieren ser convidados de piedra y la República Democrática Alemana también se siente afectada. Alemania, situada en el corazón de Europa y dividida, brinda una buena oportunidad, que el papa Wojtyla no desperdiciará, para hablar de la «unidad cristiana de Europa», tema ya iniciado en su viaje a Polonia. En este viaje, con unos preparativos espectaculares y con un costo próximo a los setecientos millones de pesetas, el Papa está emplazado ante problemas sobre los que tendrá que pronunciarse y con unos interlocutores dispuestos al debate, que disponen de fuertes argumentos y de un conocimiento profundo de las cuestiones que plantean.

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Unos setecientos millones de pesetas costará el viaje de Juan Pablo II a la República Federal de Alemania. Para su recibimiento, en el antiguo aeropuerto Butzweiler Hof, el próximo día 15, se con centrarán 4.400 policías, más 3.500 del servicio de orden. El altar para el recibimiento costará unos doce millones de pesetas. A Fulda, la ciudad episcopal, viajarán 5.000 autocares, y 120 trenes especiales transportarán una parte del millón de visitantes. El viaje de Breznev no llegó a costar el millón y medio de marcos. «Quedaría muy agradecido si se hicieran cargo de los costes, a partes iguales, el land, la ciudad de Colonia y la archidiócesis», escribe el vicario general de Colonia. Por su espectacularidad, más parece un viaje al Tercer Mundo. Pero Alemania es Centroeuropa, claro que con unas características especiales. La sociedad tiene un componente religioso, mayor incluso que los países latinos; en Alemania, además, católicos y protestantes conviven, pero celosos de las diferencias, y, finalmente, la República Federal es, para Polonia, la clave contra el encasillamiento «oriental». La visita papal no está planteada en los términos de dedicarse a debates teológicos o encuentros sosegados con otros líderes religiosos o políticos. El Papa viene «a llevar el mensaje de Jesús a todas las gentes» y «a ser testigo y garante de la unidad de la Iglesia». Por eso no se prevé más que una hora en la católica Osnabrúk para encontrar diez pastores protestantes. Lo que está ocurriendo es que el estilo directo de Juan Pablo II se ha encontrado con tan serios obstáculos que, en un momento, se pensó aplazarlo hasta la primavera próxima. Un Papa que visite la República Federal no puede tratar a los protestantes como convidados de piedra o unos visitantes más. La división confesional tiene viejas raíces y, aunque hoy no se manifiestan las pasiones confesionales con la crudeza del tiempo de Bismark, tampoco hay que infravalorarla.El proceso de acercamiento, tan animado en los años sesenta, está estancado, bastando la aparición del libro Pequeña historia, de la Iglesia en A lemania, por el pr6fesor de Friburgo Remegius Baumer, y con el visto bueno de la conferencia episcopal, para que los ánimos se crispen. El periódico Franfurter A llgerneine Zeitung ha escrito que «todavía hoy, 463 años después de la fundación de la Reforma, el 31 de octubre de 1517, son muchos los que se sienten afectados por lo que entonces ocurrió». Puede que hasta prosperen casos como el del obispo protestante de Immers, que se niega a acercarse al Papa. Pero la sangre no llegará al río. Es mucho el camino recorrido, gracias a cuyo entendimiento han multiplicado, tanto protestantes como católicos, su poder de negociación frente al Estado; por eso nada tendrán que temer de la propuesta del Partido Liberal, que pide «una nítida separación entre la Iglesia y el Estado». En alemán también existe una única palabra para designar el municipio y la parroquia. En viiiud de tantos intereses comunes y dél camino hacia la unidad ya cubierto, los protestantes no han ocultado su malestar por el planteamiento tan -«católico» del Papa.

Solucionados han quedado los problemas de protocolo que planteaba Helmul Schinidt, en cuanto canciller y canciller protestante. Schrnidt no es el jefe de Estado, pero sí el presidente de Gobierno de un país muy consciente de su poder. No estaba dispuesto «a ir a Canosa», aunque esta vez fuera en calidad de huésped de la Nunciatura vaticana. En la antigua residencia de los príncipes-obispos de Colonia se encontrarán el Papa, el presidente Carstens y el canciller Schmidt.

Vuelta a las fuentes cristianas de Europa

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Entre los objetivos del viaje del papa Woityla hay uno, de gran envergadura a medio plazo, y que tiene que ver con su condición de polaco. Hace dos meses viajaba una delegación del episcopado alemán a Polonia. Era la primera visita oficial después de la guerra, que replicaba a la que los obispos polacos hicieron a la República Federal dos años antes. Tema de ambos encuentros no fue la barbarie, ni la reconciliación o el perdón, por más que la historia polaco-germana así lo exigiera, sino la unidad de Europa. El cardenal Wyszyriski hablaba de «la recristianización de Europa, que debe volver al nuevo Belén de todos los pueblos y naciones». Dos años más tarde le respondía el cardenal alemán Ratzinger que la unidad de Europa fue posible sobre la base de su alma cristiana y el papel de Roma como punto nucleador. Primero, el episcopado polaco, y luego, los germanohablantes se han convertido en los mentores de esta Europa unida que va del Atlántico a los Uraleís, pero que no se forja a partir de la autonomía de las patrias, sino mirando al medievo. No es la primera vez; ya lo intentó el romanticismo restaurador del siglo pasado. Estos temas tampoco son extraños al actual Papa y a sus íntimos colaboradores. Hay expectación por saber si la reivindicación del «alma cristiana de Europa» forma parte del mensaje espiritual que Juan Pablo II quiere comunicar en su viaje a la República Federal de Alemania.

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