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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Sobre ex ministros y otras cosas

De nuevo un proyecto de ley de Presupuestos tratará de las cesantías de los ministros de la Corona, como si la tortuosa práctica de más de 150 años fuera una tradición venerable. De nuevo la falta de valor gubernamental intenta aplazar la solución real de esta vergilenza que hemos venido padeciendo los españoles, ¡es tan fácil modificar una ley presupuestaria!; basta, si se tiene la mayoría parlamentaria, esperar a que amainen las tormentas, y un año es muy corto. Repasemos la historia.El goce personal y directo de los bienes públicos por los cesantes se inicia con carácter provisional en 1813, interin se les coloca, como graciosamente decía el decreto de la regencia, y consistía en la tercera parte de su sueldo «sin descuento algunci». Ya entonces, entre las inmensas y renovadas tandas de cesantes que producían los vaivenes trágicos de nuestra historia: 1808, 1814, 1820, 1823... colaboración o resistencia al invasor; colaboración o resistencia al Deseado; liberalismo progresista; represión fernandina, etcétera, los señores ministros constituían una clase especial.

Esteban Granado es diputado del PSOE por Burgos

Guión de Philip Yordan, según la novela de Roy Chanslor. Fotografía: Harry Stradling. Música: Víctor Young, Director: Nicholas Ray. Intérpretes: Sterling Hayden, Joan Crawford, Mercedes McCambridge, Scott Brady, Ernest Borgnine, John Carradine. Western. EE UU, 1953. Local de proyección: Alfaville 1.

"No pudiendo acumular doble sueldo..."

En 1835 se intenta ordenar aquella insostenible situación, pues, como decía Ferrer, uno de los ponentes «de las pensiones incluidas en los presupuestos se ha convencido la comisión de que esta palabra, "servicios extraordinarios" ha sido un manto para cubrir la infamia y arbitrariedad de multitud de pensiones», y otro, Butron, señalaba muy bien en el debate: «El merecer bien de la Patria es el mayor galardón, el que conceda ciertas condecoraciones es lo más honroso, pero el que se dén recompensas pecuniarias vitalicias cuando la Patria es tan miserable no es lo más a propósito», y Quintana gritaba: «¡Hasta cuándo los españoles hemos de pagar los delirios de los que nos mandan!...», pero se aprobó, normalizándose la situación en una ley de Presupuestos: 40.000 reales que durarán más de cien años, exactamente hasta 1944, con una prevención básica que durará aún más tiempo: No pudiendo acumular doble sueldo bajo pretexto alguno.

Durante ese larguísimo período, los conservadores entendieron y, por supuesto, siguen entendiendo que los servicios a la nación no agotan su satisfacción en ellos mism os, sino que cuanto más especiales sean, más gratificación económica merecen... vitaliciamente. Los progresistas, casi siempre vencidos, sostuvieron lo contrario. Nuestros señores siguieron fielmente la reflexión de Monnerot: lo que se demanda a un hombre de Estado son virtudes de Estado, no la honestidad como a cualquier ciudadano, ¡como si no debieran y tuvieran que ser concurrentes! Aquellas prebendas se suspendieron algunos años: primero, en la regencia de Espartero; después, en el Gobierno Silvela, que en la primera reunión de su Gabinete hizo aprobar un decreto firmado por todos sus ministros, anulando -para el futuro- las cesantías. Muy pocos años después, una orden del Gobierno Villaverde, en 1903 las restableció basándose en el principio de la jerarquía de las Normas..., la misma triquiñuela que había invalidado anteriores esfuerzos. La historia de casi 150 años en esta materia es una serie de trampas tristes y hábiles tendidas a unos cuantos españoles de bien que pretendieron borrar aquella vergüenza.

Si dejamos de lado los iniciales deseos del general Primo de Rivera, al parecer paralizados por la Corona, que pretendía, por razones no precisamente de Estado, liquidar las cesantías ministeriales, nos encontramos, bajo su Directorio, ya en 1926, con el Estatuto de Clases Pasivas, que ratifica la cuantía de la pensión ¡una vez jurado el cargo!, pero mantiene la radical incompatibilidad con todo ingreso de las administraciones públicas.

Una pirueta más, sólo eso, y por tanto irrelevante, en la II República, al excluir del derecho a la pensión a los ministros de la dictadura.

Y entramos ex el viejo régimen, tan largo y tan presente en la vida política española:

1. Se transforma la cuantía fija ¡los 40.000 reales!, en la tercera parte del sueldo -vuelta a 1835-, eliminando así los efectos de la inflación.

2. Se amplía mucho el concepto de ex a efecto de cesantías: presidentes de las Cortes, Consejo de Estado, Tribunal Supremo, Tribunal de Cuentas, Consejo de Economía, etcétera.

3. Se eliminan incompatibilidades, salvo una: todo ex podía cobrar la pensión, hiciera lo que hiciera, cobrase lo que cobrase, salvo si volvía a serlo.

4. Se fija la pensión en el 80% del sueldo base vigente en cada momento, para el rninistro o asimilado.

Todo esto conseguido a través, normalmente, de leyes presupuestarias, se consolida en el texto refundido de Derechos Pasivos del Estado, de 21-4-1966

Recobrada la libertad, en 1977, los socialistas propusimos la supresión de las pensiones. Se nos dijo, ¡tal vez! formalmente y con razones, que no era correcto utilizar la ley de Presupuesto para una modificación perm anente de una ley, aunque el Gobierno asumía nuestros planteamientos. La moción aprobada casi por unanimidad (un ex que dijo compartirla, pero que se abstuvo por solidaridad con sus ex compañeros de gabinete, fue la excepción) demandaba al Gobierno el envío de una ley de incompatibilidades.... naturalmente, no lo hizo. En 1978 mantuvimos la eny fuimos derrotados. En 1979 las enmiendas, dentro de la ortodoxia presupuestaria, esto es, con vigencia exclusivamente para 1980, se aprobaron con la abstención de UCD. No eran muy ambiciosas, aunque rozaban el techo legal permisible: Se congelaban las vigentes y desaparecían para el futuro en tanto sus beneficiarios percibieran algo de los caudales públicos. En la discusión el Gobierno aceptó el reto socialista de presentar una ley de incompatibilidades en 1980...; otra vez lo reiteró en el debate de la cuestión de confianza al señor Suárez. Estamos esperando, conscientes de que la vía adecuada no es la ley de Presupuestos...

Pluriempleos tentadores

Ciertamente, el problema gravísimo de las incompatibilidades ni se crea ni se agota en la situación de los ex ni de sus pensiones. En una sociedad como la española, cuyas estructuras son incapaces de garantizar trabajo a quienes quieren trabajar; donde el lujo más insultante convive con la miseria, ¡a la pobreza ya está acostumbrado nuestro pueblo!, ese sistema social cuya clase dominante considera casi como portador de valores eternos y por tanto intocable; donde no cuenta en absoluto qué debe hacerse sino cómo seguir con los privilegios...,en esta España el ejemplo tiene que comenzar en la cúpula política: en ejercicio o ex, porque todavía están arriba, continuar en los parlamentarios del Estado o de las comunidades y en los elegidos de la Administración territorial; seguir en los funcionarios del Estado, locales, Seguridad Social, empresas nacionales, etcétera; donde la ausencia del riesgo de paro hay que devolvérselo a la sociedad en todas sus formas: racionalización en las normas, eficacia en la ejecución, fraternidad en las relaciones personales, y todo ello con una dedicación plena, rechazando esos tentadores pluriempleos generados en la propia tarea administradora, en su inevitable relación con los intereses privados. Esta socialización humanizada de la función pública activa se proyectaría sin más, ejemplarmente, sobre los pasivos, sobre los millones de pensionistas y sus pensiones, acabando con esa burla de las incompatibilidades que afectan a los más pobres, que se aplican sobre ellos porque, como son los más, el efecto económico es más eficaz y cómodo en los presupuestos, acercándonos a lo deseable: la pensión suficiente y en lo posible única.

Algunos lectores recordarán que al discutirse una ley en las Cortes del viejo régimen, un honorable procurador defendió y ganó una enmienda por la que se retiraba la expresión «dedicación exclusiva», alegando !Dios nos ampare!, que el hombre sólo pertenecía en exclusiva a Dios. Era un ¡viva Cartagena! indigno. Lo que defendía al amparo de aquella «reflexión leológica» era, evidentemente, su ya repleto bolsillo de pluriempleado. Yo espero que los socialistas sepamos en los próximos debates presupuestarios, a corto plazo no tenemos otro camino, salvar las trampas que se nos tenderán por la derecha gobernante, rasgar los múltiples velos encubridores y ganar algunas batallas en ese largo camino hacia una sociedad más justa, más libre y, por tanto, más humana. Si «le roi est nu», es decir, el Gobierno, los españoles deben saberlo.

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