Pilar Miro
Pilar Miró, que es algo así como el buque/ insignia de las liberadas madrileñas, el piso/piloto de las emancipadas, la mujer que se ha hecho a sí misma (el hombre hecho a sí mismo es- una pasada, porque al hombre. esta sociedad paitriarcalista -que dijo Eva Figes- se lo da todo hecho), Pilar Miró, que hace sus hombres y los gasta, corno Castilla, acaba de salvarse o ser salvada de la jurisdicción marcial para pasar a más civiles jurisdicciones. La bizarría dandy que ya Baudelaire viera en lo militar, ha sabi,do respetar a una mujer.Pilar Miró, hembra brava, ha tenido que ser rescatada al fin, como «la dulce carga» de las novelas de Corín Tellado o Carlos de Santander (escritor amigo al que prefiero en el género) por el héroe cívico del comic colectivo. Lo lamento por el feminismo adusto y dulce (le Pilar Miró, que está dispuesta a llegar en su antimachismo hasta las últimas consecuencias, pero ella precisamente, por ser la metáfora primera y evidente de las progres de ayer/ Oliver y las feministas de hoy, se convierte en prenda simbólica que unos y otros poderes, -unas y otras jurisdicciones, se pasan como rehén, y por la suerte que ella corre vemos un poco la suerte que corre la democracia. El divorcio antimarcelino, lo de la autonomía andaluza (he pasado el fin de semana en Marbella, con su milagroso alcalde socialista) y la devolución de Pilar a las jurisdicciones civiles son los tres pasos adelante que últimamente ha dado la democracia. Ahora, según Lenin, nos correspondería un paso atrás. A ver a quién le toca, por hablar.
Pilar Miró, con flequillo de chico y mirada nocturna, aparece en mi álbum familiar (unifamiliar, porque lo refiero a mí mismo) hacia los últimos sesenta, en la noche dudosa de Oliver/Marsillach, y sobre todo en su leyenda de primera realizadora española de cine y televisión. No veo televisión, pero veo alguna vez a Pilar Miró y me basta para saber que lo que haga esta criatura de decisión e ironía, de inteligencia y rebeldía, será siempre otra cosa. Ella me invitó a un pase privado de La petición, hace pocos años, y en esa su primera película (aparte toda la fascinación que puede dar Ana Belén a ese personaje y a cualquier otro) vi a Pilar Miró transparentada y compleja sobre la prosa demorada y morada de Guy de Maupipiasant.
Lo que vi fue una mujer lúcida que hace la crítica impía de la feminídad tradicional, de un eterno femenino forjado por el hombre para asegurarse la presa y reforzar su libido (siempre en peligro de gatillazo, ay) mediante la transgresión. Pilar Miró no me invitó al pase privado de El crimen de Cuenca, y como luego no ha habido Cuenca, ni crimen, ni película, sólo conozco el rollo por la escritora Lola Salvador, que lo puso en libro (y a la cual fueron a insultar y amenazar unas señoras en la Feria de Otoño del Retiro). Pilar Miró, con encanto de chico que tuviese encantos de chica, con descaro artístico y firmeza personal, fue para nuestra juventud última la.progre antifranquista primera y tiene un valor de símbolo y una elocuencia de signo.
Lo que a ella le pase o no le pase es lo que le va a pasar o no pasar a la mujer española en la democracia creciente o menguante, según los calendarios, los horóscopos y los horoscopistas tipo Miguel Ángel Aguilar, otro encausado /desencausado en el mismo o parecido tema, Pilar, que, siendo tan joven, queda como la primera liberada/ realizada en el mapa femenino del tardofranquismo, tiene, sobre su significación personal, una significación generacional que no cuenta en los expedientes, claro, pero sí en la intrahistoria de lo no historiable. Virgen y mártir de la tribu progre y campamental de Oliver/Boccaccio, a fuerza de mirarnos a los hombres de otra forma, nos enseñó a mirar de otra forma a las mujeres, Gracias, Pilar.
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