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Reportaje:ELECCIONES EE UU 80

El bipartidismo norteamericano no deja espacio para el candidato Anderson

En casi todos los sondeos de opinión, la mitad de los electores norteamericanos muestran su falta de interés, su desencanto, por los dos principales candidatos, Jimmy Carter y Ronald Reagan, a la elección presidencial del próximo martes 4 de noviembre. Sin duda, este descontento general fue lo que hizo que John Anderson, a mediados de abril, decidiera lanzarse a la campaña electoral con la etiqueta de independiente, a pesar de sus veinte años de carrera, política en el Congreso como representante del Partido Republicano.

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Sin embargo, la alternativa Anderson no ha dado los resultados esperados. Al contrario, se está hundiendo en popularidad a medida que se acerca la fecha de la elección. Anderson alcanzó el 25% de preferencias electorales a mediados de junio. A finales de agosto contaba todavía con el 13%. Hoy suma sólo un 9% de preferencias entre los electores.Aunque sean varios millones, Anderson no parece que obtendrá un solo «voto electoral» en alguno de los cincuenta Estados (le la Unión que forman Estados Unidos. Su intervención no habrá. sido decisiva, a pesar de que resta, indudablemente, votos de carácter liberal al presidente Jimmy Carter.

Se repite, según la tradición, la experiencia histórica de la política norteamericana, que no da cabida a un «tercer partido». Otros lo intentaron antes que Anderson, sin lograr en ningún caso superar la barrera del 27% de votos ni mucho menos llegar a la Casa Blanca.

John Bayard Anderson, de 58 años de edad, nació en Rockford, en el Estado de Illinois. Hijo de emigrantes suecos, Anderson estudió y ejerció Derecho antes de lanzarse a la vida política, que le llevó al Congreso de Estados Unidos en 1960. Conocido por su excelente oratoria, Anderson se distinguió durante los primeros años por su conservadurismo ortodoxo. Presentó y defendió un proyecto de ley que, como buen cristiano evangelista, quería convertir Estados Unidos en un Estado confesional católico.

Más liberal que Reagan

Anderson evolucionó hacia un liberalismo populista en la década de los setenta, siendo el primer miembro del Partido Republicano en solicitar la dimisión del presidente Richard Nixon por el escándalo del Watergate.Su escaso éxito en las elecciones primarias, donde pretendía convertirse en el candidato presidencial republicano, le incitó a lanzarse a la vía de aspirante presidencial al margen de su partido.

«Es necesaria una campaña de unión nacional», fue el lema, repetido por Anderson, atacando la burocracia de los partidos tradicionales y confiando, caso de llegar a la Casa Blanca, gobernar con la tolerancia y el apoyo de un Congreso tradicionalmente dominado por demócratas y republicanos. Patrick J. Lucey, ex gobernador demócrata del Estado de Wisconsin, se apuntó como vicepresidente en la aventura política andersoniana.

Con un programa electoral de 317 páginas, Anderson y Lucey defienden una línea mucho más liberal que el equipo republicano conservador de Ronald Reagan y George Bush. Aceptan la ratificación de la enmienda constitucional que reconozca el derecho de igualdad entre el hombre y la mujer y no toman directamente partido en la polémica del aborto.

Son críticos, sin llegar a denunciarlo, sobre el Tratado de Limitación de Armas Nucleares, SALT-II; proponen modernizar la defensa (excepto la fabricación del nuevo misil M-X), y sugieren la aplicación de un impuesto de cincuenta centavos (unas 35 pesetas) para cada galón de gasolina (unos cuatro litros), a fin de recaudar fondos públicos y destinarlos a la investigación de nuevas fuentes de energía.

«Anderson es un invento de la Prensa y del Partido Republicano», dicen en la campaña demócrata Carter-Mondale, que temieron seriamente, en un primer momento, la candidatura Anderson. Sobre todo, por el impacto que lograra entre el electorado joven, el ala descontenta del Partido Demócrata y el electorado de origen judío, liberal y elector clásico demócrata, que en esta ocasión podría votar a Anderson el 4 de noviembre.

Pero el deseo de Anderson de convertirse en el 38º presidente de Estados Unidos parece destinado a quedarse en sueños, a falta de electores y de dinero para soportar una campaña electoral.

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