El V Sínodo ha ratificado las líneas maestras de la "Humanae vitae"
Como sin garra y falto de ilusión calificaba el cardenal Tarancón el «mensaje a las familias cristianas», texto final que, junto al discurso de Juan Pablo II, constituye el único documento público del sínodo. Los obispos han abandonado Roma sin conocer el destino de las propuestas que recogen la sustancia de los trabajos realizados. En el sínodo de la familia se ha hablado de la droga, del militarismo, de la ecología y de los emigrantes. Pero los temas candentes eran los de la encíclica Humanae vitae: la anticoncepción, los divorciados que se han vuelto a casar, los matrimonios mixtos y la mujer.
Dos acontecimientos dominaban la Roma católica en el último fin de semana. Mientras la Capilla Sixtina era testigo de la clausura del V Sínodo, a pocos kilómetros de Roma, en la vía Pineta Sacchetti, el dominico Yves Congar, viejo inspirador del Vaticano ll", trataba de reanimar el espíritu dialogante que animó a la Iglesia hace ya tres lustros. Después de aquel, concilio hubo un sínodo al que incluso acudieron más periodistas que al Concilio Vaticano II, a pesar de que tenía por tema estelar la reforma del Derecho Canónico. Lo importante era detectar la marcha del aggiornamento y puesta al día de la Iglesia. Los siguientes fueron perdiendo interés posiblemente porque la burocracia de la curia iba ganando la partida a la colegialidad de los obispos. Así, Viasta este V Sínodo sobre la familia.El Papa marcó la línea del Sínodo en su discurso inaugural. «La tarea de toda familia cristiana», decía, «es custodiar y conservar los valores fundamentales; es decir, custodiar y conservar sencillamente al hombre». El tono del discurso permitió a más de un comentarista hablar del sínodo de las certezas. Lo que no deja lugar a dudas es el interés del Papa por la familia. En sus dos años de pontificado se ha prodigado generosamente sobre los más diversos aspectos de la familia. Ha denunciado las amenazas de la sociedad moderna sobre la familia; ha llamado la atención sobre los derechos de la familia frente al Estado; ha criticado todo intento de despenalización del aborto; ha ratificado la indisolutibiliidad del matrimonio; rechazado el control de natalidad realizado por medios artificiales, y ha colocado el ejercicio de la sexualidad en los estrictos límites del matrimonio.
Deterioro de la vida familiar
La revista alemana Herder Korrespondenz se pregunta por las razones de la preocupación papal y sugería como causa el deterioro de la vida familiar en la mismísima Polonia. Según una encuesta, el 60% de los jóvenes polacos reconocen tener experlencias sexuales antes del matrimonio; el aborto y el divorcio no sólo aumentan, sino que ya no provocan el rechazo social de antes. Y los politicos se van acostumbrando a no participar en la vida sacramental cuando, una vez divorciados, contraen nuevas nupcias.La Iglesia tenía una cita pendiente con la familia desde lii publicación. en 1968, de la Humanae vitae. Pablo VI, en nombre de un dudoso biologismo y de la teoría tomista sobre la ley natural, acabó condenando todo control de nacimiento producido por vía artificial. De esta manera se paralizaba el reconocimiento de la libertad de conciencia, inaugurado por el Vaticano II, atento como estaba a los nuevos datos de las ciencias antropológicas y a la cambiante realidad social.
Un sínodo sobre la familia, aunque fuera convocado doce años después de la famosa encíclica, tenía que habérselas con sus duras conclusiones prácticas y, lógicamente, con el espíritu del Vaticano II. El hecho de que entre los 216 miembros del sínodo figuraran John Billings y Anna Capello, autor y propagadora, respectivamente, de un nuevo método contraceptivo natural, más cómodo y fiable que el de Ogino-Knaus, parecía indicar la continuidad con las tesis de Pablo VI.
La verdad es que tenía razón el cardenal de Madrid cuando, criticando la sosería del discurso final, se refería a la riqueza del debate. Los obispos africanos han luchado por el reconocimiento de sus tradiciones, dentro de las cuales el «matrimonio por etapas» es regla. Su desánimo final ante la incomprensión de los europeos testifica no de la pobreza del sínodo, sino de la unilateralidad de las conclusiones.
Pero la conflictividad de este sínodo no reside tanto en la diferencia de puntos de vista, cuanto en una trampa teológica común a muchos padres sinodales. Si la teología del matrimonio ya está decidida, de poco vale la práctica de la Iglesia ortodoxa, que permite, bajo determinadas condiciones, segundas nupcias, o la tradición africana con su «matrimonio por etapas».
Esta conflictividad interna exigía un tratamiento teórico, y este sínodo se ha señalado por la penuria de expertos cualificados. El conflicto acabó tomando la forma de una polarización entre defensores del método inductivo y defensores del método deductivo, según se partiera de la realidad o de la «doctrina», como dice el sínodo.
Unidad ante todo
Pero si algo no podía permitirse este sínodo, era la imagen de división. Repetidas veces ha insistido Juan Pablo II en la necesidad de la unidad dentro de la Iglesia, sobre el tema de la familia. Para un papa con tanto instinto político como el actual, este llamamiento no era gratuito. Más que las diferencias políticas, más que las diferencias sociales o ideológicas, lo que realmente amenaza la unidad de la Iglesia son los diversos planteamientos y conductos en temas como el divorcio, los anticonceptivos o la educación de los hijos.Por eso, en la presentación de los trabajos llevados a cabo por los distintos grupos, el cardenal Ratzinger se apresuró a proclamar la unidad doctrinal y la complementaridad metodológica. Del Evangelio nacen diferentes metodologías, decía. Pero, eso sí, los criterios correctos de interpretación son los del magisterio eclesiástico.
El sínodo ha ratificado el fondo, de la Humanae vitae, por más que se pida profundizar en su fundamentación antropológica y que todo el mundo haya tomado conciencia de que no todos los casos caen igualmente bajo la ley. Si es verdad que ha aumentado la sensibilidad ante casos concretos, no es menos cierto que se ha producido un endurecimiento desde 1968.
Entonces hubo voces pastorales que reconocían el derecho individual a decidir en conciencia en temas de control de nacimientos. Ahora todo el mundo parece cerrar filas en torno a la postura decidida de Juan Pablo II. Los divorciados que vuelvan a casarse seguirán excluidos de la eucaristía, aunque se pida para ellos una atención pastoral caritativa y misericordiosa.
Preguntado el arzobispo de Milán si los católicos que usan medios anticonceptivos se pueden considerar «no católicos» y «separados de la Iglesia», rehusó una respuesta clara. Media Iglesia podría sentirse fuera del redil.
Esta rigidez de planteamiento va de par con una persecución de la picaresca en torno a lo que el cardenal Felici, presidente del Tribunal de la Signatura Apostólica, llamaba «pequeño divorcio católico», refiriéndose a las causas de nulidad. El cardenal recuerda que «lo que Dios unió, ni por misericordia lo puede separar el hombre». «Pero hay países», y alude a Estados Unidos, «donde las declaraciones de nulidad han aumentado en un 5.000% en pocos años. En otros casos lo que se produce es una fuga de causas de un país a otro más tolerante. Por doquier se intentan driblar las serias causas de nulidad con razones discutibles.
Hay, pues, que apuntalar Ia firmeza doctrinal con una disciplina capaz de acabar con la picaresca.
Seguridad antes que búsqueda
A juzgar por las reacciones en los países europeos no es evidente que todo el mundo haya entendido como «proféticos» los planteamientos del V sínodo. Nadar contra corriente siempre es meritorio. Abordar el tema de la familia en un momento de crisis es un acto de valor indudable. Pero no todo el mundo va a apreciar igualmente el sentido del esfuerzo.Lo que está en crisis, al menos en Europa, es un determinado tipo de familia que ni es la única, ni siempre ha sido así. Ante esta situación caben dos posibilidades: o reivindicar el modelo en crisis o, como decía el cardenal Tarancón, «presentar otro tipo de familia que sea también conforme con el Evangelio».
Al margen de logros parciales y puertas entreabiertas, que las hay, este sínodo ha optado por la seguridad contra la búsqueda. Es esta una reacción típicamente tradicionalista y que algo tiene que ver con el estilo de la Iglesia en los últimos meses.
Decía el tradicionalista francés L. de Bonald que «un pueblo filosófico será siempre un pueblo de inquietos buscadores; ahora bien, si un pueblo quiere evitar la ruina tiene que saber, no buscar».
Los sueños del cardenal Hume revelan el significado de este sínodo. Vio un fortín muy alto defendido por bravos incondicíonales dispuestos a batirse el cobre hasta el final. Enemigo era todo el que osara acercarse a la muralla. Tuvo también otro sueño, el de un peregrino que a bandazos se iba abriendo camino por la vida, No se sabía el camino, lo iba haciendo al andar. Y concluía el cardenal inglés: « A veces, es mejor vivir cerca de la incertidumbre, en la tienda de Abraham, que seguros y cómodos, en el templo del Señor».
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